Su origen malagueño

Publicado: 04/06/2010: 1581

La constancia histórica de la existencia de los santos mártires se basa en los textos de varios libros martiriales y litúrgicos, siendo la referencia más antigua la contenida en el llamado Martirologio de Usuardo.

El nombre del martirologio debe su nombre a su autor, un monje que por encargo del rey franco Carlos el Calvo, efectuó en 858 un periplo por la Península Ibérica para recopilar y salvaguardar los testimonios de la iglesia hispánica, amenazada entonces por el entorno islámico imperante desde la invasión del año 711. Este religioso, explícito y conciso, aporta el nombre de los bienaventurados asociados a Málaga, su dies natalis, sin especificar el año, y la forma en la que fueron ejecutados, datos tomados presuntamente de las actas o cualquiera otra documentación que le debió ser facilitada por los representantes de la iglesia mozárabe, con los que necesariamente tuvo que establecer contacto durante su periplo por nuestro suelo.

A este testimonio capital se unen otros posteriores como son el códice de Cárdeña (932) y cuatro códices de Silos, redactados entre 1037 y 1072, que fueron conformando el corpus de la legenda de los patronos malagueños, además de aportar una cronología más detallada, al reseñar el martirio de Ciriaco y Paula hacia el año 304, en el transcurso de una de las persecuciones decretadas por Diocleciano. De todos estos textos bebió la historiografía y el Martirologio Romano de 1583, común a toda la Iglesia universal, hasta que surgió la primera disparidad con la publicación en el siglo XVIII de un himnario mozárabe descubierto en Toledo, presumiblemente de fines del XI y sacado a la luz por el célebre cardenal Francisco Antonio Lorenzana. Este documento, que calla en cuanto al lugar del martirio de los santos en cuestión, aporta la novedad de mencionar a Anolino, a la sazón procónsul de Cartago. Con todo, el dato en sí quizás hubiese pasado inadvertido, si en la centuria siguiente el profesor holandés Reinhart Dozy, no hubiese descubierto y publicado un santoral compuesto en la mitad del siglo X, conocido por la crítica como de Recemundo, que fue el nombre de su redactor y obispo de Ilíberis. En este texto se da por hecho de que los santos fueron inmolados en la ciudad de Cartagine, aunque sin especificar a su vez si se trata de la urbe norteafricana o de la hispánica, de igual gentilicio. Esta nueva aportación sirvió de acicate para cuestionar la venerable tradición, al contrastarse con la suministrada por la colección de himnos toledanos, siendo tomada por muchos como prueba irrefutable de que los apodados popularmente como Martiricos ni fueron oriundos, ni entregaron sus almas en tierra malacitana. Esta corriente de negación de la leyenda de los santos, refrendada como es bien sabido por el papa Inocencio VIII, con ocasión de la conquista de Málaga por los Reyes Católicos, fue rebatida en el albor del siglo XX por varios eruditos, principalmente de ámbito eclesiástico, entre los que destacaron el jesuita y académico Fidel Fita y el canónigo Emilio Ruiz Muñoz, autor este último de una elaborada vindicación, objeto recientemente de una reedición facsimilar.

A pesar de estos debates de los historiadores, apenas se han realizado nuevas aportaciones en torno al tema, dando por sentado que la corriente crítica surgida en el siglo XIX era la válida.

La Iglesia, sin embargo, no ha callado en este tema. No tanto la local en relación a sus santos patronos, a los que ha reducido su celebración al ámbito de la ciudad de Málaga, sino la Iglesia universal, en relación a todos los santos incluidos en el Martirologio Romano. Con la reforma que se publicó en el año 2001 y que ha sido editada en castellano en el 2005, la noticia de los Martiricos ha quedado como sigue: “En África, santos Ciriaco y Paula, mártires (c. s. IV)”. Los criterios que la comisión vaticana ha seguido son los que desde hace, literalmente, siglos se venían reclamando tanto desde los católicos más críticos como desde los círculos de historiadores y, sobre todo, de hagiógrafos. Desde hacía ya mucho tiempo tanto los bolandistas como las publicaciones vinculadas a estas materias (Acta Sanctorum, Anaclecta Bollandiana, Subsidia hagiographica Latina, Graeca y Orietalis) habían hecho aportaciones muy valiosas en torno a la historicidad de determinados santos, al carácter legendario de sus biografías o datos martiriales y a la no demostrada santidad de determinados personajes históricos. Baste como ejemplo que se habían convertido sistemáticamente en santos los primeros obispos de determinadas iglesias, como ocurrió en el siglo XVII con nuestro san Patricio malagueño.

