Noticia María: esperanza, oración y gratitud Publicado: 08/04/2020: 15297 MARÍA, CASA DE BENDICIÓN ¿No es acaso lo propio de un cristiano el discernimiento? Es decir, ¿el saber escudriñar a la luz de la fe los signos de los tiempos?, ¿interpretar y vivir los acontecimientos de la historia que acontece en cada momento? En la época actual, con la sociedad científica y tecnológica —la sociedad materialista de consumo—, se ha ido perdiendo la dimensión existencial y vital más trascendental, el sentido más genuino, cotidiano y profundo de la vida. La salvación, la felicidad, se obtiene por medio de la ciencia, la tecnología, el dinero, el poder, el prestigio, el placer, la libertad —falsas y superfluas seguridades—, pero sutilmente la sociedad ha ido cayendo en un profundo engaño, de nuevo el engaño original. Si sabemos mucho, podemos controlar todo y no necesitamos humillarnos ante ningún Dios ni ante nadie, porque ya somos dioses ; la antigua soberbia ha vuelto a invadir el corazón de la humanidad. El egoísmo, la indiferencia, el placer egoísta y hedonista se han ido estableciendo como los ídolos y reyes de la tierra. La sociedad se ha ido volviendo más individualista, más pragmática y materialista —un lugar globalizado en donde se han asumido mayoritariamente todos los sofismas planteados por un neopaganismo irresoluto—, transformándonos en seres insaciablemente egoístas y pretenciosos, que exigen todo y están dispuestos a dar nada para nadie; una enfermedad social terrible y grave. Toda esta realidad se tambalea de manera patente ante la situación que nos ha tocado vivir en estos días: la pandemia provocada por el COVID-19. Un virus —no olvidemos, de dimensiones microscópicas—, capaz de poner en jaque no solo a un país o una nación, sino a todo un planeta. De sobra es conocido por todos, los dolorosos y lastimosos datos, sobre todo los concernientes al coste de tantas vidas humanas, que ha comportado esta enfermedad. Una situación insólita, impensable e inimaginable para el hombre de hoy, que ha significado un inesperado parón a toda su actividad cotidiana: la política, la economía, la cultura, la educación, el deporte,… Ante todo esto, en el intento por responder a nuestros interrogantes iniciales, podríamos legítimamente preguntarnos: ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Para qué? ¿Qué sentido tienen estos hechos?... ¿Y Dios? ¿Dónde está? ¿Dónde se escucha hablar de Él? ¿Acaso nos ha abandonado? Como proclama el salmista: «¿Dónde está tu Dios?» . El cristiano no es un mero espectador ‘simplón’ que contempla sin más los acontecimientos que le devienen, dándoles una respuesta vacía o simplemente políticamente correcta. Mas bien es un “interpretador”, un “lector”, una persona que sabe escudriñar con los ojos de la fe la historia, los signos de los tiempos —pues participa de su ser Profeta conferido en el Bautismo—. El creyente, todo cristiano, busca la sabiduría de Dios y desea penetrar los secretos de la vida, encontrar el sentido trascendente de las cosas y descubrir que todo lo que viene de Dios sirve para el bien, pues es expresión de su amor, como dice san Pablo a los Romanos: «Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» . Todo sirve para el bien, incluso lo que nos parece un mal, como la enfermedad o la misma muerte. He aquí, justamente, una valiosísima clave para interpretar y discernir la historia con sabiduría. En este contexto, no cabe duda de que vista desde la fe toda esta situación adversa de pandemia es una Palabra de Dios. ¡Pero ojo! No la de un Dios castigador o vengador al que algunos han recurrido para explicar, sin luz alguna, la tribulación de estos días. O la de un Dios al que le es ajeno el sufrimiento de sus hijos, especialmente el de los más vulnerables e inocentes. ¡Ese no es el Dios de Jesucristo! Sino la de un Dios Padre que, ciertamente, no castiga, sino que por amor nos ayuda, nos corrige y nos llama a conversión. Dios conduce la historia con justicia y sabiduría, pues «en Él vivimos, nos movemos y existimos» . Por eso, para el cristiano el devenir no es azaroso, nada ocurre por casualidad. Así, vemos en este acontecimiento de sufrimiento doloroso, una «parada» en el tiempo que nos sumerge en otro nuevo: el tiempo de la pedagogía. Un tiempo que nos interpela y nos hace replantearnos nuestros valores y prioridades. Un tiempo de reflexión y de aprendizaje. En definitiva, un tiempo de desierto . Cuaresma-Desierto. Desierto-Cuaresma. ¿No será que es Dios mismo quien nos ha invitado a dar un giro copernicano a nuestras vidas dentro de este tiempo cuaresmal? ¡A todos! ¿Para que de verdad