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Funeral del Rvdo. Diego Gil Biedma (Parr. Nª Sª de los Ángeles-Málaga)

Publicado: 19/01/2016: 9541

FUNERAL DEL RVDO. DIEGO GIL BIEDMA

(Parroquia de NªSª de los Ángeles-Málaga, 19 enero 2016)

Lecturas: 1 Sam 16, 1-13; Sal 88, 20-22.27-28; Mc 2, 23-28.

1. Las lecturas de la liturgia de hoy, de la segunda semana del Tiempo ordinario, nos ofrecen en el marco de las exequias de D. Diego una reflexión que quisiera concretar en dos ideas. La primera, la unción del Espíritu; y la segunda, el señorío de Cristo.

Respecto a la primera, el profeta Samuel, en nombre de Dios, va a buscar un candidato para ungirlo rey. Después de haber visto distintos hermanos de la familia de Jesé, a final, elige el último de los hijos, David, y el Espíritu le revela debe ungirlo rey.

En el Antiguo Testamento el tema de la unción se aplica a los reyes, a los profetas, a los sacerdotes. Y esa herencia judía ha sido asimilada por el cristianismo.

2. Hoy estamos celebrando el final de la peregrinación de nuestro hermano Diego en la tierra. Una peregrinación que comenzó con la unción suya en el bautismo. Nos recuerdan este hecho dos gestos: uno, que ya hemos hecho, que es encender el Cirio Pascual, símbolo de Cristo resucitado, de su misterio pascual y, por tanto, del bautismo en el que se nos regaló la luz de Cristo y la fe; y el otro gesto, que haremos al final de la misa, la aspersión con agua bendecida. El agua nos recuerda el bautismo inicial, por el que comenzamos nuestra peregrinación.

Cristo es el “Ungido” de Dios, el Ungido por excelencia. El Espíritu lo ha ungido para una misión. El Señor ha ungido a todo cristiano en el bautismo; y nos ha hecho miembros de su Reino, de la Iglesia, como sacerdotes, profetas y reyes. Somos pueblo sacerdotal. Si Cristo es el Ungido, los cristianos somos los ungidos por el Espíritu.

Esa unción nos ofrece la luz, la fuerza, el don del Espíritu y nos envía a una misión. Todo cristiano tiene una misión en el mundo; todo cristiano, como testigo de Cristo, está comprometido a vivir la fe y proclamarla a los demás.

3. Además de la primera unción bautismal, que inicia el peregrinar cristiano, Diego y los demás sacerdotes hemos sido ungidos con otra unción para una misión especial. Todos los cristianos recibimos la unción del bautismo y de la confirmación, que es el perfeccionamiento del bautismo.

Pero la unción sacerdotal es especial, para representar a Cristo Sacerdote Cabeza; y no solamente para ejercer el ministerio común de los fieles, como dice el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 10-11); sino para ejercer un ministerio que representa a Cristo Sacerdote, Cabeza de la Iglesia (cf. Pastores dabo vobis, 16).

Con esa unción fue ungido Diego para proclamar la Palabra y para ungir después a otros. Muchos de los presentes, vuestros hijos u otros miembros de vuestras familias, han sido ungidos por Diego en estos casi veinte años de pastoreo en esta parroquia. Otros habéis recibido de sus manos los sacramentos del perdón de los pecados, la Eucaristía; o habéis celebrado aquí vuestro matrimonio. Es decir, los sacramentos que el Señor nos ofrece para darnos su vida.

4. En este último adiós a Diego queremos agradecer el ejercicio del ministerio de la unción que se le regaló en el sacerdocio para bien de la Iglesia; para la misión especial de representar a Cristo.

Agrademos a Dios ese don y ese ministerio; el ejercicio que desarrolló y con el que tanto bien hizo. Muchos de vosotros conocéis mejor a Diego que un servidor; yo lo he conocido en esta última etapa. Antes nos han recordado las distintas tareas y misiones que los obispos malagueños le encargaron y a las que se dedicó con entrega generosa.

En las Bodas de Oro de su sacerdocio dejó escrito en una estampa su oración y su acción de gracias. Su lema: “No pedir nada y no decir que no a nada de lo que me manden”; obedecer al obispo, como pastor y hermano, para servir a la Iglesia. No pedir nada significa aceptar la voluntad de Dios a través del obispo. Y no decir que no a lo que se me proponga.

Diego decía en la celebración de su aniversario sacerdotal que eso había sido el lema de su vida.

5. La carta a los Hebreos dice en referencia al Sumo Sacerdote: «Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad» (Heb 10, 9). Esa puede ser también la máxima para todos los fieles, sacerdotes del bautismo y sacerdotes del ministerio sacerdotal; una máxima, una idea, un empuje espiritual para decir siempre: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

Somos ungidos por el Espíritu, con la misma unción que Cristo, el Ungido; estamos todos llamados a cumplir la voluntad de Dios. A cada uno nos pide el Señor lo que Él cree conveniente. Y no siempre coincide con lo que nos gustaría hacer. Esa es la verdad de nuestra fe.

Agradecemos a Dios la unción que hizo a nuestro hermano Diego como fiel cristiano primero; y luego como sacerdote; agradecemos su ejercicio ministerial en el día a día, ejerciendo bien el encargo y llevando a cabo la misión que se le ha encomendado.

6. La segunda idea es la del señorío de Cristo. Nos la ofrece el Evangelio en la discusión entre los fariseos y Jesús, porque sus discípulos habían arrancado unas espigas en sábado; es decir, les critican porque hacen en

sábado lo que está prohibido por la ley. Y Jesús es muy claro: Dios es Señor de todo y Cristo, su Hijo, es Señor de todo. Señor de la Creación, Señor de las personas, Señor de las leyes, Señor del sábado.

El señorío de Dios se extiende a todas las partes y a todas las dimensiones del mundo. El señorío de Dios es absoluto. Y este señorío es también sobre la enfermedad y sobre el pecado fundamentalmente. El señorío de Cristo, el Señor, el Ungido, está por encima del pecado, del dolor, del sufrimiento y de la muerte.

Jesús fue semejante en todo a nosotros menos en el pecado, como dice el texto de la carta a los Hebreos (cf. Heb 4,15). Él ha pasado por la encarnación, por el dolor, por el tiempo, por la muerte. Pero es Señor de todo y lo ha transformado todo. Ha dado sentido al dolor, ha dado sentido a la enfermedad, ha perdonado el pecado y ha superado la muerte temporal; ha resucitado.

7. Esto es lo que estamos celebrando ahora, queridos hermanos: el Señorío de Dios sobre la muerte. Nuestra fe nos dice que nuestro hermano Diego sigue vivo; sigue resucitado con Cristo, cuya semilla de inmortalidad se le regaló en el bautismo. Ha completado su peregrinación en la tierra, pero sigue ahora su vida de manera más plena, de una manera iluminada, sin vendas, sin obstáculos, sin dudas ante la presencia de Dios.

Eso es lo que vamos a pedir a Cristo, Señor de la muerte y Señor del pecado: que perdone todos los pecados que pudo cometer nuestro querido Diego por la fragilidad humana; y ahora, habiendo ya compartido con Él la muerte del Ungido, Cristo, también disfrute de la resurrección con Él.

Hagamos una acción de gracias por él, por su vida y su ministerio. Y una petición a Dios, para que se haga realidad lo que creemos y lo que él profesó.

¡Que la Virgen María le ayude, le acompañe y siga protegiéndole con su maternal intercesión! Ella cuida siempre de todos sus hijos. Amén.

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