NoticiaHistoria de la Iglesia El jansenismo (y III) Historia de la Iglesia Publicado: 06/02/2017: 3919 La Inquisición romana en 1641 y el papa Urbano VIII, al año siguiente, condenan el contenido de las ideas de Jansens expresadas en su obra póstuma “Augustinianus”. Posteriormente, Inocencio X en 1653, y Alejandro VII (1656) reiteran la condenación. Medio siglo después, Clemente XI vuelve a condenar el jansenismo. La razón histórica de tantas repetidas condenas es la gran difusión que tuvo en Francia la ideología jansenista. Un gran amigo de Jansens fue el abad de Saint-Cyran, hombre de acción y excelente organizador; éste se convirtió en el gran protagonista del jansenismo. Propone una vuelta al cristianismo primitivo, liberando a la Iglesia de tanto falseamiento acumulado a lo largo de los siglos. Pero fue Antonio Arnauld el gran divulgador del pensamiento jansenista. Escritor incansable, formidable dialéctico, implacable con la Compañía de Jesús, a la que culpa de todos los males de la Iglesia. En sus escritos divulga la idea de no conceder la comunión, sino tras una larga y durísima penitencia, pues la Eucaristía es un premio para los santos y no un remedio para los que caen. Vinculada a la actitud de Arnauld fue su hermana Angélica que, nombrada abadesa de Port-Royal, impuso una severísima disciplina en el convento: sus “monjas eran puras como los ángeles y soberbias como demonios”. Terminaron todas por no comulgar. En esta abadía (cerca del actual Versalles) se alojaron muchos de los seguidores del jansenismo, entre ellos Racine y Blas Pascal. Gran defensor del jansenismo fue el insigne matemático y pensador Blas Pascal (1623-1662). Escribió las célebres “Cartas provinciales”, en las que, con toda dureza, ataca a la Compañía de Jesús, culpándola del laxismo imperante, lo que dará pie al anticlericalismo posterior. Años después, el rey Luis XIV ordenó destruir la abadía de Port-Royal, baluarte por mucho tiempo del jansenismo. Para terminar, aun cuando el jansenismo ofrece valiosos aspectos positivos, sin embargo, sus aspectos negativos son inaceptables para la fe y la moral de la Iglesia.