La perfección que Jesús pide a sus discípulos en el evangelio que hoy se proclama solo es alcanzable y tiene sentido desde la clave del amor. Precisamente porque Dios es amor (1 Jn 4,8) el ser humano, en tanto que imagen y semejanza, se realiza plenamente amando. Pero el amor no solo es seña de identidad, sino que también es norte y fuerza para los cristianos. El amor no solo marca el camino, sino que, además, lo construye. Solo desde el amor deja de ser una locura amar al enemigo, dar el manto y la túnica o poner la otra mejilla. Solo desde el amor se percibe como una barbaridad, infringida contra nosotros mismos, pagar con la misma moneda.

Ciertamente, la apuesta por el amor implica, en ocasiones, superar dificultades, vencernos a nosotros mismos. Pero en Jesucristo los cristianos encontramos luz y fuerza. En Jesucristo, Dios hecho hombre, descubrimos que el amor hasta
el extremo es una posibilidad real en cada uno de nosotros. No solo eso, el amor es también garante de la dignidad en la condición humana.

Una vez más, en un contexto global marcado por la incertidumbre, las guerras y el sufrimiento, la Palabra nos invita a sintonizar con la esperanza. Y una vez más, en este mismo contexto, somos invitados a descubrir y a ser “evangelios vivos”, personas dispuestas a acompañar dos millas, aunque solo sea necesaria una.