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«¡Bendito Seminario nuestro!»

Manuel Jesús Otero y Lorenzo Orellana, en la puerta de la Capilla del Seminario que diseñó el beato D. Manuel González · Autor: F. CUENCA
Publicado: 13/03/2016: 11052

El domingo 13 de marzo se celebró el Día del Seminario, al que el beato Don Manuel González dedicó gran parte de sus desvelos, una jornada que nos invita a apoyar afectiva y efectivamente la generosidad de quienes han dicho sí a la llamada de Dios para ser sacerdotes. Un sacerdote y un seminarista relatan su paso por el Seminario.

Lorenzo Orellana (Antequera, 1937) es confesor del Seminario Diocesano y profesor de Homilética. Fue ordenado sacerdote en 1961, tras formarse en el Seminario de Málaga, donde ingresó con doce años, el día de San Miguel de 1949. «Las primeras noches las pasé, con el colchón que tuvimos que llevar, en el suelo, pues no había camas para tantos niños. Pero pronto descubrí que había dos ocupaciones fijas: la oración (sobre todo las celebraciones eucarísticas) y el estudio. La oración, centro de la vida de piedad, pues con la oración debíamos aprender a seguir y parecernos a Jesús, que era la meta. Y el estudio, para formarnos intelectualmente. Ambos debían acompañar siempre la vida del sacerdote».

La experiencia de Lorenzo contrasta con la de Manuel Jesús Otero (Alhaurín el Grande, 1994), que cursa su tercer año en el Seminario. Tras un año de discernimiento que él mismo califica como «emocionante, ilusionante pero a la vez duro por el reto que suponía», el 15 de septiembre de 2013 ingresó como seminarista. «Llegué junto a mi familia y nos recibió el rector, Francisco González. Fue el momento de la despedida: la de verdad, la más dura, la de mi madre, quien no pudo contener las lágrimas. Viendo cómo se iba el coche, me temblaron las piernas. Me di cuenta de que acababa una etapa para comenzar la que Dios quería para mí».

Fraternidad

En la vivencia de ambos tiene un peso fundamental el ambiente de fraternidad. «Los compañeros me acogieron como a un hermano, como uno más», cuenta Otero. Desde entonces hasta ahora, siento el Seminario como una auténtica familia. Aquella primera Eucaristía, en la capilla del Buen Pastor fue para mí como un abrazo de Dios, dándome también la bienvenida». «Si miro para atrás, cuenta Orellana, el primer recuerdo es para los compañeros, superiores y padres espirituales; el segundo, para los profesores, desde un don Juan Luna –sempiterno profesor de matemáticas-, hasta un don Ángel San Vicente, pasando por una nómina larguísima. Mi agradecimiento a todos. Recuerdo también los meses de agosto que pasábamos, ya teólogos, en las escuelas rurales de la Diócesis. Allí, don Adrián Troncoso y yo, para entrar en contacto con el mundo ferroviario, hasta hicimos maniobras con las máquinas de tren, en Bobadilla Estación».

La espiritualidad del ya pronto santo Manuel González sigue viva en la formación de los sacerdotes de Málaga. «Jesús Eucaristía es el corazón del Seminario, explica Manuel Jesús. La oración y la formación son sus pulmones. La oración, el motor que nos hace imitar y enamorarnos cada vez más y mejor de Cristo, y donde nos da el deseo de darlo a conocer y entregarnos a todos. La formación, el lugar donde conocemos más a Dios y nuestro mundo, buscando la mejor forma de hacerlo llegar a los demás». «El Seminario sembró en nosotros la fidelidad a Jesús, el amor a Dios y al pueblo, el sentirnos hijos de María, el gusto por el trabajo bien hecho, la capacidad para la misión y sentirnos agradecidos. ¡Bendito Seminario nuestro!» confirma entre exclamaciones Lorenzo.

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Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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