He aquí uno de los textos del evangelio que expresa con mayor claridad la autenticidad de la fe y la grandeza del existir humano. 

Todo amor se pone a prueba y Cristo es claro: amarlo de verdad implica “guardar su Palabra” pero ¿qué significa hoy guardar su Palabra? María es el ejemplo vivo de ello, mujer de pocas palabras y mucha entrega. No basta conocer el Evangelio. «No todo el que dice Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de mi Padre». Se trata, pues, de encarnarlo en el día a día, cuando todo nos sonríe y cuando los sinsabores de la vida nos alcanzan. Ello implica muchas veces ir contracorriente de lo que esta sociedad nos muestra como válido. 

Pero Jesús sabe que, por nuestras propias fuerzas, no podremos vivir sus enseñanzas. Él nunca nos pide algo y nos deja solos en la misión. Por ello nos hace una promesa reveladora: seremos morada de Dios en la que su Espíritu nos acompañará y guiará siempre. Aquí radica la grandeza del ser humano y la fuerza de la fe. San Agustín afirma «nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» y es en esta realidad donde la persona encuentra la verdadera paz, la que Él nos da y con la que verificamos nuestra filiación divina. 

¡Ojalá no perdamos nunca la conciencia de su presencia en nosotros y podamos ver sus huellas en los demás!