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Escudo Episcopal de Mons. Catalá

Publicado: 28/10/2008: 2240

•   Explicación del escudo

El escudo está dividido en dos partes: la superior, de doble tamaño, en campo de oro con una cruz latina de color rojo púrpura.

El escudo está dividido en dos partes: la superior, de doble tamaño, en campo de oro con una cruz latina de color rojo púrpura; la parte inferior o punta es de color azul oscuro con un sol de oro y una luna creciente de plata. Los colores de fondo de ambas partes, azul y oro, corresponden a los escudos paterno y materno, respectivamente.

La cruz latina en color rojo representa a Jesucristo, que con su muerte y resurrección ha traído la salvación a todos los hombres. Él es el único mediador entre Dios y los hombres (cf. Heb 9, 15), el Salvador del mundo (cf. Hch 4, 12), el Redentor del hombre (cf. Gal 1, 4; Redemptor hominis, 7). Hace referencia a la imagen del Cristo de la Salud, venerado en Villamarchante.

El sol naciente tiene varios significados: en primer lugar, está referido a Jesucristo (cf. Rábano Mauro, Allegoriae in universam Sacram Scripturam: PL 112, 1057), “cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre Dios y los hombres” (Orígenes, Homilía 9,10: PL 12, 523), verdadero sol de justicia (cf. Mal 3, 20; Jn 8, 12) que no conoce el ocaso, luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1, 9) y a cuya luz estamos todos llamados a caminar (cf. Sal 18, 29; Is 9, 1: Lc 1, 78-79; 2, 32; Jn 9, 5); en segundo lugar, quiere representar a todos los hombres procedentes de Oriente (sol naciente), de cualquier religión.

La luna creciente simboliza también varias realidades: en primer lugar, significa la Iglesia, continuadora de la obra de Jesucristo, de quien recibe la luz (cf. San Ambrosio, Hexaemeron, Lib. IV: PL 14, 204; San Agustín, Epistolae: PL 33, 208-209; San Máximo de Turín, Homiliae: PL 57, 488); en segundo lugar, está referida a la presencia de la Virgen María en la Iglesia, puesta entre el sol y la luna (cf. San Bernardo, Sermones de Sanctis: PL 183,431-432), “mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies” (Ap 12, 1); en tercer lugar, quiere simbolizar también los hombres del Medio Oriente y Occidente, con sus respectivas creencias. Finalmente, hay también una referencia a Villamarchante, mi pueblo natal, en cuyo escudo se encuentra la luna.

El lema lo había intuido desde el primer momento como una frase evangélica y concretamente del Evangelio de San Juan. Tal vez la experiencia de las Asambleas especiales del Sínodo de los Obispos (Europa, Africa y Líbano) en las que había participado y la preparación de las próximas (América, Asia, Oceanía) me habían sensibilizado al problema del ecumenismo y del diálogo interreligioso, en la perspectiva del Gran Jubileo del Año 2000. Aún resuenan en mis oidos las sentidas palabras que el Papa Juan Pablo II pronunció en la I Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa (1991), al acabar la comida de despedida con que nos obsequió. Venían a resumirse en una frase de la oración sacerdotal de Jesús: "Ut unum sint". Le salían del fondo del alma; habían sido dichas repetidamente durante la asamblea. La presencia de ortodoxos no-católicos en dicho Sínodo, sus intervenciones punzantes contra la sede romana y la descripción por parte de muchos obispos católicos de la difícil problemática al respecto, planteada sobre todo en las iglesias del Este apenas salidas del régimen comunista, fueron una piedra de toque de dicha Asamblea. El mismo Santo Padre, Juan Pablo II, proclamaba, años después, esta llamada a la unidad en su encíclica “Ut unum sint”, del 25 de mayo de 1995, sobre el empeño ecuménico.

Mi lema “UT UNUM SINT”, tomado de la oración sacerdotal de Jesús (cf. Jn 17, 21), quiere expresar el deseo del Señor y su llamada a la unidad de los cristianos (cf. Juan Pablo II, Ut unum sint (25 mayo 1995): AAS [1995] 921-982). Quiere expresar también el deseo de un diálogo con los creyentes de otras religiones, de Oriente y Occidente, como viene reflejado en el escudo, ya que “Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y, por ello mismo, es su única y definitiva culminación” (Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 6: AAS [1995] 9). Jesucristo, con su redención, salva a los hombres de todas las épocas y de todas las regiones, hermanándolos y abrazándolos bajo el madero de la Cruz, para hacerlos hijos de Dios. A todos ellos debe llegar la buena nueva de la salvación.

Autor: Obispado de Málaga

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