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La oración

Publicado: 23/03/2011: 2874

En los cuarenta días de camino hacia la Pascua, la Iglesia nos invita a reavivar la gracia que se nos dio en el bautismo: Vivir, por el Espíritu, en comunión con la Santa Trinidad, mediante las virtudes de la fe, el amor y la esperanza.

Las tres virtudes que se llaman teologales, porque proceden de Dios y conducen a Dios. Es Jesucristo, y sólo Él, quien puede reavivar nuestra vida evangélica. Por eso, antes que cargarse de buenos propósitos, importa abrir de par en par las puertas al Señor, para encontrarnos con Él en lo más hondo del alma.

Para ello, la Iglesia, siguiendo a la Sagrada Escritura, al Antiguo y al Nuevo Testamento, recomienda tres medios: La oración, la limosna y el ayuno. “La oración, dice san Juan Crisóstomo, es la luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma presenta sus deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible. Porque la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza nuestros afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a simples palabras: la oración que es un deseo de Dios”. 

La mayor dificultad para orar, en el mundo de las prisas, de la eficacia y de los ruidos, consiste en reservarse un tiempo de sosiego y en adentrarse en la aventura del silencio. Cuando se encuentra este espacio, y se hace con limpieza de corazón, lo demás viene de Dios, pues como dice san Pablo, “nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”.

Artículo "desde las azoteas", de Juan Antonio Paredes, publicado en "Diócesis"

Autor: diocesismalaga.es

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