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Jornada de la Vida Consagrada en la Fiesta de la Presentación del Señor (Catedral-Málaga)

Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2017 en la Catedral// S. FENOSA
Publicado: 02/02/2020: 6685

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga en la Jornada de la Vida Consagrada, Fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero de 2020.

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

EN LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 2 febrero 2020)

Lecturas: Ml 3,1-4; Sal 23,7-10; Hb 2,14-18; Lc 2,22-40.

Los consagrados, esperanza de un mundo sufriente

1.- El antiguo pueblo de Israel esperaba con ansia la llegada del Mesías, para ser liberado de los pueblos que los dominaban; imaginaba que vendría de manera espectacular como salvador temporal triunfante.

Sin embargo, el liberador de Israel y salvador del mundo llega de una manera humilde y apenas conocido; así lo profetiza Malaquías: «De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando» (Ml 3,1). Llega en la persona de un Niño frágil, de una familia pobre y humilde. Dios tiene su estilo propio, que difiere mucho del estilo de los hombres.

¡Cuántas obras creamos y cuántas estructuras montamos para llevar a cabo nuestra misión de consagrados! Y una vez creadas estas estructuras, a veces somos esclavos de las mismas.

Muchas congregaciones religiosas han hecho una seria reflexión en sus capítulos provinciales o generales y en sus jornadas de estudio sobre el modo de presencia que la sociedad actual requiere, midiendo al mismo tiempo las fuerzas y los recursos humanos, escasos a veces, que se disponen.

Felicito a quienes habéis realizado un giro en vuestro rumbo, buscando la mayor fidelidad al carisma de los fundadores, aunque ello haya supuesto una renuncia a ciertas obras y estructuras que teníais. Podemos dar gracias a Dios por estas determinaciones, que nos llevan a un mayor compromiso de pobreza y de desprendimiento; y a una mayor confianza en el Señor.

Los carismas son un don que el Espíritu Santo regala a la Iglesia. Las personas de especial consagración, que encarnáis los carismas, sois un regalo para la Iglesia universal y, de modo especial, para la iglesia particular donde vivís y lleváis a cabo vuestra misión de consagrados. Queremos daros las gracias por vuestra consagración, por vuestra presencia, por vuestra oración y por vuestra dedicación.

Como hemos dicho, no importan tanto las estructuras, sino la fidelidad al carisma fundacional y a la misión que el Espíritu Santo os encomienda al concederos ese don.

2.- En la fiesta de la Presentación del Señor vemos que Jesús entra al templo de Jerusalén, llevado por sus padres, para cumplir la ley de Moisés (cf. Lc 2,22). Jesús acepta la ley que rige en su pueblo.

La mirada atenta del anciano Simeón, hombre justo y piadoso que aguardaba la salvación de Israel (cf. Lc 2,25), reconoce en aquel Niño al “esperado de las naciones”. Lo toma en brazos y bendice Dios, porque sus ojos han visto al Salvador (cf. Lc 2,30).

También la profetisa Ana, que no se «apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día» (Lc 2,37), alaba a Dios, y reconoce en aquel Niño al liberador de Israel (cf. Lc 2,38).

La esperanza de Israel se cumplía en aquel Niño, destinado a ser «luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32).

Necesitamos pedir a Dios que nos conceda la mirada de Simeón y de Ana para reconocer su presencia salvadora, para alabarlo y para anunciarlo a nuestros contemporáneos. Los cristianos y, de modo particular, las personas de especial consagración, somos personas de esperanza, que alumbran el mundo con su fe y con su amor. Nuestra sociedad, enfrascada en las cosas temporales, necesita vislumbrar la esperanza en un mundo mejor, en un futuro más allá de lo temporal, en la transcendencia; y no solo pensar en las cosas de aquí.

3.- El lema de la presente Jornada, elegido por la Comisión episcopal para la Vida consagrada, es: “La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente”. A María nos dirigimos como “Esperanza nuestra”, porque esperó siempre en Dios y nos enseña a esperar.

María, la Madre de Jesús, fue una mujer de profunda esperanza, que nos trajo al Salvador del mundo. Ella, según la profecía de Simeón, aceptó la espada de dolor que le traspasaría el alma (cf. Lc 2,35).

“La persona de especial consagración, con su palabra, con su acción, pero sobre todo con su propia vida, es testigo y anuncio de esa esperanza. Y lo será en tanto en cuanto aprenda de María y con María, Madre de la Esperanza, a esperar solo en Dios” (Mensaje de los Obispos). No podemos poner nuestra confianza en nuestros recursos propios.

Se trata de la esperanza como “virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1817).

La Virgen María confió en las promesas de Dios, con esperanza cierta y segura de que se cumplirían. Cuando vio el desconsuelo y la desesperación de los discípulos tras el Viernes Santo, al morir su Hijo en la cruz, ahí estaba «Ella, madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles», como subraya el papa Francisco (cf. Audiencia general, 10.05.2017), y no dejó de confiar en que la Iglesia crecería y cumpliría su misión de llevar el Evangelio al mundo entero, y que el Reino de su Hijo se extendería por todo el mundo y no tendría fin. Así ha sucedido hasta el día de hoy; en estos dos mil años, el Reino de Dios se ha extendido por todo el mundo. No quiere decir que todas las personas han acogido el Reino de Dios, pero ciertamente está extendido en todo el mundo.

4.- Nuestra Madre continúa desde el cielo alentando nuestra esperanza; y los consagrados participáis de esta misión de llevar esperanza a un mundo sufriente.

Al igual que María ayudó a su prima Isabel, miles de personas consagradas en todo el mundo atienden a madres gestantes, a madres con dificultades, luchan por la vida de los no nacidos, cuidan a ancianos abandonados, a enfermos y a personas vulnerables.

Al igual que María estuvo al pie de la cruz, junto a su Hijo, con Ella, son muchos los consagrados que están cerca de los encarcelados, de los que sufren violencia, de los que son perseguidos o explotados.

Al igual que María acompañó y consoló a los apóstoles con la esperanza en la Resurrección y en la venida del Espíritu Santo, las personas de especial consagración llevan aliento y consuelo a quienes sufren tristeza, incomprensión, rechazo, angustias y desesperación.

Al igual que María, la Madre del Señor y Madre de Esperanza, las personas consagradas son fuente de esperanza en un mundo sufriente, porque proclaman que Jesucristo vino a dar sentido al sufrimiento y a la muerte; y porque Él venció el pecado, origen de todos los males que sufre la humanidad.

Dentro de breves momentos las personas de especial consagración renovaréis vuestros votos de obediencia, pobreza y castidad, con que os habéis unido esponsalmente a Cristo y a su Esposa, la Iglesia. Con la profesión de los votos los consagrados anticipáis el Reino de Dios presente ya en este mundo, mediante vuestra caridad, vuestra fe y vuestra esperanza.

Manteneos firmes en el propósito que habéis hecho. Mantened los votos que hicisteis ante el Señor y ante su Iglesia; mantened el carisma que Dios os regaló; mantened la luz de la fe, del amor y de la esperanza cristiana.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos ayude a proclamar que el mal y el sufrimiento no tienen la última palabra, porque Dios, que es el sumo Bien, es infinitamente más fuerte. Amén.

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