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Una sola familia humana

Publicado: 03/11/2010: 1680

La globalización es un fenómeno imparable que está transformando por completo nuestras, hasta ahora, homogéneas sociedades. Algunos contemplan este acontecimiento histórico –que no ha hecho más que empezar– con cierto temor. Y es normal que tengamos miedo ante lo desconocido, porque nadie sabe hasta dónde nos van a llevar estos cambios irremisibles.

La Iglesia nos invita, no obstante,  a no quedarnos paralizados y a no contemplar como meros espectadores este fenómeno.  Nos llama más bien, y en contra de posibles tentaciones de inmovilismo, a participar en este fenómeno de una forma activa, tratando de contribuir a que esa transformación social se lleve a cabo según los valores que brotan del Evangelio.

El Santo Padre nos acaba de recordar, en su mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, presentado recientemente, que «si el Padre nos llama a ser hijos amados en su Hijo predilecto, nos llama también a reconocernos todos como hermanos en Cristo. De este vínculo profundo entre todos los seres humanos, nace el tema que he elegido este año para nuestra reflexión: 'Una sola familia humana', una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales (...) todos, tanto los emigrantes como las poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal...». Los que suelen identificar el mensaje de la Iglesia con la ideología de la derecha más conservadora suelen saltarse miles de páginas como ésta para poder mantener su discurso anticatólico. Porque ya quisieran muchos líderes mundiales de la izquierda poder sostener hoy en día ante la humanidad, como sí hace la Iglesia, eso del "destino universal de los bienes". 

Con los ojos puestos en el cielo, pero con los pies muy bien puestos también en la tierra, el Papa reconoce «al mismo tiempo, que los estados tienen derecho a regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. Los inmigrantes, además, tienen el deber de integrarse en el país de acogida respetando sus leyes y su identidad personal». 

Artículo de "Redacción" de la revista "Diócesis"

Autor: diocesismalaga.es

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