Sus primeros recuerdos referidos a la oración están protagonizados por su madre. «Nos leía los evangelios a mi hermano y a mí antes de irnos a dormir y rezábamos juntos. Ahora que soy mayor lo sigo haciendo», relata. Para ella, rezar es fundamental en su día a día. «Me ayuda mucho pedirle al Señor aquello que necesito y agradecere todo lo que me pase, sea bueno o sea malo», nos cuenta. 

Saray, dotada para la música, aporta ese talento en su parroquia, El Salvador, de Antequera, donde intenta ir a Misa a diario y, en ocasiones, canta los salmos. «La iglesia es mi sitio favorito para rezar, me gusta mucho participar en la hora santa y orar ante el Santísimo, aunque también busco esos momentos en casa, escuchando cantos religiosos o en la intimidad de mi día. En la residencia religiosa donde completaba mis estudios de piano, era una práctica habitual de la jornada con mis compañeras y las religiosas que nos acompañaban».

Su relación con la Virgen del Socorro es especial. Sale de penitente acompañándola los Viernes Santo y ha probado la sensación de estar debajo del paso, cuando aún está en la iglesia, y recordar a su padre, que lo sacaba en procesión, y que ya ha fallecido. También ha tenido la ocasión de estar junto a Ella mientras la visten y tocarla con sus manos. «Me encanta sentirla tan cerca. Es una mujer grande, con las manos juntas, como rezando. Es un momento de mucha intimidad, donde aprovecho para rezarle. Ella me acompaña también en mi cuarto, donde la tengo en un cuadro. Le pido salud para todos y que me ayude en mis proyectos de vida». 

PRÉSTAME TUS OJOS

Saray fue la encargada de la oración que se dedica en la víspera a la Virgen del Socorro, en un acto que tiene lugar a las doce de la noche. «Tenía mucho miedo de cómo reaccionaría la gente, pero ha gustado mucho», afirma. En sus palabras, Saray incluyó una oración del devocionario que quiso dedicar ella misma a la Virgen:

Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar.
Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.
Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar, pues es tu lengua patena de amor y de santidad.
Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más.
Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierta con tu manto al Cielo he de llegar.
Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús, ¿qué más puedo yo desear?
Y esa será mi dicha por toda la eternidad.