acojamos su voluntad en nuestras vidas, y vivamos conforme a ella, aunque eso suponga romper nuestros esquemas y que se desbaraten todos nuestros planes? ¡Ay, nuestros planes! ¡No tengamos miedo! Aunque sin duda es enorme el sufrimiento que supone —a muchos niveles— esta pandemia, el confinamiento y todas las consecuencias derivadas de ella, tampoco aquí estamos solos. Y es que ante todo este desagravio aparece una figura, la imagen sencilla y serena de una mujer: María, la madre de Jesús y madre nuestra, la humilde de Nazaret. Ella, salud de nuestro siglo y verdadera casa de bendición. El apasionante camino de la Virgen, madre de Dios, comienza con la idea preconcebida por Dios de la que habría de ser su madre. Idea enamorada y apasionada del Padre, que en su locura de amor a la humanidad creada, soñada y redimida por su Hijo, busca y prepara su irrupción en el espacio y en el tiempo con una madre que además nos regala a todos. Ella es Madre para todos, nos ama, nos favorece, nos obtiene la perseverancia en el bien y la vida eterna. Ella es la Madre de la santa esperanza. Ella que sin ser el centro, es figura central del cristianismo; Ella que sin ser la esencia, es dato esencial en la Historia de la Salvación y en nuestro camino de fe, y se nos presenta como la imagen perfecta del seguimiento y de la bendición. La intercesión maternal de la Virgen es una función que Ella ejerce —siempre y mas aún en estos momentos— en beneficio de quienes estamos en peligro y tenemos necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvación eterna: «Con su amor de madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» . También ahora, María intercede por todos nosotros. Al decir a Jesús: «No tienen vino», se pone entre su Hijo y nuestras privaciones, indigencias y sufrimientos. Ella es consciente de que ¡Tantas veces «no tenemos vino»! ¡Tantas veces carecemos de tantas de cosas! Como en este momento de contrariedad donde nos sorprende esta tormenta furiosa, que provoca tantas tormentas en el corazón: el aislamiento, la soledad abrumadora, tantos desorientados,… Por eso, se pone «en medio», o sea, se hace mediadora, no como una persona extraña sino en su papel de Madre, consciente de que, como tal, puede hacer presente al Hijo nuestras necesidades. Así pues, como mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestros deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divinos, intercediendo continuamente en nuestro favor. No olvidemos que la Virgen María es humilde de corazón. Tiene corazón maternal. Es Madre de misericordia, como rezamos en la Salve. María tiene ojos misericordiosos, compasivos hacia todos nosotros, hacia todos sus hijos y siente en su corazón de Madre las penas y dolores de los hombres y mujeres de la tierra. ¿No se sentirá Ella más cerca que nunca de quienes peor lo están pasando, de todas aquellas familias que padecen y sufren la pérdida de un ser querido, acrecentado aún más si no han podido despedirse de él, y acompañarle en su sufrimiento? ¿No siente Ella en su corazón y en su alma de Madre el dolor humano desbordado en este acontecimiento, también por los que están en grave peligro de fallecer, así como por los familiares y amigos que les acompañan con profundo amor y compasión? Los cristianos invocamos también a María como «Auxiliadora», reconociendo su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y que está dispuesto a intervenir en su ayuda. La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o se hallan en situaciones de peligro grave —como la provocada por esta pandemia del COVID-19—, ha llevado a los fieles a invocarla como «Socorro». De ahí que, la misma confiada certeza que se expresaba en la más antigua oración mariana, la repetimos nosotros desde la fe en estos cruciales y dolorosos momentos con estas palabras: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita» . Asimismo, Ella es «salud de los enfermos, es nuestro refugio, consuelo de los afligidos y auxilio de los cristianos» . ¡Cuántos enfermos, cuántos afligidos! ¡De cuánto auxilio y consuelo carecemos y necesitamos hoy! ¡Cuánto urge que busquemos en Ella nuestro refugio! Ella, que intercediendo ante Jesús por nosotros, provoca la acción benéfica de su Hijo. Ella, que «llena de gracia» y siendo imagen perfecta de Dios, nos revela y comunica plenamente la misericordia de Dios Padre y el amor incondicional y vivificante de su Hijo. Por eso, no perdamos de vista que todo este sufrimiento físico y espiritual vivido en nosotros mismos o en algún ser querido —o cualquiera que nos atormente durante nuestra vida—, siempre será poca