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«Mi madre era una matrona a las órdenes de don José»

Publicado: 20/06/2013: 1385

Una de esas mujeres de blanco que rodean a don José Gálvez en la foto fue mi madre. A través de ella supe desde muy niño, algo de la categoría intelectual y moral de aquel médico famoso en toda Málaga, y su entonces lejana provincia, conocido por “don José”. A don José le sobraba el Gálvez. Y es que, por decirlo de alguna manera, este médico sabio y silencioso, formaba parte del patrimonio general de los malagueños.

Mi madre era una matrona a sus órdenes que hablaba en cuanto podía de la sabiduría y santidad de “don José” Si, sí; de la santidad. Ella le había beatificado por su cuenta en el ámbito doméstico. En nuestra sala de estar siempre hubo un retrato de don José. Barba blanca y puntiaguda, aspecto bondadoso y comprensivo… Tenía la extraña capacidad de hablar con los ojos. Los ojos de don José eran locuaces, escrutadores, detrás de unas gafas de cristal grueso. En varias ocasiones, acompañé a mi madre. Don José me acariciaba la cabeza; hasta sacó caramelos de mi oreja. No lo olvidaré. 

Durante cierto tiempo estuve convencido de que dentro de mi cabeza había un depósito de caramelos a los cuales no podía acceder por falta de habilidad. Y le hicieron Alcalde. En aquella época en la que todo lo público se determinaba a “dedo limpio” don José recibió la vara de mando por mayoría absoluta. Es decir, la ciudad y sus respectivas capas sociales, estuvieron de acuerdo con el nombramiento. Es decir, por votación hubiera obtenido la unanimidad. 

Pero –hay que ver- es evidente que los santos no sirven para políticos. Lo cual no impide la existencia de políticos santos. Ahora, hay que convenir en que, por lo general, aguantan poco "en el sillón". 

Y eso, precisamente eso, le pasó a don José. Con él al frente, el Ayuntamiento cambió a una especie de “Caritas” donde se hacía todo a golpe “de corazón” Los Concejales no sabían con exactitud si eran monjes hospitalarios o munícipes en ejercicio Ha pasado mucho tiempo. Dos generaciones esperan aún que don José suba a los altares. 

Nadie ha vuelto a extraerme caramelos de las orejas. Algunas veces recuerdo su sonrisa ante mi estupor. No, no era un milagro, claro. Pero a mí me lo parecía.
 

Autor: José Luis Navas, periodista

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