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Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 5º.

Publicado: 16/09/2014: 10216

NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 5º. 

Catedral de Málaga (3 septiembre 2014)

Lecturas: Ex 19,3-8a; Sal 118,1-2.10-11.12 y 14.15-16; Jn 2,1-11

La Virgen María, cercana a los pobres

1. Introducción

Queridos hermanos concelebrantes y hermanos de la Hermandad de Santa María de la Victoria, queridos miembros de las instituciones que hoy venís a venerar a nuestra patrona, hermanos todos. Una tarde más nos congregamos en torno a nuestra patrona, Santa María de la Victoria, para contemplar su vida, pedir su intercesión y así comprometernos más decididamente en la nueva evangelización, a la que nos invita el Papa Francisco.

La Santísima Virgen María, que se puso en camino para llevar la salvación, nos invita también a nosotros a ponernos en camino, atentos a las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres.

2. La palabra de Dios

Los dos textos de las Sagradas Escrituras que hemos proclamado nos invitan a “escuchar la voz de Dios”, a hacer lo que él nos diga. En la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, hemos visto como Dios envía a Moisés para ofrecer al pueblo una alianza, un pacto. Con él les ofrece la posibilidad de ser propiedad personal de Dios, pertenecerle sólo a él. Al pueblo se le pide responder, confiar en Dios, a partir de la salvación ya experimentada con la liberación de la esclavitud de Egipto. Y les ofrece sus mandatos: “Moisés les expuso todo lo que el Señor le había mandado”. Unos mandatos que son la expresión de la voluntad de Dios para que puedan vivir en su alianza. El pueblo, consciente de su experiencia acepta y responde: “haremos cuanto el Señor nos ha dicho.” De esta manera el pueblo acoge el don de la alianza, pasan a ser propiedad de Dios, se comprometen a vivir poniendo en práctica su voluntad.

El Evangelio nos habla de una boda, en la que se ha acabado el vino. A María, atenta, no le pasa desapercibida la situación y el apuro de aquellos esposos, así como el desastre en el que podía terminar la fiesta y acude a Jesús, que había ido también a la fiesta con sus discípulos: “No tienen vino”.

La respuesta de Jesús, a primera vista, parece fuerte y desconcertante: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora.” Y es que aún no ha llegado la hora en la que Jesús deba comenzar a realizar sus signos. Pero cuando llegue su hora, en la cruz, será Jesús quien llamándola de nuevo “mujer”, le pida que nos acoja como hijos.

María confía en Jesús y por eso no duda en decir a los sirvientes: “Haced lo que él os diga.” Ante esa confianza Jesús accede y da orden a los sirvientes: “llenad las tinajas de agua.” Y se produce el signo: las seis tinajas previstas para la purificación de los judíos han sido llenadas de agua. Pero sorprendentemente, en ellas sólo hay vino, el agua se ha convertido en vino. Y no en cualquier vino, sino en un vino bueno, hasta el punto que el mayordomo reprocha al novio que haya reservado el vino bueno para el final.

A los discípulos presentes y a los primeros lectores del Evangelio, no les podía pasar desapercibido el alcance de aquel signo. Y el evangelista lo señala. Con aquel signo: “Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”.

Cuando el Antiguo Testamento y las tradiciones bíblicas quieren expresar la relación de Dios con su Pueblo, acuden frecuentemente al matrimonio, donde Dios viene presentado como esposo y el pueblo como esposa.

Entre los bienes que los profetas anunciaban para cuando viniera el Mesías, destaca la abundancia de vino, hasta llegar a decir con exageración que manará de la tierra abundantemente, como el agua.

A la luz del trasfondo bíblico, el evangelista nos quiere decir que ya no es necesaria el agua de la purificación porque con Jesús, el Mesías, ha llegado la abundancia del vino nuevo. Jesús se manifiesta como el esposo de los tiempos mesiánicos, que trae la alegría del Reino.

Pero fijemos nuestra atención en la Virgen María: ella ha estado atenta a la situación y con delicadeza ha salido en auxilio de los esposos. Atenta a la respuesta del hijo, acogiéndola, invita a hacer lo que él diga. No ha porfiado a su hijo sino que, confiando, lo ha dejado todo en sus manos. De esta manera el Hijo anticipa su hora, realiza el signo y los discípulos se abrieron a la fe. La atención de María a la situación precaria de aquellos esposos no es un hecho aislado: Como María siempre sale en ayuda de los débiles. La hemos contemplado en el Magnificat cantando la acción salvadora de Dios, especialmente en favor de los humildes y los pobres. En la noche de Belén, acoge a los pastores, tan pobres que algunos pensaban que ni eran personas. Ella ha tenido que huir con José para salvar la vida del niño. La vemos en el evangelio acudiendo en busca de su hijo: perdido en el templo o con sus parientes, porque piensan que Jesús está fuera de sí. Cuando Jesús está más pobre y débil, estará junto a él, al pie de la Cruz. Es la madre que acoge a Juan como a Hijo y en él a todos nosotros, tan pobres y débiles. Y no podía ser de otra manera, porque María tiene su voluntad y su corazón unido a la voluntad y al corazón de Dios, y “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9).

3. La opción preferencial por los pobres

Como dice el Papa Francisco, “Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres” (EG 197). La salvación vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan.

Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón, porque el Reino de Dios os pertenece» (Lc 6,20). Esta preferencia divina tiene que tener consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5), afirma el Papa. Por eso, la Iglesia ha hecho una opción preferencial por los pobres, entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana» (EG 198). Por eso, afirma el Papa “quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos”. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. Tenemos que “reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. Especialmente hemos de ofrecerle la oportunidad de conocer el Evangelio y hacer que se sientan en la comunidad cristiana como en su propia casa (EG 188).

Todos los cristianos “estamos llamados a escuchar el clamor de los pobres”, afirma el Papa. “no se trata de una misión reservada sólo a algunos” (EG 188). Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, (…) Y la falta de solidaridad en sus necesidades afecta directamente a nuestra relación con Dios (EG 187).

4. Conclusión

Como María hemos de estar atentos a los demás, a sus situaciones, especialmente a los más pobres, y hacer lo que el Señor nos diga: lo que su Palabra nos dice cuando abrimos nuestro corazón y nos dejamos iluminar por las enseñanzas de la Iglesia. Y esto con la certeza de que ahora como entonces, Dios seguirá actuando, el Señor seguirá haciendo los signos que permitan creer que él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, para que creyendo todos tengamos vida en su nombre.

Santa María de la Victoria, Madre de los pobres, ayúdanos a escuchar la voz de tu Hijo y a hacer lo que él nos diga para que también en nuestras vidas los pobres tengan un lugar especial, como lo tienen en tu corazón y en el de tu Hijo. Ayúdanos a vivir en el servicio, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.

Amén.
 

Gabriel Leal

Sacerdote diocesano

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