Además de los problemas elementales como vestir, comer cada día, pagar la casa y llevar una vida normal, el desempleo arrastra a la persona a perder la confianza en sí, a sentirse inútil, a hundirse lentamente en la resignación y a aceptar cualquier trabajo sin exigir las condiciones mínimas. De vez en cuando,  un reajuste de plantilla no justificado o un accidente laboral nos recuerda que hay desalmados que abusan de estas personas.

Lo más grave es cuando las mismas instituciones públicas se aprovechan de esta situación y no dudan en explotar a los parados para marcarse faroles. Pregunten ustedes cuánto cobra una de estas personas por vigilar un colegio fuera de las horas lectivas para que los niños tengan las actividades extraescolares que programa la Junta y cuáles son sus derechos laborales aparte de los dos o tres euros que, en algún colegio, cobran por la hora de trabajo.

No sé si son muchos o pocos, pero tengo constancia de que existen casos. Es la perversión del sistema, cuando las instituciones encargadas de proteger a los ciudadanos se aprovechan de su precaria situación para hacer propaganda de lo bien que funciona el proyecto educativo andaluz.     

Artículo "Desde las azoteas" de Juan Antonio Paredes