NoticiaEntrevistas Willy Milayi: «Nuestros móviles están manchados con sangre de niños» Willy Milayi, misionero de la Inmaculada Concepción, en su visita a Málaga // E. LLAMAS Publicado: 05/08/2019: 20257 El sacerdote congoleño Willy Milayi, de los Misioneros de la Inmaculada Concepción, visitó recientemente Málaga para contar su historia. Su misión es rescatar a los niños de la calle y ofrecerles un centro donde puedan recibir educación y aprender un oficio que les asegure un porvenir fuera de las minas en las que los obligan a trabajar para extraer el coltán con el que se fabrican los móviles y otros aparatos tecnológicos. ¿Quiénes son los “niños cadáveres”? Este nombre nace de una situación muy dolorosa. Es la historia de un niño que recorrió más de 6.000 kilómetros y llegó hasta nosotros vivo, un verdadero milagro. Os podéis imaginar las condiciones de miseria en las que llegó. Pero solo buscaba alguien que lo escuchara. Venía roto de dolor. Después de darle de comer, me contó su vida. Los milicianos sacaron de casa a su familia (padre, madre, dos hermanas y él) y los llevaron al bosque con dos propuestas: morir, o trabajar para ellos sacando el coltán de las minas, desde las 6 de la mañana a las 7 de la tarde. Trabajaban a 200 metros de profundidad para sacar 15 sacos de coltán diarios, por los que recibían dos dólares a final de mes. ¿Tan importante es el coltán? El coltán es un mineral muy escaso en la naturaleza que se utiliza en la fabricación de componentes para dispositivos electrónicos por sus cualidades. Al ser tan escaso es muy caro, y los principales yacimientos se encuentran, entre otros países, en República Democrática del Congo. La explotación de esas minas está en manos de las guerrillas. Como hubo protestas contra las milicias, primero violaron y mataron a la madre de este chico delante de él, después hicieron lo mismo con sus hermanas de 17 y 13 años y también mataron a su padre. Él consiguió escapar, pero me decía entre lágrimas: «Yo no temo a la muerte, yo soy un cadáver, y un cadáver no teme a la muerte». Nuestro móviles están manchados con la sangre de los “niños cadáveres”. ¿Cuál es el proyecto que están poniendo en marcha? Se trata de un centro educativo en el que ofrecer oportunidades a estos niños de la zona de guerra del coltán, a los 20.000 niños que viven en la calle y a todos los que lo puedan necesitar. Un hogar en el que puedan aprender un oficio que les asegure el provenir fuera de las minas y no vuelvan nunca a las calles. No podemos resolver todos los problemas, pero damos gracias a Dios por cada uno de los niños que podemos rescatar. Es un verdadero milagro que se hace posible gracias a la gente de buena voluntad. ¿Se sienten familia? Así es. Siempre les hemos inculcado que tienen que cuidarse unos a otros. A más de uno lo hemos escuchado decir: «el Padre Willy nos enseñó que cuando seamos mayores tenemos que ayudar». Pienso que esto es un paso muy importante. Como cristianos, ¿qué podemos hacer ante esta situación? ¿Nos hemos acostumbrado a ver las imágenes por televisión? Pienso que, como cristianos, tenemos que defender la dignidad de la persona, imagen de Dios. Ya podemos tener de todo, y todos los títulos, que si no valoramos a la persona, no nos sirve de nada. Y valorarlos como nuestros hermanos. En nuestro mundo se ha perdido esta concepción y hemos puesto por delante de las personas los bienes materiales. Lo que nos mata hoy día es la indiferencia. No queremos saber nada de los problemas de los demás, y solo hablamos de los nuestros. Más preocupante que la pobreza material es la pobreza espiritual. ¿Cómo descubrió su vocación sacerdotal? Mi vocación es muy sencilla. Soy de una familia de cinco hijos, el único varón y cuatro hermanas, de las que dos fallecieron. Mi padre es carpintero y mi madre falleció cuando yo tenía 15 años. Salí de mi pueblo para estudiar Bachillerato en la capital. Participaba en la parroquia y el Señor iba haciendo crecer en mi corazón el deseo de servirle entre los más pobres. Visitábamos a los presos y a los niños de la calle. La Teología la estudié en Guinea, donde vivimos en primera persona verdaderos milagros de Dios. Sin tener dinero, llegamos a construir uno de los colegios más grandes de la zona, en el que podían estudiar niños que no tenían acceso a la cultura. El sueldo de un maestro no llega a 100 dólares al mes, que dan para poco. Los proyectos de los que nos habla se centran en los niños de la calle, ¿cuál es la realidad que viven? Solo en la capital, Kinshasa, hay 20.000 niños en la calle. Nuestro primer acercamiento a ellos es escuchar su historia. Horrible lo que han vivido estos niños de violencia, droga…