Sobre la madre insustituible

“De María nunca es demasiado”, así reza un viejo dicho cristiano. Es imprescindible contemplar la figura de María Santísima si buscamos madurar en la fe.
Ella es testigo y modelo de fe en su hijo Jesús, el Mesías prometido. En ella no existió disociación entre fe y vida: no decía una cosa y hacía otra; su vida fue un canto a la coherencia y autenticidad. La contemplación de María de Nazaret si es sincera, sosegada y silente, conducirá a la vivencia del evangelio; de su mano se llega indefectiblemente al encuentro con Jesucristo.
Ella, que concibió a su Hijo antes en su corazón que en su vientre, se convierte en el camino más corto para llegar al misterio de Dios. En medio del desaliento ella es auxilio; cuando la desesperanza arramble ella será pilar; cuando el mal haga estragos ella será estrella de la mañana.
Con María siempre renace la esperanza: la mirada de María nos lleva hasta el corazón de su hijo. Su corazón nos alienta a construir un mundo nuevo que supere la incertidumbre laboral, la crisis social o el desasosiego eclesial. María es, hoy más que nunca, modelo y ejemplo de esperanza.