Por todo ello, la reforma del Martirologio, libro litúrgico que se había ido convirtiendo en un compendio de noticias hagiográficas, era más que necesaria. El problema era, sin embargo, delicado: tocaba cuestiones de tradición localista que herían la sensibilidad del pueblo cristiano y producían repercusiones negativas en fieles poco amigos del rigor histórico. Los gritos en defensa de la historicidad de santos legendarios habían surgido ya con las reformas de 1948 y 1956, cuando desaparecieron algunos como Jorge o Bárbara que tenían amplios grupos de devotos, hasta el punto de ser patronos de Inglaterra y Cataluña, o de artilleros, mineros, etc. La revisión que debía seguir al Concilio Vaticano II se hizo esperar, precisamente por lo amplio del trabajo y la inclusión de los nuevos santos y beatos de los que el siglo XX ha sido el más rico en la historia de la Iglesia desde las primeras persecuciones, en considerable medida gracias al criterio personal del papa Juan Pablo II.

Son muchos los santos que han sido depurados: en ocasiones porque no había constancia histórica de ellos; o bien porque los testimonios aportados aparecían rodeados de una confusión de nombres, fechas o lugares. Otras veces los datos eran correctos, pero no sus alabanzas o detalles del martirio, ni se aportaban pruebas sobre su supuesta santidad. De los listados hagiográficos han desaparecido muchos nombres por estos motivos. Otros, como san Ciriaco y santa Paula, han salido reforzados en cuanto a su historicidad que ahora nadie puede poner en duda puesto que las fuentes, como veremos, han sido sabia, crítica e históricamente cotejadas, pero sin embargo, han sido eliminados los datos del martirio que sobre ellos había aportado Usuardo.

El Martirologio que elaboró el susodicho Usuardo, monje parisino de Saint-Germain-des-prés era el único de los medievales que recogió la noticia de los patronos malagueños. Esto fue así porque mientras los restantes martirologios medievales partían del antiguo jeronimiano, de origen griego, Usuardo, aprovechando su viaje a Córdoba en pleno siglo IX, pudo acceder a los ricos fondos de la tradición que atesoraba la iglesia mozárabe, heredera de la liturgia visigoda y ésta a su vez de la hispanoromana. Todavía los antifonarios, salterios e himnarios de la liturgia hispana de todas estas fechas dan fe del culto que los cristianos continuaron tributando a lo largo de los siglos a los grandes testigos, que es lo que quiere decir mártires, de la Iglesia de la Antigüedad.

Los datos que aporta en su obra, como ocurría con los restantes martirologios históricos medievales partiendo del de san Beda el Venerable, pasando por el de Floro de Lyon y acabando en el de Adón de Viena de la Galia, no disciernen lo verdadero, lo histórico ni lo genuino de lo legendario y lo falso. Hoy se considera que hasta el cincuenta por ciento de los datos que estos autores aportan son erróneos. Sus fuentes no son propiamente pasionarios, al menos que sepamos, sino meros textos eucológicos elaborados en recuerdo de los mártires con todo el adorno literario y musical que tales pasajes litúrgicos deben tener pues son memoria presente de los santos, realidad vivida con fe, lex orandi, lex credendi.

Como obras discursivas están llamadas a atraer la atención del oyente, que es el primer requisito de la retórica, de ahí el escueto pero necesario relato de la forma de su muerte. Como obras narrativas deben situar al oyente en un contexto histórico y topográfico concreto: la gran persecución, la de Diocleciano del año 304, 18 de junio, quatordecimo kalendas Julii, en la ciudad de Málaga, en Hispania. Deben contar con unos personajes protagonistas: Ciriaco y Paula, siguiendo el orden tradicional que antepone los mártires a las vírgenes consagradas y los hombres a las mujeres. Sus nombres, como era habitual en todos los martirologios, se ponen en genitivo, Cyriaci et Paulae, haciendo referencia a una omitida palabra que se sobrentiende siempre: depositio, obitio, martirio, memoria... Deben, en fin, narrar de forma sucinta la forma de su muerte: qui, post multa tormenta sibi illata, lapidibus obruti, inter saxa caelo animas reddiderunt.

El caso es que Usuardo recogió la noticia en Córdoba y no en Málaga, por lo que el dato tópico que aporta no indica que Ciriaco y Paula recibieran culto en ésta última ciudad como se ha venido indicando por la crítica, ya que recibían culto en toda la Iglesia hispánica pues aparecen en los libros litúrgicos mozárabes, herederos de los visigodos, como el mencionado Himnario de Toledo. Si no se refiere a la ciudad donde recibían culto, el único significado que tal referencia topográfica puede aportar, en el contexto en que lo hace, es que se asocia su martirio a la ciudad de Málaga. Este dato se refuerza por la aclaración, in Hispania, que no sería necesaria dado que no existía otra ciudad de ese nombre todavía, ya que las americanas obviamente llegaron más tarde. Además pudo haber sido oportuno si la ciudad ya hubiera dejado de ser sede episcopal en el siglo IX con lo que el orbe católico podría haber perdido la referencia de su existencia pero por entonces era titular de la sede malagueña y ejercía su ministerio en la misma el polémico Hostégesis. La referencia, pues, sitúa históricamente a la ciudad de Málaga, no como parte del Califato de Córdoba, sino como Municipium Flavium Malacitanum, en la Hispania romana sobre la que gobernaba Diocleciano y en la que también se llevó a cabo la persecución sobre los cristianos por él decretada.

