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Inmaculada Concepción de la Virgen María (Catedral-Málaga)

Publicado: 08/12/2016: 638

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Inmaculada Concepción de la Virgen María, celebrada en la Catedral de Málaga, el 8 de diciembre de 2016.

 INMACULADA CONCEPCIÓN

DE LA VIRGEN MARÍA
(Catedral-Málaga, 8 diciembre 2016)

Lecturas: Gn 3,9-15.20; Sal 97,1-4; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38.

María, la purísima

1.- La pérdida de la gracia original 
    El relato del libro del Génesis narra el pecado de los primeros padres de la humanidad. Adán y Eva, desobedeciendo el mandato de Dios, comieron del árbol prohibido (cf. Gn 3, 11); y perdieron para sí y para sus descendientes la gracia original. 
El pecado original es una verdad esencial de la fe cristiana. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad” (N. 397).
Con este pecado el hombre eligió ponerse en el lugar de Dios, queriendo ser igual a Dios; fue un desprecio a Dios por parte de quien era una simple criatura. El hombre había sido constituido en un estado de santidad y de gracia original, que lo pierde por culpa del pecado.
La armonía queda destruida en todos los ámbitos: se rompe la relación con Dios; cesa el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo (cf. Gn 3,7); aparece la tensión y el deseo de dominio entre el hombre y la mujer (cf. Gn 3,11-13.16); se quiebra la armonía con la creación, que se hace hostil al hombre (cf. Gn 3,17.19). Y la muerte entra en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).
Aunque sea difícil comprender la transmisión del pecado original, porque es un misterio, es importante reconocer la capitalidad del primer Adán, al igual que aceptamos la capitalidad del segundo Adán, Jesucristo, el salvador del género humano. Adán había recibido la gracia original tanto para él como para su descendencia; por esa razón, su pecado afecta a toda la humanidad, es decir, a la naturaleza humana. 

2.- La promesa de salvación
    El autor del Génesis se apresura a decir que Dios puso hostilidad entre el tentador y la mujer, y entre ambas descendencias; anunciando que la descendencia de la mujer aplastaría la cabeza del diablo (cf. Gn 3, 15).
    Tras la caída, pues, el hombre no fue abandonado por Dios. Más bien se le anuncia la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje es llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías salvador, que vencerá el mal, el pecado y la muerte. 
Aquí entra la Virgen María, la Inmaculada, la Purísima. El Mesías será descendiente de esta mujer, inmaculada, pura y limpia de toda mancha de pecado. “La Iglesia ve en la mujer anunciada en el "Protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573)” (Catecismo de la Iglesia Católica, N. 411).
    En esta solemnidad litúrgica de la Inmaculada Concepción, demos gracias al Señor y cantémosle un cántico nuevo, porque en María ha hecho maravillas, como hemos rezado en el Salmo 97. 

3.- La pureza de María según los santos padres
Cuando el ángel Gabriel fue enviado por Dios a la Virgen de Nazaret, le saludó con estas palabras: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). María es la única mujer en toda la historia de la humanidad que ha quedado limpia de toda mancha de pecado; Ella es la “Purísima”.
Los testimonios de los santos padres sobre la pureza de María son abundantes. La llaman el tabernáculo exento de profanación y de corrupción (Hipólito); inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento (Orígenes); san Ambrosio dice que es incorrupta, una virgen inmune por la gracia de toda mancha de pecado; Máximo de Turín la llama morada preparada para Cristo, no a causa del hábito del cuerpo, sino de la gracia original; Teodoto de Ancyra la llamó virgen inocente, sin mancha, libre de culpabilidad, santa en el cuerpo y en el alma, un lirio primaveral entre espinas, incontaminada del mal de Eva ni se dio en ella comunión de luz con tinieblas, y, desde el momento en que nació, fue consagrada por Dios. Refutando a Pelagio, san Agustín declara que todos han conocido el pecado excepto la Santa Virgen María (cf. De natura et gratia, 36). 
Os invito a que cada uno lance en su interior un piropo a la Virgen; una palabra o una frase, que exprese la pureza inmaculada de la Virgen. ¡Decídselo a la Virgen!
Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María. San Efrén no consideró excesivos algunos términos de elogio para describir la excelencia de la gracia y santidad de María: “La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu, y, por tanto, excediendo toda comparación incluso con las virtudes angélicas en pureza y santidad de alma y cuerpo... mi Señora santísima, purísima, sin corrupción, inviolada, prenda inmaculada de Aquel que se revistió con luz y prenda... flor inmarcesible, púrpura tejida por Dios, la solamente inmaculada” (Precationes ad Deiparam, en Opp. Graec. Lat., III, 524-37). 
    María aceptó la voluntad de Dios en su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Ella es ejemplo de cómo podemos llenarnos de las gracias abundantes que Dios nos concede; y de cómo decirle “sí” a Dios para que se haga en nosotros según su Palabra.

4.- Colación de ministerios de Lector y Acólito
En esta celebración algunos seminaristas van a recibir los ministerios laicales de Lector y Acólito. Queridos jóvenes, el Señor os ha llamado desde el bautismo para limpiar el pecado original con el que nacisteis, para haceros hijos de Dios, para regalaros la salvación. 
A la Virgen María se le concedió ser “purísima”, “inmaculada” desde el instante de su existencia; a los demás nos limpian después de nacer; y necesitamos ser lavados después de los pecados personales.
Habéis sido llamados al ministerio sacerdotal, para ser instrumentos de la gracia divina; para administrar los sacramentos y limpiar a otros de sus pecados. ¡Sed agradecidos a Dios por esta vocación y haced todo lo posible por ser fieles a esta llamada!
    Los ministerios laicales, que vais a recibir, son servicios de entrenamiento en el proceso vocacional. Los “lectores” proclamáis la Palabra de Dios; ¡hacedlo con toda reverencia, después de haberos alimentado de ella. Los “acólitos” servís al altar; ¡realizadlo uniéndoos al sacrificio redentor de Jesucristo! 
¡Vivid con un corazón limpio vuestra vida y vuestro ministerio!
    Pedimos a la Santísima Virgen María, la Inmaculada Concepción, la Purísima, que nos ayude a ser limpios de corazón. Amén.


 

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