NoticiaColaboración Navidad y exclusión social Publicado: 22/12/2014: 16935 «Si Dios ha corrido la suerte de encarnarse, de nacer pobremente y crecer como salvación desde la exclusión de este mundo, ya no hay excluidos para Dios, nadie queda fuera de Dios» Jesús fue desde su nacimiento un judío marginal. Él mismo se marginó y por eso fue un excluido social. No hubo posada para Jesús, con esta frase Lucas nos vine a decir lo que fue la vida de Jesús. Una persona que experimentó y vivió la exclusión. Un día el mismo Jesús nos dirá: "los pájaros tienen nidos, la raposas madrigueras, yo no tengo donde reclinar la cabeza". Frase que según los especialistas pertenece a los dichos más seguros del Jesús histórico. No es una glosa de las primeras comunidades. Pero la exclusión no ha terminado. Muchas personas en el mundo viven hoy el mismo proceso de exclusión que vivió Jesús. Una exclusión que es fruto de nuestro modelo social. Un modelo con una gran capacidad de generar situaciones de pobreza y de exclusión social. El papa Francisco lo ha repetido muchas veces de manera solemne: Esta economía mata. Que es lo mismo que decir que este sistema social que nos domina produce hambre, marginación y muerte. Con el cura Diamantino recordamos una de sus frases más certeras: Medio mundo muere de hambre y la otra mitad de colesterol. Enumeraremos solo tres notas significativas: 1.- A escala planetaria, la creciente brecha entre el norte y el sur, entre las sociedades ricas y los países eufemísticamente llamados en vías de desarrollo, es resultado de un modelo que solo beneficia a un tercio de su población. 2.- Al interior de las sociedades ricas, el modelo genera bolsas de pobreza, de paro laboral, de empleo precario, de exclusión para franjas cada vez más amplias de la población. España, sin ir más lejos, es el país de la Unión Europea donde más está creciendo la desigualdad y el incremento de los suicidios por motivos económicos. 3.- El imparable fenómeno de la inmigración y de los refugiados políticos es también una fuente mayor de exclusión social. Y lo que es peor, muchas veces hay personas, generalmente bien acomodadas, que valoran a la pobreza desde una perspectiva exclusivamente individualista y tratan a los pobres como responsables de su propia situación, afirman que son parásitos, vagos, engañan y son culpables de su situación, e incluso son enemigos del bienestar. ¿Se pueden pensar tantas barbaridades en tan pocas líneas? Pero Jesús en Belén nos ofrece una forma nueva de mirar la realidad y la debilidad de tantas personas. La contemplación de Jesús en su Navidad nos enseña a contemplar la debilidad y la exclusión humana como una forma de presencia de Dios. Dios está entre nosotros como debilidad, en los débiles, en los excluidos, en los pobres, en las carencias de todo tipo, en cada una de nuestras limitaciones. Por eso mismo, salir, bajar al encuentro de las carencias humanas, es una forma de peregrinación hacia el corazón del Dios más vivo y sorprendente. Con los mismos pasos con que nos acercamos a la debilidad de los que sufren nos acercamos a Dios. La Navidad es la gran fiesta porque Dios nace en nuestra debilidad y entre los excluíos sociales, en la periferias, y nosotros, creyentes y no creyentes, estamos invitados a unirnos a Él para luchar contra todo tipo de exclusión, uniendo nuestro trabajo con el suyo, sin saber dónde empieza Él y dónde empezamos nosotros. Si Dios ha corrido la suerte de encarnarse, de nacer pobremente y crecer como salvación desde la exclusión de este mundo, ya no hay excluidos para Dios, nadie queda fuera de Dios. Y el lugar principal para la fiesta es allí donde aparece: en las afueras, donde no hay sitio, donde todo parece agotarse y está condenado a crecer en la amenaza y a la intemperie de las construcciones humanas. Navidad es el tiempo de acoger con ternura lo germinal, lo pequeño, lo que nace en los movimientos sociales y humanitarios alternativos y en los grupos eclesiales que luchan por un mundo nuevo y por una Iglesia más de acuerdo con el sueño de Dios. Es el momento de salir hacia los excluidos, hacia los que no pueden llegar hasta nosotros. Desde esa debilidad podemos sentir que pasa por nosotros la fuerza de Dios, su santo brazo, que transforma con nuestra ayuda toda la realidad. Y podremos sentir la alegría de María y de José y la de los ninguneados pastores. La indecible alegría, la que solo puede ser recibida como regalo y de la que nace el compromiso más radical y esperanzado pro el cambio social que nuestro mundo necesita. No lo olvides: el que ama a Dios más que su prójimo no lo ama sobre todas las cosas. Feliz Navidad.