NoticiaColaboración "Gemidos inefables", por Francisco Castro Publicado: 07/04/2015: 21039 Escribió San Pablo que “no sabemos orar como conviene”, que, para dirigirnos a Dios, el mismo Espíritu de Dios debía acudir en nuestra ayuda y orar en nosotros “con gemidos inefables”. Esos gemidos encuentran en el corazón y la boca de los creyentes la caja de resonancia que los convierte en un canto de alabanza, un susurro confiado, un lamento esperanzado, un grito desgarrador... “Desde lo hondo, a ti grito, Señor”, reza el salmista. Ese grito, reproducido en la oración judía y cristiana siglo tras siglo, prefigura, anticipa y es eco del grito mayor de todos, el que los resume todos y a todos da sentido, el grito que sigue conmoviendo al mundo desde el primer Viernes Santo de la historia: “...y dando un fuerte grito, expiró”. La saeta es exactamente eso: un grito. La saeta, unida por un lazo inefable al grito arquetípico y anunciador de vida eterna de Cristo, expresa la maravilla de un dolor abierto a la esperanza. Ese dolor es cantado lleno de admiración, com-pasivamente, agradecidamente, por quienes saben que Jesús quiso soportarlo por nosotros y que, gracias a Él, ya no quedan dolores que sean para siempre solitarios. Puede ser la saeta, en labios llenos de honda fe y de sabiduría popular, una afirmación de confianza en la dicha prometida a los que lloran, los que sufren, los hambrientos de justicia, los que están dispuestos a dar la cara por los hermanos, los que no desisten de la esperanza y de la paz. Como Jesús. Como María, de pie ante la cruz.