NoticiaPatrona de la diócesis Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 7º. Publicado: 16/09/2014: 11198 NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 7º. Catedral de Málaga (5 septiembre 2014) Lecturas: Gal 4,4-7; Sal 130, 1.2.3; Lc 2,41-52 Evangelizar al estilo de María 1. Introducción Querido Señor Obispo y hermanos concelebrantes, queridos miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad de Santa María de la Victoria, queridos fieles de los arciprestazgos e instituciones que venís hoy a venerar a nuestra patrona. De nuevo nos congregamos en torno a Santa María de la Victoria, para acudir a su protección maternal. Bajo su mirada nos sentimos invitados a renovar nuestra consagración al Señor y a adorarle en «espíritu y verdad», cumpliendo su voluntad. Hemos contemplado lo que significa una Iglesia en salida misionera, no para ser ella el centro, sino para anunciar la alegría del Evangelio. Con ella hemos visto cuál es la fuente de la que hemos de beber para acrecentar el ardor evangelizador e impulsar la misión: la pasión por Dios y por los hombres, y la experiencia personal de que el Señor es el único salvador de los hombres. Junto a ella pedimos al Espíritu que nos impulse a ser mejores testigos del Evangelio. Hoy quisiera invitaros a contemplar a la Virgen María y la vida de Jesús en Nazaret para recordar y acoger algunos rasgos del estilo de la nueva evangelización, a la que nos invita el papa Francisco. 2. La palabra de Dios El texto de la carta de san Pablo a los Gálatas nos muestra cuál es la clave de la misión de Jesús y su estilo. Dios no ha querido salvarnos desde arriba, ni desde lejos, a distancia, sino que ha querido hacerlo desde la cercanía y, por eso ha enviado a su Hijo, que se ha hecho uno de nosotros, como dice san Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley”. El hijo es un don del Padre, que lo ha enviado. Pero diciendo que Jesús ha “nacido de mujer”, pone de relieve la fragilidad de la condición humana asumida por Jesús, en todo como la nuestra menos en el pecado. Por si eso no fuese suficiente, quiso insertarse en la historia del pueblo de Israel: “nacido bajo la ley”, sometido a la misma. Así ha querido salvarnos Dios, enviándonos a su propio Hijo: Para que recibiéramos el ser hijos por adopción, para que seamos herederos suyos, coherederos con Cristo. ¡Cuánta generosidad por parte de Dios! ¡Qué suerte la nuestra poder ser hijos de Dios y coherederos con Cristo! El Evangelio nos presenta la familia de Nazaret celebrando la Pascua en Jerusalén, cuando Jesús cumplió doce años, momento en el que entró a formar parte como adulto del pueblo de la alianza. Como hemos oído, Jesús se quedó en el templo de Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos volvieron a buscarlo y lo encontraron a los tres días en el templo, sentado en medio de los maestros. Ante la queja angustiada de María y de José –"Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu Padre y yo te buscábamos angustiados”"- Jesús les responde: “¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre? María y José difícilmente podrían entender en aquel momento el alcance de la respuesta de Jesús. Por eso afirma el evangelista: “su madre conservaba todo esto en su corazón.” Jesús bajó con ellos a Nazaret y, bajo su autoridad, iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. El hogar y el pueblo de Nazaret fueron la escuela de Jesús, el ámbito en el que se preparó para su vida pública. Los evangelios no narran la vida de Jesús en Nazaret, durante 30 años. Son años en los que ha compartido la vida familiar y el trabajo ordinario con sus vecinos, dignificándolos con su sola presencia. De María, de José y de sus paisanos seguro que aprendió muchas imágenes y experiencias que configuraron su estilo de vida y que Jesús utilizó en sus enseñanzas durante su vida pública. Este tiempo de vida oculta, que a veces pasa desapercibido, es clave para comprender a Jesús, su estilo de vida, su misión y la forma de llevarla a cabo. 3. Un estilo evangelizador mariano El Papa nos invita a impregnar toda la actividad evangelizadora de la Iglesia de “un estilo mariano” que él define con cinco rasgos que pueden contemplarse en la Virgen María: la contemplación, la humildad, la ternura, la justicia y el salir al encuentro de los demás (EG 288). Porque “cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. María es también la que conserva cuidadosamente «todas las cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Ella sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Jesús para realizar su misión: se ha hecho nuestro «prójimo», se ha hecho «carne», hombre débil como nosotros (Jn 1,14), ha nacido de mujer, ha asumido solidariamente la historia de su pueblo y de la humanidad (Mt 1,1-17; Lc 3,23-38); despojándose de su rango, “tomó la condición de esclavo” (Flp 2,5-11). El centro de su mensaje, lo más importante y que llena de alegría, es el anuncio de que el Reino de Dios ha dejado de ser una promesa porque se ha hecho presente en él. Jesús ha enviado a sus discípulos para que, con su mismo estilo, continúen su misión. La primera clave del estilo misionero de Jesús es la encarnación. Esta implica cercanía y compromiso, como nos dice la Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio.” Tenemos que centrar el anuncio “en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”: el anuncio del amor incondicional de Dios y su reinado (EG 35). Y dejar la iniciativa al Señor, que llama, envía y nos precede: él envía a donde pensaba ir él. A nosotros nos toca colaborador como servidores, porque no somos los dueños de la misión. La misión sólo podemos realizarla con la autoridad y el poder del Señor, y no sólo, ni principalmente, con nuestras propias fuerzas. La gratuidad y el desinterés deben presidir toda acción evangelizadora, sin dejarnos atrapar por el éxito pastoral, como hizo Jesús. Cuando los discípulos le encuentran porque todos lo buscan.” Él responde “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.” (Mc 1,35-39); Sin aprovecharnos de la misión para buscar nuestro bienestar, para acomodarnos (Lc 9,4) o medrar. La misión la hemos de realizar desde la pobreza. Bien claro lo dice Jesús: “No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno”. Anunciando el evangelio como Jesús, sin excluir y sin imponer, “sino como quien comparte la alegría de haberse encontrado personalmente con el Señor” (EG 14). Y todo esto sin vanagloriarnos, sabiendo que como siervos hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc 17,7-10). 4. Conclusión No podemos quedarnos tranquilos, esperando pasivamente, tenemos que salir a proponer la fe. Es necesario pasar a una «pastoral decididamente misionera» (EG 15) con la que tenemos que comprometernos todos: parroquias, comunidades, movimientos y hermandades y cofradías, la diócesis en su globalidad con el Obispo, e incluso el Papa en modo de realizar su ministerio (EG 28-32). Demos gracias al Dios, que se ha hecho uno de nosotros para que lleguemos a ser verdaderos hijos de Dios, coherederos con Cristo. Demos gracias al Señor, que con su vida oculta en el hogar de Nazaret ha dignificado la vida familiar y el trabajo de la gente sencilla. Le pedimos a Santa María de la Victoria que, bajo su mirada, nos comprometamos a un trabajo evangelizador que esté marcado por la contemplación, la humildad, la ternura, la justicia y el salir al encuentro de los demás. Santa María de la Victoria “ayúdanos a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús. Aviva en nosotros un nuevo ardor apostólico para que ofrezcamos a todos, con humildad y ternura, la buena noticia del Evangelio. Amén.