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COLABORACIÓN. Pedro Casaldáliga, el obispo de los pobres

Monseñor Pedro Casaldáliga, Obispo emérito de la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso) y Misionero Claretiano, falleció el 8 de agosto.
Publicado: 14/09/2020: 14759

Galardonado con varios premios internacionales, entre ellos el Premio por la Paz de la Asociación para las Naciones Unidas y propuesto para Premio Nobel de la Paz y para el Premio por la Concordia del Príncipe de Asturias por su labor, durante más de 50 años, con los empobrecidos de la Amazonía brasileña, el obispo Pedro Casaldáliga ha fallecido.

Catalán de nacimiento, vivió muchos años en Brasil luchando en favor de los últimos, de los más pobres de entre los pobres. Su labor y su praxis se extendieron por todo el continente americano. Amenazado de muerte muchas veces, no cesó en su compromiso liberador.

Escritor, poeta y místico, luchó por llevar a cabo la revolución del Evangelio de Jesús. Ya en su atuendo como obispo del Mato Grosso nos lo mostró. Su mitra fue un sombrero de campesino y su báculo un sencillo remo de canoa como los que usan los indígenas para navegar por aquellos caudalosos ríos. Sus palabas fueron comprometidas y veraces en la defensa de los sin tierra y de los más vulnerables de aquellas inmensas selvas. Sus innumerables poemas de temas religiosos y sociales (en portugués, catalán o castellano) son un canto a la verdad, a la justicia, a la libertad, a la solidaridad y a la paz, empezando por los últimos, y una denuncia sin paliativos a los poderosos y corruptos.

Fue un obispo enteramente evangélico. A todos nos deja impresionados. Escribía: "Es fácil llevar a Jesús en el pecho, lo difícil es tener pecho, coraje, para seguir a Jesús". Su vida estuvo entregada a los más pobres. Defensor de los pueblos indígenas. Pablo VI lo admiraba tanto que llegó a decir: Quien toca a Pedro, toca a Pablo. Un cardenal dijo el día de su entierro: No todos los días se acompaña el entierro de un santo. Allí, a orillas del río Araguaia está enterrado en la tierra, como los más pobres. Sobre la tierra una cruz de madera con estas palabras: Fue solidario hasta la tumba con los indígenas y con los peones sin nombre. Un día llegó a afirmar: Quien abandona a los pobres, abandona a Cristo.

Una tarde hablaba así a un grupo de curas europeos: “Habéis sido formateados para curas funcionarios y exclusivamente servidores del altar… os va a costar cambiar de chip y convertiros en servidores de la comunidad y en curas que pisan el barro de la calle para socorrer a todos, especialmente los más pobres”. Llevaba razón el obispo brasileño: los curas europeos tenemos un defecto de fabricación. Y qué difícil se nos hace romper esquemas y emprender nuevos caminos más de acuerdo con el Evangelio y con las necesidades del mundo actual. Hemos perdido el rumbo y nos es muy difícil volver a encontrarlo. ¿Lo tuvimos claro alguna vez? Sinceramente, no sé qué responder.

Fue un ferviente devoto de la Virgen María. A ella dedica muchos poemas y reflexiones. Os transcribo una con la que termina su célebre libro Santa María de nuestra liberación

María de Nazaret, esposa prematura de José el carpintero
aldeana de una colonia siempre sospechosa,
campesina anónima de un valle del Pirineo,
rezadora sobresaltada de la liturgia prohibida, indiecita masacrada en El Quiché,
favelada en Rio de Janeiro,
negra segregada del apartheid,
harijan de la India, gitanilla del mundo,
obrera sin cualificación, madre soltera, monjita de clausura;
niña, novia, madre, viuda, mujer.

Pedro, meditando en el día de su muerte, escribió un entrañable poema del que les trascribo su última estrofa:

Y al final del camino me dirán:
¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo sin decir nada/ abriré mi corazón lleno de nombres.

Palabras que el mismo papa Francisco nos las recuerda en una de sus encíclicas. Descanse en paz el claretiano universal a quien quizá un día veremos en los altares.

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