Los nombres de los protagonistas, hartamente traducidos en todos los estudios, son sin embargo propios de la zona mediterránea de influencia oriental: si Paula, de etimología latina era un nombre más universal, no lo era tanto el de Cyriaco, de origen griego como los son otros mártires de igual nombre en la zona de Grecia y Asia Menor. Es más, algunos han querido interpretar Siriaco en lugar de Cyriaco, lo que acercaría aún más al personaje protagonista al área dominante del levante mediterráneo. Esto sitúa, en esta fase de expansión del Cristianismo, a esta santa pareja más en la órbita cultural de Roma que en la de África.

Conviene hacer aquí una referencia al antagonista de estos mártires. Nada dice de él Usuardo y es extraño porque otro de los datos que debían aportar los martirologios era el nombre de su verdugo. Si tuvo acceso a las fuentes litúrgicas debió conocer el que aparece, por lo menos, en el Himnario, cuyo nombre, Anolino, se había convertido en un exhorto literario para señalar al villano por antonomasia en todas las causas de los mártires en las que no figuraba el juez o el gobernador romano responsable de la ejecución de la norma imperial anticristiana, convirtiéndolos así a todos en mártires de Cartago. Sabedor, como hombre culto de su época, de que se trata de una licencia retórica en la composición del himno laudatorio de Ciriaco y Paula, Usuardo no incluyó el nombre en su obra, entre otros motivos porque entraría en contradicción con la referencia topográfica malacitana que precede a los nombres de los santos.

En cuanto a la forma de martirio, al relato de los hechos en sí, obvia la parte conocida, por común en todas las causas martiriales: denuncia, comparecencia ante un tribunal, renuncia al sacrificio pagano y condena. Arranca la narración, después de haber presentado los protagonistas, con un resumen de sus padecimientos: post multa tormenta sibi illata. A continuación el tipo de muerte: cubiertos de piedras (lapidibus obruti), es decir, lapidados. Esta noticia influyó en algunas de las representaciones que se conservan del momento de la muerte de los santos, como en el frontal de altar, repujado en plata, que se conserva en la Catedral de Málaga, o en el proyecto de la fachada principal de dicho templo elaborado por Antonio Ramos. En ambos ejemplos aparecen los Patronos de rodillas y no en pie como mayoritariamente se los ha venido interpretando. Finalmente, en el desenlace narra Usuardo el momento de la muerte, especificando que entregaron las almas al cielo, con una anotación circunstancial: inter saxa, es decir,entre rocas. No sabemos si se refiere con ello a un lugar pedregoso o a las piedras que les fueron arrojadas, ya que son matices de traducción, dado que saxa se aplica a peñascos y piedras en bruto, distintas de lapidibus del enunciado anterior.

Esta forma de ejecución, la lapidación, si bien en el Derecho Romano estaba reservada a los casos de parricidio, aunque no muy frecuente, no fue ajena a los tormentos padecidos por los mártires por todo el Imperio Romano, incluyendo por supuesto, toda la cuenca mediterránea.

La última de las noticias, que aporta Usuardo, aunque ubicada tras el nombre de santa Paula, es la de la corona de la virginidad que está ostentaba. Sobre las vírgenes consagradas y la posibilidad de que santa Paula pudiera ser una de ellas ya se ha tratado en otros lugares[5]. Baste reafirmar aquí que no sólo era práctica habitual desde la época de san Pablo, como se refleja en sus epístolas, sino que ya estaba muy extendida en el siglo III y el mismo Concilio de Elvira trata del tema como una de las realidades habituales de las Iglesias de la Bética.

El conjunto de los datos que aporta el Martirologio de Usuardo sobre san Ciriaco y santa Paula no son contradictorios en ningún caso con los modos habituales de la Iglesia de principios del siglo IV en el mundo romano y la vida de la Iglesia local de Málaga por esas fechas. Especialmente la expresión de los mismos, con un ejercicio de retórica y narración común en los elogios y presente en todos los martirologios más desarrollados, alejados de los calendarios como simples listas de celebraciones. Esta lógica interna del texto, la ausencia de anacronismos o errores graves que hagan sospechar como legendaria una narración recogida de primera mano en lugares donde estos santos recibían culto ininterrumpido y el tratarse del testimonio más antiguo que se conserva hasta el momento, devuelven al texto de Usurado la autoridad que la Iglesia le reconoció cuando asumió su obra como fuente para el Martirologio Romano que el cardenal César Baronio diera a conocer en 1583.

