DiócesisSemblanzas

Semblanza de Antonio Gamboa López

Publicado: 21/10/2004: 9718

 

Querido Dn. Antonio Gamboa, El Dios Bueno, el Dios Trinitario, a ti, bajito de cuerpo y grande de espíritu evangélico, ha dado el beso de la paz definitiva, la paz que tu has anunciado y repartido tantas veces en la Eucaristía. Y te ha desvelado gozosamente el texto del Apocalipsis que repetías y enseñabas a tus jóvenes obreros: “Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación...”. El Apocalipsis, el libro de tus amores bíblicos que hace años parecía señal de rareza y que ayer y hoy es fuente y cauce de esperanza.

Desconozco si te habrán comunicado que el Papa ha fundamentado en el Apocalipsis su Exhortación “La Iglesia en Europa”. A lo mejor ha sido a sugerencia tuya.

Te han abrazado quienes hace unos años esperaban en el cielo: D. José Parra, su hermana Mariquita y, como es natural, tus padres y hermana, los sacerdotes fallecidos, especialmente los que han convivido contigo y tantos amigos y feligreses, hay cola. Y aquellos jesuitas de tus años juveniles cuando eras de las Congregaciones Marianas en época difícil. Te ayudaron a ser recio y a vivir un peculiar y adaptado sentido ignaciano del que tu eras enamorado y singular seguidor ¿Te acuerdas del día que predicabas la meditación del arrepentimiento de los pecados en “Los Descalzos”, con el templo a oscuras y Florencio Aguilar, que acababa de entrar, encendió las luces y te fastidió la ambientación?

No sé si el Padre Dios te ha dado autorización para que nos mires con tu dosis de picardía, que incluye amor y mucha experiencia de vida. Recordamos una anécdota vivida en la Residencia Sacerdotal. En tu onomástico recibías repetidos regalos en sobres que tu guardabas en una caja de zapatos. Después los abrías ante Mariquita y Antonia y Salvadora y ante nosotros, los curas residentes. Don José callaba y nos daba la razón por nuestra protesta porque los regalos eran dinero y no alguna otra cosa que gustásemos todos... Tu seguías abriendo sobres y comentabas: vosotros criticad, “pero yo tengo la substancia.”. El dinero que después destinabas a los pobres y al Centro.

Hoy tienes la mejor substancia: la felicidad eterna y cantas gozoso la letra que susurrabas en la soledad de la capilla: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.

Tus fuentes de vida cristiana y sacerdotal han sido la Biblia, la Liturgia y San Ignacio de Loyola. No se podrá decir que bebías en lo superficial, sino en lo profundo. Amabas y contemplabas al Crucificado de forma permanente. Debajo de la sotana y del posterior traje un crucifijo de más de una cuarta lo llevabas contigo y ante El rezabas y lo dabas a besar a los enfermos y a los que hablaban y confesaban contigo. Fueron rasgos el amor al Gregoriano y el sentido de lo contemplativo y de la belleza que rodea a la fe, según enseñó San Agustín: “¿Que belleza? El amor de la caridad, a fin de que puedas correr amando y amar corriendo”. La belleza que te hizo instalar en esta Parroquia de Santa María el sistema de música mejor. Lo han admirado los turistas que al entrar en el templo buscaban al organista. Más de uno oró acompañado por la música que sonaba especial en la maravilla de la Colegiata de Ronda, la Parroquia de la ciudad.

D. Antonio Gamboa López nace en Coín y pronto se traslada a Málaga, de familia de tradición cristiana. Aquí están sus sobrinos y sus sobrinos nietos y algunos más. Trabaja, estudia música y vive la amistad y sus experiencias cristianas en la Congregación de los Luises, en la Iglesia del Sagrado Corazón. Llega la guerra y tiene la suerte o la desdicha, porque le tocó sufrir mucho, de ser el soldado de confianza que transportaba documentos y comunicados de un jefe a otro. Con que dolor contaba su experiencia de guerra en Extremadura.

Y descubre su vocación al sacerdocio. Sube al Seminario, admirador siempre de D. Manuel González. El Sr. Gamboa lo tomó en serio y llenó de anécdotas la vida del Seminario. Por una promesa deja de sentarse ante el piano. Hasta que un día se lo pide el Rector. Tocará el “Para Elisa”. Pero a tal velocidad que ningún superior ni seminarista pudo seguirlo en el canto. Nadie le pidió volver a tocar el piano. Aquí en Ronda, no hace muchos años, lo volvió a hacer pero muy en privado.

Es ordenado presbítero el año 1949. Ubrique es el primer destino. Y comienza a trabajar con jóvenes. Son unos meses porque en el año 1950 viene a Ronda. Vicario Parroquial con Dn. Rafael Jiménez Cárdenas. La sacristía de Santa Cecilia será el primer centro obrero. ¿Que tiene, Antonio Gamboa, para atraer a jóvenes trabajadores? Es un cura verdad, quiere a la gente, les comprende en sus necesidades y les brinda desde el principio aquello que más necesitan: a Jesucristo. Y dos virtudes muy desarrolladas: ora y es austero, pobre.

El grupo de jóvenes va a más y necesita otro lugar. El Marqués de Parada que le ha conocido se brinda para ayudarle junto a otras personas. No se pueden relatar porque es un rosario tan numeroso que se resume en “todo Ronda”. Y el Centro Obrero tendrá lugar social en calle Molino en una preciosa casa que no olvidamos. Cómo gozó Antonio Gamboa el día de la inauguración. Capilla diseñada por él, salón de actos que hará de cine durante temporadas, salones, despacho para que el pueda recibir durante horas. Que fuerte y animosa historia la de aquellos años.

