Dios es una comunidad de personas. La familia -primera comunidad a imagen del Dios trino- se construye sobre amor, comunión y pluralidad. Como primera e insustituible escuela de amor, valores humanos y virtudes sociales (respeto, atención profunda, gratuidad, confianza, responsabilidad, solidaridad, cooperación…), en ella vivimos el misterio de la Trinidad: formamos un todo, pero hay singularidad de personas; sin embargo, están relacionadas por lazos vitales y fuertes, como el amor.
Del evangelio de hoy tenemos mucho que aprender de la pedagogía divina familiar: hay que
respetar la dignidad y los tiempos del otro porque no siempre está preparado para lo que queremos.

En nuestro mundo globalizado, el concepto de familia se desdibuja como “consenso universal modificable” debido a una visión antropológica reduccionista construida sobre el individualismo, el utilitarismo, el consumismo y el relativismo. 

Se nos confía la tarea de formar comunidades familiares que reflejen la belleza del Diostrino y evangelicen no solo con la palabra. El testimonio de muchas familias nos señala los caminos para crecer en el amor: tener relación constante con Dios participando en la vida eclesial, dialogar con respeto, servir con gratuidad, ser pacientes, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad
los conflictos, privilegiar el ser frente al tener, estar abiertos a otros, atentos con los pobres,
responsables en la sociedad civil. Todos estos elementos construyen la familia.