En cuanto a las contradicciones con otros textos posteriores y la revisión que ha sufrido el Martirologio en el siglo XXI se hace necesario recurrir a la concordancia de datos. Entre los criterios de revisión se encontraba el de establecer un mínimo de noticias a aportar tomadas de las indicaciones de san Gregorio Magno: nomen, locus, dies. Dentro de la tradición hispánica, como todavía recoge el santoral hispanomozárabe, el 18 de junio celebró siempre la memoria de san Ciriaco y santa Paula. Las fuentes de la concordia son, como anteriormente se reseñó: el Calendario de Recemundo, obispo cordobés que lo redactó en el 961, apenas un siglo después del paso de Usuardo por la ciudad califal; tres calendarios del monasterio de Silos del siglo XI, uno de ellos en la Biblioteca Nacional de París, y el Pasionario Caradignense (de san Pedro de Cardeña) también del siglo XI. Además de los libros litúrgicos ya mencionados como el Himnario de Toledo también del siglo XI. Todos ellos coinciden en dos de los datos: nomen y dies, Ciriaco y Paula el 18 de junio. Es éste el dato más relevante para atestiguar su historicidad y su permanencia en la revisada edición del Martirologio Romano.

El otro dato, precisamente el que más afecta a su patronazgo milenario sobre Málaga, se refiere al lugar de martirio. Por orden cronológico de los testimonios los lugares que se les asignan son: Málaga (Usuardo), Cartago o Cartagena (Recemundo) y la ciudad africana de Tremeta, si bien habrían sido apresados en la ciudad romana de Urci, entre Cartagena y Adra (Cardeña). Malabarismos con las notas tópicas se han llegado a hacer para justificar que el procónsul de Cartago ejercía su mandato sobre Málaga y así se justificaría la participación de Anolino y el martirio en la ciudad del Guadalmedina. Salvo vindicaciones como la de Ruiz Muñoz y curiosas contradicciones más recientes, como las de aquellos que pregonan su africanismo y sin embargo buscan sus reliquias en Málaga, la crítica contemporánea, amparada por los estudios hagiográficos más representativos parece señalar que eran norteafricanos y éste es el dato que recoge el nuevo Martirologio sin decantarse por ciudad alguna: in Africa. Las razones que se aluden para justificar su españolización son: confusión de toponimia (Cartago-Cartagena, Tremeta-Málaga) y difusión de su devoción en fechas muy tempranas hasta ser aceptados como españoles.

Pocos más son los datos que las restantes fuentes, distintas de Usuardo, aportan: la Passio Caradignense dice que eran hermanos, pero es la única que lo afirma. Ante la falta de concordancia en cuanto a la forma de martirio se optó por no incluir la noticia de Usuardo, ya que su dato local no era coincidente y el elogio resulta innecesario por redundante pues todos los mártires entregaron entre tormentos sus almas al cielo.

Dos son los datos que no se han tenido en cuenta: la lapidación, como forma de martirio, y la corona de virgen consagrada de santa Paula. De nuevo, la única fuente para ambas noticias es la de Usuardo, que al componer su martirologio siguió la secular tendencia eclesiástica de otorgar más valor a la corona martirial que a la de la virginidad.

Al margen de las fuentes, no cabe duda de que la asociación de estos santos, huérfanos de ciudad de martirio, con la recristianización de Málaga desde el siglo XV ha provisto a ésta de identidad religiosa y tradición local. Esta fe en su patronazgo y malagueñismo ha sido reelaborada hasta el punto de sentir, con su recuperación como naturales de la ciudad, un regreso a los orígenes, una vinculación con los primeros cristianos históricos del siglo III, su universalización a través del Martirologio que los hace católicos y del Misal romano que extiende su culto a todos los territorios que fueron gobernados por la corona de Castilla, su revalorización como testigos después de más de quinientos años  de devoción, repercutiendo en una identidad coherente de la comunidad cristiana malagueña.

Una investigación, que pase por los calendarios y martirologios norteafricanos conservados por las iglesias separadas tempranamente y que, sin embargo, tuvieron como ejemplos de fe el testimonio de los mártires de las grandes persecuciones, aportaría nueva documentación para tratar este apasionante tema de la historiografía de los santos Ciriaco y Paula, mártires y patronos de la ciudad de Málaga.


 


 

Autor: diocesismalaga.es

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