Y parroquialmente llega el momento del traslado, pero sin dejar Ronda, ciudad a la que ha amado mucho. Ahora Santa María, de Párroco. Han sido tantos años, 37, de 1952 a 1989. Alguna vez se desplaza a Málaga, para ver a los suyos, pero no siente la necesidad. Se ha hecho rondeño. Y ha querido tanto a esta ciudad y ha hecho tanto bien por ella que el Ayuntamiento le nombró hijo adoptivo de la ciudad. Fue el mejor regalo, el que nunca olvidó, por el que se sentía orgulloso.

Centro Obrero, cómo sufrió cuando la demolición, y Parroquia de Santa María. Es el itinerario que repite a diario. En la calle, en la iglesia, en el centro que ahora se llama, “Antonio Gamboa”, ejerce el apostolado con la palabra ocasional, con la predicación, con la caridad oculta. Ronda le conoce y le busca. Su camino es lento porque son muchos a los que saluda, con los que se entretiene, a los que da siempre una palabra y a los que recuerda que Jesucristo les espera siempre. Evangeliza explícitamente.

Amó y cuidó de la materialidad de la Parroquia, abrió el museo y la cripta. Mimó a los feligreses y a las cofradías que tenían sede aquí. De todas ellas era Consiliario perpetuo. Y de las Hermandad de la Paz. A los jóvenes del Centro Obrero les animó a ser hermanos de la Sangre, que es procesión de silencio. A las 12 en punto se abren cada año las puertas del templo, la cruz preside y el silencio sabe a monasterio. Sabía imponerse y encontrar el grupo que comulgaba con sus ideas.

E inicia unas especiales Convivencias. Hermanos Mayores y Hermanos Menores. Y el ágape a medianoche. Unos rezan ante el Santísimo. Los demás en grupos estudian la Biblia. Jóvenes y Adultos. Fue buenísima experiencia de oración y de formación.

Las dos dimensiones más amadas y vividas por D. Antonio Gamboa: la Parroquia y el Centro Obrero. Se dedicó a los dos, trabajó incansablemente y se gastó. Sacerdote de insistencia evangelizadora y devoto de la Virgen. Cuántas veces cantó, muy bajito, lo que yo quisiera fuese música y letra que le acompaña a la eternidad. “Ronda toda entera siempre será tuya, Virgen de la Paz”. De la Paz, de la Luz, que son nombres del cielo.

Su experiencia y su reflexión le hizo ser escritor. Quiso transmitir a muchos lo que había vivido con los jóvenes y con los adultos. Ediciones publicadas con el esfuerzo suyo y, posteriormente, con la ayuda de Francisco Jiménez y el apoyo incondicional de Gonzalo Huesa. Gonzalo que lo ha hecho excepcionalmente bien con D. Antonio. Como un hijo.

Y la Residencia Sacerdotal. El grupo de curas jóvenes y D. José Parra y él. Que buena pareja. Cuántas veces, ante alguna exageración llena de gracia de Pedro Rey, de Salvador Benítez o Santiago Correa con sorna le decía a D. José: “Que te cuente lo que ha dicho para que tu le des la censura, si procede...”

La madrugada le encontraba más de una vez con el rezo del Magníficat. Y no se si para continuar en oración. Cada noche el rezo de Completas en la capilla, recogida e imposible de olvidar, debajo de la escalera. También unía el frío compartido y atenuado por el brasero y los comensales del mediodía que siempre eran más porque los curas de la serranía no volvían a sus pueblos hasta la tarde. Aprendimos a experimentar la fraternidad fraguada entre sacerdotes distintos. Y las cenas sosegadas en el pequeño patio durante el verano y Antonio Gamboa contando anécdotas, esperando ayudas y soñando proyectos. Compartíamos la fiesta de los Reyes Magos que nos traían algo sencillo, útil y entrañable que era dejado en la cama, a excepción del merengue que se convertía en inocente metralla de unos para otros. Y Gamboa encerrado en su habitación.

Gamboa especial, pero auténtico, bueno para la residencia y trabajador constante en el lugar asignado. Así muchos años. Después, la pobreza de la enfermedad, el deterioro y la necesidad de ser mejor cuidado. El año 1989 deja la Parroquia y unos años después, con el mejor deseo de acertar, le reciben las Madres de Desamparados y San José de la Montaña en la Casa de Ancianos de Arriate. Gracias, queridas religiosas por lo bien que lo habéis hecho. Vosotras, especialistas en hacer “hogar” se lo ofrecisteis y él ha estado contento. El hogar que le ha despedido hasta que nos encontremos en el cielo.

D. Antonio Gamboa, Ronda no te olvidará en muchos años. Por lo menos hasta que las generaciones que te han conocido pasen a la otra orilla. Los sacerdotes deseamos mantener viva la memoria de nuestros mayores, de los que después del trabajo llegan al lugar del descanso. Hoy especialmente oramos y recordamos con mucha gratitud por D. Antonio Gamboa. Y gustamos las palabras del Apocalipsis que le hacen feliz y a nosotros nos ayudan confesar la fe que aumenta la esperanza: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.”

Francisco Parrilla Gómez

Autor: diocesismalaga.es

Más artículos de: Semblanzas
Compartir artículo