Noticia Diario de una adicta (XLIX). El sexo Publicado: 10/03/2017: 5582 Mi madre, que me supervisaba todo lo que podía, fue la que me preguntó por el periodo, pues le parecía que lo tenía descontrolado. Me insinuó ir al ginecólogo, pero no le hice caso porque al poco tiempo de iniciar el consumo de drogas, la regla se me ponía como loca y sin ritmo, y me tiraba meses que creía que estaba embarazada. A raíz del aborto fue cuando los desarreglos fueron más marcados. Esto despertó en mí una inquietud: desde que llegué a casa, mejor dicho, desde mucho antes de mi ingreso en el hospital, no he sido consciente de sentir algún impulso sexual. Es que ni se me había ocurrido plantearlo a nadie, ni siquiera a mí misma. Sexualmente es como si estuviera muerta, pues ni lo deseo ni no lo deseo, porque no entra en mis pensamientos. Mi situación en este aspecto, creo que viene desde la época en que el comercio con el cuerpo, para conseguir dinero para el consumo, barrió todos los ensueños y glorias de una satisfacción y un placer, para convertirse en un trabajo, durante mucho tiempo, necesitado y forzado, que me alejaron de manera brutal de los fundamentos esenciales que motivan el amar y el ser amada. La palabra amar la dejé de conjugar y aún hoy no la sé pronunciar totalmente en el presente de indicativo y siempre procuro dejarla en los pretéritos y futuros, con la ilusión de que algún día la pueda utilizar en todos los tiempos y declinaciones. Actualmente la separo totalmente de la palabra sexo. ¿Hacer el amor? No tengo la capacidad de reírme ni de pegarle una nota de ironía a este pregunta, pues se asocia con el sexo, cuando, como yo lo he vivido, no tiene nada que ver con una verdadera relación amorosa. Ahora me encuentro plana, “ni fu ni fa”. La indiferencia es la tónica dominante, aunque algún día tendré que despertar, y no por necesidad puramente fisiológica, sino para normalizar mi vida afectiva. Tendrá, desde luego, que pasar mucho, mucho tiempo, y si no aparece tampoco lo viviré como un drama. Lo mismo me sucede con mi instinto maternal. No lo tengo. Es una cuestión que le voy a preguntar al médico, y no porque me encuentre incómoda, pues lo único que me produce un poco de desasosiego es imaginar la posibilidad de no poder tener un hijo, que sin ser una obsesión, sí es como una inquietud que se me hace presente en algunas ocasiones. Claro que sólo pensar que para ser madre se necesita el concurso de varón, o sea, que tengo que acostarme con alguien, se congela todos los proyectos. Desde el aborto no he pensado en tener un hijo. Aquello me selló una parte importante de mi ser, singularmente por la situación tan traumática que tuve que soportar por parte de mi pareja que se negaba a aceptar su paternidad, y por la acusación tan brutal con lo que lo justificó. Mi desorientación, angustia y soledad, y el contexto en que me encontraba, me ayudaron a no querer conocer a mi hijo. Cuando el asunto me viene a la mente, un nubarrón cargado de culpabilidad se apodera de mí, y me deja un residuo indefinido de desolación. Pero, poco a poco, empieza a dejar de ser una preocupación importante. Mi cariño y afectividades los tengo cubiertos de manera sobreabundante, sin dudas o sospechas de ningún tipo, con mis padres y hermano.