cosa comparado con lo que sufrió María por nosotros. Si en esas circunstancias se nos concede la gracia de unir nuestro dolor al de la Pasión de Nuestro Señor, ofreciéndoselo a la Virgen, no estaremos lejos de alcanzar el auténtico tesoro: el Cielo. Realidad ésta que ya puede vivirse aquí, entre nosotros. Si no, ¿como no admirar la maravillosa respuesta de tantos profesionales sanitarios, médicos, investigadores, enfermeros y personal de servicios auxiliares, administrativos y de limpieza que con entrega y serenidad desempeñan una labor tan encomiable? Igualmente, ¿qué decir de los agentes del orden público, militares, trabajadores en los suministros y alimentación, transporte, empresarios que contribuyen poniendo sus bienes y empresas grandes y pequeñas al servicio solidario del bien común, docentes, sacerdotes, voluntarios, etc.? Y así tantos y tantos… La pandemia nos une y produce dentro de nosotros sentimientos de auténtico agradecimiento. Por eso, no hay aplausos suficientes con los que agradecer su heroica labor a cuantos nos sirven y se desviven por nosotros, haciendo que pueda superarse esta crisis, asistiéndonos con desvelo aún con riesgo de su salud y de su vida. ¿No son todos ellos, de algún modo, una imagen visible de la maternal ternura de María? Y si no, ¿qué decir cuando contemplamos, por ejemplo, esos pequeños grupos de monjas fabricando con sus propias manos mascarillas para ser donadas a quien más las necesita? ¿Y tantas y tantas familias confinadas por responsabilidad y amor hacia sus familias y hacia los demás? Y así tantísimos gestos, tantísimos,... ¿no son acaso un llamado de cómo Dios toca el corazón del ser humano, apelando a su bondad y sacando lo mejor de sí mismo? ¿No manifiestan estas actitudes una sólida razón para la esperanza? Por todo ello, te animo también a ti, querido lector o lectora —y a mí mismo—, a confiar plenamente en María, tu Madre, que siempre te ama a pesar de todo… Quien acude a María, siempre será recibido por Ella con amor y cariño maternal. Es el mandato que le dio Jesús desde la cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» . Por eso, María es nuestra fiel abogada y protectora, nuestro auxilio y perpetuo socorro en todos los peligros y necesidades de nuestra vida. El Corazón de María es el refugio seguro: Cuando tú lloras, María llora contigo. Cuando tú sufres, María tu Madre sufre contigo. Y cuando tú padeces, la Virgen está a tu lado, igual que estuvo junto a su Hijo, al pie de la Cruz. Precisamente porque nosotros también somos hijos e hijas de María, le llega a su corazón maternal todo lo que nosotros sentimos en nuestra alma: lo bueno y lo malo, nuestros gozos y nuestras alegrías, nuestras penas y tristezas, nuestros éxitos y fracasos. De aquí viene el llamar a María la Virgen del consuelo, la Madre de la Consolación, porque verdaderamente nos consuela en las tribulaciones, en los momentos difíciles de nuestra vida, animándonos a seguir siempre adelante. Ayúdanos. Ayúdanos Tú, Madre nuestra. La siempre bendita, la toda llena de gracia. Tú, modelo de sencillez. Tú, ideal de santidad. Tú, senda providencial. Tú, ejemplo de humildad. ¡Ayúdanos! ¡No nos desampares! Mira que solos no podemos, mira que no tenemos fuerzas suficientes, mira que somos pequeños y nos puede el temor. ¡Ampáranos Señora nuestra! Arca del redentor, salud y consuelo, auxilio y refugio. Ayúdanos. Ayúdanos Tú,… Madre nuestra . Así es. Ayúdanos tú, María. Sé tú nuestra casa de bendición, nuestra Domus ecclesiae. Míranos con tu ternura a tantas familias que vivimos estos acontecimientos adversos en nuestros hogares, transformándolos —aún más si cabe en este tiempo— en auténticas Iglesias domésticas: padres, madres, jóvenes, niños,…en contacto continuo con los abuelos y abuelas y demás familiares, en ayuda mutua y siguiendo el espíritu del ora et labora: con las tareas de la casa, con los estudios, con juegos y manualidades, con la oración, como el Ángelus, el santo Rosario, la Liturgia de las Horas, la Scrutatio, la Celebración de la Palabra de Dios; con el sacramento de la Eucaristía (seguida en TV, internet…), etc. rezando e intercediendo por todos, en especial por los difuntos, por los enfermos, por el personal sanitario, por todos los servidores públicos; por tantas familias que lo están pasando mal, por los sacerdotes y por cuantos nos sostienen en la fe. Así, con tu intercesión, podremos seguir confortándonos unos a otros, anclados en la esperanza de Cristo resucitado que nos llena de su luz para hacer su voluntad, y permaneciendo fieles cada día en el buen combate de la fe. José Luis Solano Gutiérrez