“Donde pongo la vida pongo el fuego"

Artículo de José Sánchez Luque ante la muerte de Amalio Horrillo Coronil
La vida del cura Amalio podría resumirse con aquella frase del poeta Ángel González: “Donde pongo la vida pongo el fuego”. Su vida de párroco en diversos pueblos de Málaga y de sus largos años de misionero en Venezuela, consistió en llevar el fuego del Evangelio, el fuego del amor solidario a nuestra sociedad. Él conocía muy bien las palabras de Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto me gustaría que no dejase de arder”.
Apasionado por la acción evangelizadora y apostólica, Amalio fue descubriendo que lo más importante que quería hacer en su vida era acompañar a las personas y eso le llevó a des-programar su agenda para tener tiempo disponible para la gente. Así, fue pasando de ser un hombre de acción a un hombre de relación, experto en escuchar y sostener a las personas. Hasta hace un mes y a sus 91 años, impartía semanalmente catequesis dialogadas de formación bíblica a un pequeño grupo de mayores del Buen Samaritano. Él nunca se jubiló.
Su vida nos recuerda a todos que “la persona es lo primero”, como decimos en la HOAC. Hemos de cuidar los encuentros como algo fundamental y prioritario en nuestra vida. Porque cuando estamos abiertos a la relación todo se transfigura como afirma Violeta Parra, “lo cotidiano se vuelve mágico”. El cura Amalio nos estimula a todos para “que la vida no me viva”, sino que yo la viva consciente y agradecidamente en cada acontecimiento.
Amalio fue capaz de compartir la vida. Compartir significa, según el diccionario de la RAE, repartir, participar en algo, poseer en común. Compartir es partir- con. Esta preposición es fundamental para comprender su significado, porque es muy distinto partir algo para otro que partirlo con otro. Compartir conlleva participar de un universo y cotidianidad común, supone reciprocidad. Quien comparte se hace compañero y compañera, no ayudante ni bienhechor. El compañero no es un ayudador. Compañero y compañera vienen de “cum panis”, palabra que evoca comer el mismo pan, es decir, participar de la misma vida, del mismo sueño.
Compartir es alteridad y reciprocidad que nos hace vivir perdiendo el miedo a mostrar la propia vulnerabilidad y a reconciliarnos con ella, porque somos constitutivamente vulnerables. Así lo vivió Amalio en los últimos años de su larga vida en la residencia de El Buen Samaritano de Churriana. A todas las que trabajáis allí, os agradezco sinceramente los cuidados, la atención, el cariño con que lo habéis acogido. Descanse en paz nuestro querido amigo y hermano. Y que nuestra vida, como la suya, esté encendida por el fuego del amor solidario y la esperanza más firme.