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Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 3º.

Publicado: 16/09/2014: 9735

NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 3º

Catedral de Málaga (1 septiembre 2014)

Lecturas: Sof 3,14-18; Is 12,2-3.4bcd.5-6; Lc 1,39-56

María, modelo de una Iglesia en salida

1. Introducción

Queridos Señor Obispo, queridos miembros de las instituciones que hoy venís a venerar a nuestra patrona, queridos hermanos de la Junta de Gobierno de la Hermandad de Sta. María de la Victoria y hermanos todos.

Una vez más nos disponemos a venerar a nuestra patrona, Santa María de la Victoria, con el deseo y la esperanza de que nos ayude a reavivar en nosotros la pasión por anunciar el Evangelio. En los días anteriores hemos contemplado la entrega de María, su consagración al Señor que nos invita a entregarnos también nosotros a la voluntad de Dios, adorando así al Padre en espíritu y verdad.
Hoy nos disponemos a contemplar la visitación de la Virgen María a su pariente Isabel.

2. La palabra de Dios

La lectura del profeta Sofonías que acabamos de oír es una invitación a la alegría y al júbilo. El profeta invita a alegrase de todo corazón a Jerusalén porque “el Señor ha cancelado su condena, ha expulsado a sus enemigos” y los ha librado del temor, porque el Señor está como Salvador en medio de su pueblo. Más aún, porque el Señor ama a su pueblo, se goza y se complace en él y se alegra con júbilo, como en día de fiesta.

El Señor está presente entre nosotros esta tarde, porque estamos reunidos en su nombre, para oír su palabra, celebrar la Eucaristía y dar culto a su madre, la Virgen Santísima. La presencia del Señor nos invita a la alegría. Porque, como dice Sofonías, Él nos ama y se alegra con nosotros con júbilo, como en día de fiesta.

El evangelio que se ha proclamado nos muestra cómo, después de la anunciación, el gozo desbordante de la Virgen la lleva a ponerse en camino, a prisa a casa de su pariente Isabel. De esta manera María acoge el signo que el Ángel le ha ofrecido: “tu pariente Isabel, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo.” Y se queda ayudando a Isabel y compartiendo con ella la alegría de la maternidad de Isabel, largo tiempo deseada y suplicada.

María lleva en su seno al Salvador y en el silencio de su corazón el anuncio del Ángel y la misión que Dios le ha encomendado. Esto, oculto a primera vista, no pasa desapercibido para Isabel, ni para el hijo de sus entrañas: Juan salta de gozo, como hiciera el rey David ante la presencia del Señor en el Arca de la Alianza.

Isabel, llenada del Espíritu Santo proclama benditos a María y al hijo de sus entrañas: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! Ella reconoce su pequeñez ante María, a quien llama la madre de su Señor e interpreta el salto de Juan en su vientre como un salto de alegría, provocada por el saludo de María y la presencia en su seno del Salvador. Isabel llama a María dichosa porque ha creído, porque con su sí ha acogido con fe el mensaje del ángel. Isabel sabe de la fidelidad de Dios y por eso, llena de confianza, dice a María: “lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

Ante el saludo de Isabel y su alabanza, ante el gozo que hace saltar al Bautista, María no responde mirándose a sí misma, centrándose en ella: no se para a ponderar su suerte, y mucho menos sus méritos, ni su valiente y comprometida respuesta al anuncio del ángel. Contra lo que cabría esperar, María irrumpe en un canto de alabanza a Dios, el Magníficat.

Inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, María celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios ha realizado en ella y a lo largo de la historia. Su alegría brota porque ha experimentado personalmente la mirada benévola que Dios dirigió a ella, una joven pobre y sin influjo en la historia; el ángel no fue a llamar a la puerta de una familia poderosa e influyente. María reconoce su situación de pobreza y pequeñez ante Dios que, gratuitamente, puso su mirada en ella, llamándola para ser la madre del Mesías.

María anuncia que desde ahora la felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha realizado obras grandes en ella, mostrando, una vez más, que su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Aquella proclamación que hizo Isabel llamándola “dichosa” se irá extendiendo con un dinamismo incontenible, del que formamos parte nosotros reunidos esta tarde para celebrar a la Virgen de la Victoria.

María continúa cantando lo que Dios ha hecho por su pueblo a lo largo de la historia: “Él hace proezas con su brazo”, como hizo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y “dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

A la luz de la historia de Israel, María no se refiere sólo a categorías sociales, poderosos-humildes, hambrientos-ricos, sino también a las actitudes del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza a través de la acción salvadora de Jesús.

Dios se ha puesto de parte de los últimos. María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios en la historia: “El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia” (cf. RM 37). Así nos lo recuerda insistentemente el Papa Francisco: "Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados (…). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio» (Benedicto XVI)” (EG 48).

El júbilo de María tiene una base sólida: su confianza absoluta en la fidelidad de Dios, con la que termina su canto: Dios se acuerda “de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre”.

3. Como María, ser discípulos-misioneros

Ante el inmenso don que Dios le ha hecho de engendrar en su seno al Mesías, al Hijo único de Dios, la Virgen no se ha quedado ensimismada, encerrada en ella y en la suerte que ha tenido con su elección por parte de Dios. Al contrario ese inmenso gozo la ha puesto en camino, no la ha constituido en centro al que los demás deben aproximarse y caminar, sino en humilde peregrina portadora del Salvador y de la alegría de la salvación. Con este canto María atrae la atención de Isabel, y con ella la de todos nosotros, para que volvamos la mirada y el corazón agradecidos a Dios, para que como ella proclamemos las maravillas que Dios hace en favor de todos los pueblos.

En la medida que nos encontramos con el amor de Dios en Cristo Jesús, no podemos dejar de experimentar una enorme alegría y un impulso imparable que nos lleva a comunicarlo a los demás. Como dice el Papa Francisco, la alegría del Evangelio es una alegría misionera (EG 21). Todo discípulo es necesariamente misionero, como acabamos de contemplar en la Virgen María. Por eso no es de extrañar la insistencia del Papa invitándonos a que no estemos, ni a nivel personal ni comunitario, centrados en nosotros mismos y nuestras instituciones, sino a ponernos en camino, “en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres”. Y continúa el Papa “¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios” (EG 97).

4. Conclusión

El ejemplo de la Virgen María es una invitación a hacer como ella: a no pararnos en nosotros mismos, ni en el valor de nuestro compromiso o fidelidad, sino a ponernos en camino llevando la salvación a los demás, con el testimonio de nuestra vida y con las palabras cuando sea oportuno. Como María, “salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo” (EG 49).
Con el salmista demos gracias a Dios por todas las personas que con su testimonio nos abrieron a la fe y nos han ayudado a crecer en ella.

Santa María de la Victoria “Madre de Jesús y de la Iglesia, concédenos entrar en el misterio de tu fe y de tu alabanza”.

Gabriel Leal

Sacerdote diocesano

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