NoticiaColaboración Navidad: la revolución de la Misericordia Publicado: 20/12/2015: 14692 La fiesta de la Navidad se ha convertido en la orgía del consumo y del marketing. La dimensión evangélica de la Navidad ha quedado secuestrada por la sociedad del mercado neoliberal. Los símbolos navideños (belenes, villancicos, etc.) ahora son manipulados como propaganda comercial o política. Desde la megafonía instalada en las balconadas de los ayuntamientos, incluso de los oficialmente más ateos y laicistas, se escuchan diariamente el canto de los más sacrosantos villancicos. ¡Hay que animar al personal! También la familia es utilizada para convertir la Navidad en una fiesta idílica y sentimental en torno a una mesa bien abastecida. La Iglesia cristianizó la fiesta pagana del 25 de diciembre, fiesta de los solsticios de invierno y la celebración del Sol invictus, y puso en su lugar la fiesta del nacimiento de Jesús, verdadero sol y luz del mundo. Hoy parece que, en revancha, la sociedad paganiza la Navidad, manteniendo la apariencia de fiesta cristiana. Pero la Navidad es la irrupción de la novedad de lo diferente, de lo alternativo: nos ha nacido un Niño. Es Jesús, el Dios que se abaja, que nace en las periferias de una galaxia determinada. • Un Niño que no sabe hablar, y nos lo ha dicho todo: nos dice que está presente entre los últimos, en los sin techo, en los que viven en el descampado… y es allí donde tenemos que encontrarlo. • Un Niño que no puede andar, y ya ha abierto un camino: el camino del amor compartido, de la solidaridad, de la lucha por la renovación de nuestro mundo violento, inhumano, cruel y sin entrañas. En él se hace carne la palabra de Dios, esto es, el proyecto y el sueño de Dios para este mundo. • Nos ha nacido un Niño, aunque habría que decir mejor: nos está naciendo un Niño que no es capaz de valerse por sí mismo, y ya nos ha salvado a todos, o mejor dicho, nos está salvando a todos. ¡Déjate salvar, déjate liberar por él! Frente al mundo del consumo, al mundo egoísta y triste, Navidad es la revelación de la gratuidad, la revolución de la misericordia, de la bondad y de la alegría del Evangelio. Y esta revolución es tan fuerte que irradia luz incluso en medio de la celebración pagana del solsticio de invierno. Su menaje para nosotros es muy concreto: todos estamos llamados a humanizarnos, a sentirnos más sensibles ante los que sufren, a continuar haciendo del Evangelio - el camino abierto por Jesús - la norma de nuestra vida. Todos estamos llamados a ser agentes de humanización y de misericordia en medio de nuestro mundo. Es necesario, en este Año de la Misericordia, no olvidar las palabras de san Ambrosio que el papa Francisco nos recordaba hace unos días: “El nombre de Dios es la misericordia y donde hay misericordia, allí está Dios”. Donde hay misericordia, allí está naciendo Dios, podemos añadir nosotros. Y feliz Año de la Misericordia recibida y entregada a los hermanos.