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Funeral del Rvdo. Antonio Martín Fernández (parroquia "El Corpus"-Málaga)

Don Antonio Martín (primero por la derecha), junto a los sacerdotes residentes en el Buen Samaritano y los del arciprestazgo Fuengirola-Torremolinos · Autor: A. GARCÍA
Publicado: 19/05/2016: 9467

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el funeral del sacerdote Antonio Martín, el 19 de mayo, en la parroquia del Corpus Christi.

FUNERAL DEL RVDO. ANTONIO MARTIN FERNÁNDEZ
(Parroquia del “Corpus Christi” - Málaga, 19 mayo 2016)

Lecturas: Hb 10, 12-23; Sal 39,6-11; Lc 22,14-20.
(Fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote)

1. La Iglesia celebra hoy la fiesta litúrgica de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Y precisamente en este día hacemos las exequias de nuestro hermano sacerdote Antonio, párroco durante muchos años de esta comunidad cristiana del “Corpus Christi” en Málaga.

El Sumo Sacerdote, Jesucristo, se ha ofrecido una sola vez por todos los pecados de la humanidad (cf. Hb 9,27), obteniendo así el perdón de nuestros pecados y manifestando la misericordia de Dios Padre.

Cuando Cristo ascendió a los cielos y se sentó «para siempre jamás a la derecha de Dios» (Hb 10,12), envió para guiar a su Iglesia al Espíritu Santo, cuya fiesta de Pentecostés hemos celebrado recientemente. El Espíritu lleva a cabo en el tiempo de la historia la obra de salvación cumplida por Cristo, quien instituyó “el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 47).

Nuestro hermano Antonio fue llamado por el Señor para ejercer el ministerio sacerdotal y ofrecer el sacrificio pascual de Cristo. De este modo fue asociado a la persona y a la misión de Cristo Sacerdote. Hoy damos gracias a Dios, en estas exequias, por el ministerio al que nuestro hermano fue llamado y al que dedicó su vida entera, como hemos escuchado en la semblanza espiritual.

Los sacerdotes nos hemos puesto vestiduras de fiesta; y hemos colocado encima del féretro, donde se encuentran sus restos mortales, la casulla, vestidura litúrgica de fiesta, simbolizando lo que él hizo en vida. En esta liturgia quedan patentes la luz, el canto, el color blanco, porque celebramos la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

2.- En la carta a los Hebreos se nos recuerda que Dios hace una alianza eterna de amor, mediante la cual cambia el corazón y la mente de los creyentes: «Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas» (Hb 10,16-17).

En esta fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, damos gracias a Dios por la salvación que nos ha otorgado a través de su obra salvífica. Cristo nos da la oportunidad de convertirnos a Dios, cambiando nuestra mente y nuestro corazón.

Y damos gracias también a Dios por el ejercicio del ministerio sacerdotal de nuestro hermano Antonio, quien representó sacramentalmente a Cristo Sacerdote (cf. Pastores dabo vobis, 15).

Con el Salmo 39 hemos rezado la misma oración que Jesús dirigió al Padre: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. La liturgia de hoy nos anima a rezar esta oración, aceptando de manera gozosa la voluntad de Dios en nuestras vidas, sin quejarnos de sus planes; sin pedir a Dios que haga nuestra voluntad. Estamos en las manos de Dios, que es el Padre bueno y solo quiere nuestro bien. A veces pensamos que lo deseamos es lo mejor para nosotros. Pero el Señor gira la historia y nos hace vivir otras cosas; y eso que nos hace vivir es lo mejor para nuestra vida.

3.- El evangelio de hoy presenta la institución de la Eucaristía por Jesús en la Última Cena, advirtiendo a los apóstoles que ha deseado ardientemente comer esta Pascua con ellos antes de padecer (cf. Lc 22,14-15). Tomó el pan y se lo dio y lo mismo hizo con el fruto de la vid (cf. Lc 22,17-18). Esto es lo que tantas veces realizó nuestro hermano Antonio en el ejercicio de su ministerio. Esto es lo que los sacerdotes actualizamos, realizando el memorial del misterio pascual del Señor.

Jesús nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como memorial de su sacrificio en la cruz (cf. Lc 22,19), como expresión de su alianza eterna de amor para con nosotros (cf. Lc 22,20) y como alimento para el camino de la vida terrena.  No podemos desaprovechar este alimento de vida eterna, que se nos concede en la vida terrena como prenda y anticipo.

Este memorial del misterio pascual de Jesucristo es el que estamos celebrando ahora en sufragio de nuestro hermano Antonio, sacerdote. La misión que el Señor nos confía a cada uno, aunque sea la de asociarnos a su persona como sacerdote y compartir su ministerio, no nos exime y no nos quita la condición de pecadores. Todos tenemos necesidad de ser perdonados y de aceptar la misericordia que nos ofrece el Padre a través del rostro misericordioso de Jesucristo.

Esta eucaristía la ofrecemos en primer lugar en acción de gracias a Dios por el regalo de la persona y del ministerio de nuestro hermano Antonio; y, en segundo lugar, lo hacemos también por el eterno descanso de su alma, para que el Señor, perdonándole los pecados que pudo cometer por fragilidad humana, lo acoja en su reino de inmortalidad y de vida eterna.

En este Año del Jubileo de la Misericordia pedimos al Señor que lo acoja con misericordia; y que el rostro de Jesucristo, rostro de la misericordia del Padre, lo pueda contemplar ahora cara a cara sin velos ni sombras, a plena luz propia de la Luz eterna.

Le pedimos a la Santísima Virgen María que lo acompañe ante el trono de Dios, llevándole de la mano y cubriéndole con su manto maternal. Amén.
 

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