NoticiaColaboración Vademecum Publicado: 10/03/2020: 15444 El Dr. José Rosado, médico acreditado en adicciones, aborda el consumo de droga como un alivio fácil y rápido al vacío existencia del ser humano. “Tanto he pensado en ti, Que tu ser se cambió en mi ser Paso a paso te acercabas a mí. Poco a poco me alejé de mí” En la actualidad, el ser humano ha conseguido una gran libertad, que le ha proporcionado independencia y racionalidad, pero también lo ha aislado y lo ha tornado ansioso, estresado, angustiado y lleno de miedos y oscuridades; y del hombre de las cavernas estamos pasando a las cavernas del hombre, en la que una sociedad llena de cosas y vacía de contenidos, ofrece objetivos perversos por ser efímeros y superficiales. Se cree sólo lo que se puede ver, medir y tocar, y la persona, arrinconando sus dimensiones profundas, diluye el sentido de la vida. En este escenario, el consumo de droga se presenta como un descanso y alivio fácil y rápido pues, al estimular el sistema de recompensa cerebral, desencadena estados gratificantes de conciencia. Pero en poco tiempo provoca, por el deterioro de los mecanismos neuronales, una situación de esclavitud, soledad y desorientación: se queda sin rumbo, sin saber hacia qué puerto dirigirse, o más grave aún, sin sospechar siquiera que existen puertos. Perdida su autonomía, hipotecadas sus dimensiones profundas y con ausencia de significados existenciales, la neurosis del vacío se hace protagonista: “sólo disfruto de la vida olvidando que estoy vivo…y esperando la muerte que certifica mi desaparición”. - El ser humano, que lleva en sí la semilla de eternidad, al ser irreductible a la sola materia, rechaza su total desaparición - El enfermo, pidiendo auxilio a la esperanza que aún le queda, solicita ayuda. Con un abordaje integral y multidisciplinar, conseguir una recuperación funcional suficiente del cerebro es el primer objetivo, pues es el más eficaz instrumento terapéutico que, en su ejercicio de introspección, tiene la capacidad de rescatar y recuperar las reprimidas dimensiones y descubrir en ellas su auténtica y verdadera realidad. - El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar - Y es una realidad con la que se identifica y reconoce como una entidad única, original, irrepetible, con voluntad libre, autónoma y con autoconciencia de ser y existir, y que le señala un principio vivificador que anima a todo su ser y del que le llegan claras noticias de trascendencias y permanencias, comunes al género humano que, al ir más allá de sus límites biológicos, marcan su naturaleza espiritual. En este discernimiento, decide que estos deseos deben tener su cumplimiento, y la necesidad de conocer a su autor, que se los ha grabado en su hondón y tiene que ser trascendente e inmortal, se convierte en una prioridad; y empieza a argumentar una alegre y firme esperanza que le hace sentir una atracción que de manera singular le fortalece en esta ruta - La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que busque espontáneamente a su creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcanzar la plena y bienaventurada perfección - Es cuando se presenta el terreno abonado para recibir el mensaje evangélico que, como oferta divina, asegura y certifica soluciones definitivas y selectivas a los deseos de trascendencias, inmortalidades y felicidades; y define el significado, sentido y utilidad de la experiencia humana, en que la muerte biológica es el nacimiento a una plenitud total con sabores de eternidad. - Dios hizo al hombre partícipe de su gracia en conformidad con la naturaleza racional. Y en este itinerario interior, el don de la gracia, superando inteligencias y voluntades, ilumina y sublima a la razón y la hace “capaz” de Dios - Esencialmente el mensaje evangélico revela la filiación divina del hombre, pues fue creado por Dios, en un acto de amor, a su imagen y semejanza y de tal manera que nada existe más similar a Él que el hombre en su alma, en la que se encuentra en “esencia, presencia y potencia” , y siempre en “actividad de amor” por lo que, con independencia de las carencias del cuerpo, del cerebro o de la mente, retumba en todos los rincones de su ser, el susurro permanente y repleto de ternura: “VEN CONMIGO”. Más artículos de José Rosado Ruiz.