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El viejo tenebrario

Publicado: 25/04/2023: 7065

Arrumbado por su desuso litúrgico, que no por incuria del Cabildo catedralicio, podemos contemplar en la capilla de San Sebastián de la Catedral de Málaga el antiguo tenebrario que era utilizado en la ceremonia del oficio de tinieblas que, cada Miércoles Santo, rememoraba las horas en las que el sol estuvo velado, coincidiendo con la crucifixión de Cristo. Se trata de un candelabro triangular.

La pieza plástica de esta ceremonia la constituía este enorme candelabro, llamado tenebrario (del término latino para designar precisamente a la tiniebla y la oscuridad) y cuya composición triangular era una alusión al misterio trinitario.

Las más de las veces se disponía en el lado de la epístola, estando coronado escalonadamente con quince velas. Ese número de cirios sumaban simbólicamente al número de apóstoles y a las mujeres que acompañaron al Señor hasta el sepulcro.

Durante la función, a la conclusión de cada salmo, un acólito se iba encargando de apagarlos uno por uno, simbolizando con ellos el silencio y las dudas que embargaron a estos personajes en semejante trance. El apagavelas que se empleaba para este fin tenía como remate una mano de madera que simulaba la de Judas que, apagó, “… con la traición y entrega de su maestro la verdadera luz que es Cristo Señor Nuestro”. Solo al final, una vela más blanca que las demás y que remataba todo el conjunto, quedaba encendida y, posteriormente, se ocultaba tras el altar.

Era la correspondiente tanto a Cristo como a su Madre. En el primero de los casos venía a significar al Redentor que, apagado en cuanto al cuerpo, permanecía vivo y oculto hasta el momento de su resurrección en la que, de nuevo, irradió de claridad al mundo.

En el segundo de los términos, rememoraba la fe absoluta de la Virgen en el triunfo definitivo de su Hijo. Del uso de esta vela en el tenebrario proviene el origen de denominar “marías” a los cirios más altos en las candelerías de los tronos de palio.

Al final de esta estremecedora ceremonia, tanto los fieles como el clero asistente armaban todo el estrépito que les era posible dando golpes por doquier “… pero nunca en los retablos, que se estropean…”, como quedaba advertido en las antiguas rúbricas. Con este estruendo se evocaba el terremoto que siguió a la muerte de Cristo, según nos relata el evangelio de san Mateo.

Por Alberto Palomo

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