Noticia Diario de una adicta (V). EN LA MISMA RUTINA Publicado: 02/04/2016: 4648 El doctor José Rosado, experto en drogodependencias, nos acerca cada semana un fragmento del diario de una de sus pacientes, víctima de la droga. El deseo de su autora es que su experiencia sirva de ayuda a otros jóvenes y familias que pasen por una situación similar. Los viernes se identificaron las broncas por la salida nocturna y la hora de regreso. Mi padre reforzaba a mi madre con gestos afirmativos de cabeza, pero sin decir nada. La descalificación de los amigos y los lugares donde íbamos a pasar el rato, rellenaban una parte de la discusión. El asunto del dinero también emponzoñaba la cosa, pues quería que le explicara, punto por punto, en qué me lo iba a gastar, a pesar de ser una cantidad irrisoria, y estaba convencida de que cenando en casa, sólo necesitaba para una coca-cola, una manzanilla o un poleo-menta. ¿Será posible? Y cuando, a veces, se me escapaba una exclamación de fastidio, el ambiente se calentaba de manera muy peligrosa, así que intentaba mantener un prudente silencio. Claro que, con mis muecas y actitudes, no dejaba nunca de dar mi opinión. «Yo soy la única que te quiere de verdad, y todo lo hago por tu bien, y no la chusma con la que te rodeas. Además, después de la una de la madrugada, no haces nada en la calle. ¿No te das cuenta de lo que sufrimos nosotros?». Las escenas emocionales estaban a la orden del día. Me esperaba levantada viendo la televisión, y otro control; se acercaba a besarme para olerme y escudriñarme con la mirada a ver cómo traía los ojos. Después del examen, me iba a la cama deseando dormir hasta el lunes, porque en la comida del sábado o del domingo, me esperaba una reválida completa de mi excursión. La participación activa de mi padre añadía un elemento de crispación, pues aunque él siempre se inclinaba por mí, ahora ya hacía frente común con mi madre, quizás para evitar más conflictos de los que normalmente soportaba. La situación se estaba poniendo cada vez más tensa y llegó un momento en que no le gustaba nada de lo que yo hiciera, pensara, hablara o manifestara. La incompatibilidad de carácter se acentuaba, podía ser porque como decía mi padre: "las dos tenéis el mismo". La razón fundamental es que mi madre no podía soportar que yo pudiera vivir sin ella, que yo pudiera prescindir de ella, y por lo tanto no aceptaba mi autonomía en ningún grado. Yo era una propiedad a la que no estaba dispuesta a renunciar. Ahora comprendo que en esa época estaba pasando su peor crisis interior y su vida emocional se encontraba bajo mínimos, con ilusiones fallidas y falta de esperanzas: no sabía adónde agarrarse y su trabajo de administrativa no era tampoco una vocación que le ofreciera sentido a su vida. Ella lo pasaba mal y también yo. La idea de escapar de casa no entraba en una decisión momentánea, pero sí que se argumentaba día a día y que se fortalecía en cada conflicto; desgraciadamente se consolidaba como una alternativa que iba tomando cuerpo.