NoticiaTodos los Santos y Difuntos Santos y difuntos, unidos en una sola fiesta O. MEDINA Publicado: 19/10/2021: 2038 Formación Noviembre nos abre sus puertas con una doble celebración, no solo litúrgica sino profundamente popular: El día de Todos los Santos y el de los Fieles difuntos. Ambos se solapan en la memoria y en la celebración. Santos y difuntos: ¿Cuál es el origen de esta doble celebración? A partir del siglo IX, la Iglesia Católica celebra el 1 de noviembre la solemnidad litúrgica de Todos los Santos. En un mismo contexto celebrativo y temporal, los monjes benedictinos de la célebre Abadía de Cluny, comenzaron a celebrar el Día de todos los Santos, y al día siguiente la memoria de Todos los fieles difuntos. Pronto se extendió por toda la Iglesia y ya en el siglo XIV tenía también lugar en Roma. En ambas fiestas celebramos a personas que han estado entre nosotros y que ahora participan de la vida eterna. Son fiestas muy populares hasta el punto que el mes de noviembre es llamado «el mes de las ánimas». Al unir estas dos fiestas ha terminado primando el sentido de la muerte. Podemos decir que los difuntos han podido con los santos. Sin embargo el centro de esta celebración es la vida: es un tiempo propicio para rezar por los difuntos y para reflexionar sobre el sentido de la muerte y de la vida, a la luz de la Resurrección de Cristo. ¿Qué celebramos en la Festividad de «Todos los santos»? Se trata de una popular y celebrada fiesta cristiana, que evoca a quienes nos han precedido en el camino de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza y son ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos. En esta solemnidad litúrgica, la Iglesia englobaba a todos los santos. Si durante el resto del año litúrgico se nos ofrecen las memorias de distintos y conocidos santos, en la fiesta del 1 de noviembre son protagonistas, sobre todo, los santos anónimos, los santos desconocidos, los santos del pueblo, los santos de nuestras familias, los «santos de la puerta de al lado», como dice el papa Francisco; santos, en definitiva, con rostro tan cercano hasta el punto de que no hay duda de que entre los santos del 1 de noviembre se incluyen familiares y conocidos. ¿Qué sentido tiene celebrar a «Todos los fieles difuntos»? A la alegría de la fiesta de Todos los Santos, sucede la conmemoración de «Todos los fieles difuntos», que celebramos al día siguiente. A veces la tristeza que invade el recuerdo de las personas que nos faltan hace que convirtamos en muerte, lo que es un canto a la vida. Cuando los cristianos rezamos por los difuntos, lo hacemos al Señor de la vida: no creemos en la muerte como el final de todo, sino en la muerte como «paso para la vida eterna». Los primeros cristianos consideraban la muerte como el «definitivo nacimiento». Por lo general, la fiesta de los santos coincide con la fecha de su muerte, al que llama «día del segundo nacimiento». El día de la conmemoración de los fieles difuntos, nuestros cementerios y columbarios, pero sobre todo nuestro recuerdo y nuestro corazón se llenan de la memoria, de la oración y ofrenda agradecidas y emocionadas a nuestros familiares y amigos difuntos. ¿Por qué celebramos la muerte? Porque creemos en la Resurrección y en la vida eterna. Si no seríamos masoquistas. La resurrección es el punto central de nuestra fe: «si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana», dice S. Pablo. ¿Cómo celebrar estas fiestas después del Covid-19? Han sido, son todavía, días duros, «tiempos recios» como decía santa Teresa. Al nuestro alrededor faltan muchos rostros queridos. Y todavía muchos caminamos disimulando con la mascarilla el miedo. Para el creyente toda la vida no mira a la muerte sino que espera en la Resurrección: la muerte es un tránsito doloroso pero no una catástrofe final. La fe en la Resurrección nos reviste de una sana esperanza: lejos de la pura razón de querer descubrir lo que va a ocurrir en el más allá, creemos que Alguien nos espera al final con intención amiga: el final de la vida no es la Nada, sino el abrazo entrañable de un Padre. Esta actitud de fe y esperanza, es la que convierte estos dos días en «días de Fiesta». Es el testimonio que ofrecemos con humildad los creyentes.