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Semblanza de Antonio López Benítez

Publicado: 02/04/2005: 5905

 

Vivimos días especiales, con la mirada y el corazón vueltos hacia Roma. Se muere el Papa Juan Pablo II que nos ha acompañado en la fe durante más de un cuarto de siglo. Y nos deja el ejemplo del valor de la ancianidad, de que el deterioro de la enfermedad, la imposibilidad, el sufrimiento, aunque nos haga menos atractivos son manifestaciones esenciales de la existencia humana. Hemos conocido a un papa que sufre, sometido a los cuidados médicos y a las atenciones de sus cuidadores. Nada se ha ocultado, todo ha sido conocido minuto a minuto. No hay mito, hay un hermano, un padre, que vive momentos grandiosos y fuertes de la existencia humana, la cercanía a la muerte.

En nuestro presbiterio, D. Antonio López Benítez, tercer canónigo fallecido en pocas semanas, contemplaba ayer las noticias que ofrecía Televisión. En una visita que le hizo una de las religiosas mercedarias comentó el estado de salud del Papa. Un rato después, de forma serena, fallecía. Se había adelantado a última hora a Juan Pablo II en su encuentro con el Dios Trinidad.

Los últimos días el bueno y querido de D. Antonio había experimentado un bajón en su estado físico. Esta última semana ha sufrido y cuando le hemos preguntado sólo ha respondido que se encontraba mal. No podía, no sabía ni quería explicar más. Agradecía el respeto silencioso de los que le rodeamos en la Casa Sacerdotal. Y prefería subir pronto a la habitación y permanecer callado y en soledad. Estaba convencido de la llegada de la hermana muerte. Aceptó se le tuviera que ayudar, incluso se le subiera el desayuno a su habitación, cuando el siempre ha sido refractorio. Porque el comienzo del día, en verano y en invierno, el reloj de D. Antonio señalaba las 7,30 en punto como hora para bajar al comedor.

Y cuando las primeras luces del día se habían apoderado de la ciudad, D. Antonio a paso rítmico que era anunciado por su bastón bajaba a la calle en búsqueda del diario que después leía y señalaba en lo más importante para así entregarlo a otros compañeros y a las hermanas.

Hemos sufrido con él al contemplarle dolorido, física y moralmente. Con respeto grande hemos intentado sacerdotes, religiosas y personal de la casa, estar cerca y respetar intimidad. Con el deseo de que nuestra cercanía callada fuese percibida como manifestación del cariño y de comprensión de su persona.

D. Antonio López Benítez ha sido durante años hombre de confianza de varios obispos. Ha sido la mejor solución para responsabilidades pastorales que exigen especiales cualidades Porque ha sido fiel al encargo recibido, tenaz en sus propósitos, obediente al máximo, trabajador incansable. Piadoso, ha tenido la cualidad de aislarse cuando era necesario y no querer ser salvador de causas imposibles.

Nace en Cuevas de San Marcos el día 23 de Febrero de 1922. De familia cristiana en un pueblo de tradiciones y vivencias creyentes. Cuántas vocaciones sacerdotales y religiosas. Descubre su inicial vocación al sacerdocio y es ordenado el día 29 de Junio de 1947,solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Faltaban días para que fuese anunciado el nombramiento de D. Ángel Herrera Oria como Obispo de Málaga.

En el Seminario vivió la etapa de reorganización material y formativa en todos los sectores. Había fallecido el hoy Beato Manuel González, el rector D. Enrique Vidaurreta, el rector que le sucede, D. José Luna. D. Antonio vive el deseo de fidelidad a lo iniciado veinte años antes, pero se presentan dificultades en el seminario y D. Antonio las debe integrar como seminarista teólogo. Une fidelidad y visión crítica que le hace no condicionarse por nada ni por nadie, con madurez no propia de sus años jóvenes.

No se le reconoce señalado por ningún “ismo” de los que pudieron surgir, más en la práctica que en la teoría.

Su primer destino es la serranía de Ronda. Hasta siete pueblos de la comarca, Cartagima, Parauta, Igualeja, Pujerra, Alpandeire, Faraján y Júzcar, algunos sin carretera. Con luz eléctrica sólo a partir de que se apague el sol. En verano y en invierno hay que caminar y, en el mejor de los casos, un mulo sirve de medio transporte. Aquellos pueblos recuerdan la reanimación pastoral que les supuso el sacerdote joven que les reunía, celebraba la Eucaristía con puntualidad inexplicable, preparaba para los sacramentos, animaba la catequesis de pocos niños vivida con toda seriedad, estaba cerca de los enfermos y de los ancianos. El amor a Jesucristo y la vida parroquial subió enteros. Sólo Dios sabe cuánto frío, sudor, cansancio por el Reino ofrecía cada día el bueno de D. Antonio que ya iniciaba su deficiente estado de circulación sanguínea en la pierna.

De la serranía-pueblos a la serranía-capital. Ronda le recibe con entusiasmo cuando es nombrado párroco de Santa María la Mayor. Reducida feligresía pero parroquia que tiene la responsabilidad de la Patrona, a quien se venera en la Iglesia del Colegio de las Esclavas del Divino Corazón. Trabaja mucho y tiene la compensación de la respuesta de los fieles.

A Ubrique es destinado porque hay que suplir a un excepcional párroco, D. Rafael Jiménez Cárdenas. Es pueblo industrial, lejos de Málaga y hay que trabajar mucho. Es verdad que siempre huvo compensación por la respuesta generosa de los ubriqueños. Un día le visita el obispo Auxiliar, Dn. Antonio Añoveros y queda maravillado de la forma de animar la vida parroquial, de los servicios que presta, de la vida de las asociaciones, de la piedad de los fieles, de la entrega del párroco.

Al volver a Málaga informa al obispo D. Ángel Herrera Oria. Y como en aquellos momentos desean potenciar el equipo de formadores, deciden el nombramiento de D. Antonio López Benítez como superior de teólogos y como vice-rector. Todos los de aquellos años recordamos el ejemplo de obediencia de otro buenísimo sacerdote, Dn. José María Ortega Muñoz. El obispo le llama y le da a conocer su decisión. Le ha nombrado párroco de Ubrique y al párroco de Ubrique, superior del Seminario. D. José María pasa la noche guardando libros, recogiendo alguna ropa y a las cinco de la madrugada inicia su traslado a Ubrique. La obediencia es vivida con rapidez, sin discusión. D. Antonio López Benítez a Málaga, D. José María Ortega Muñoz a Ubrique. Los dos trabajarán mucho y bien. Así son nuestros curas, lo decimos con santo orgullo. Esa es la siembra del seminario, que la galería de la obediencia es algo más que estética. Es lección diaria. A veces se vive con cierto dolor en el corazón, porque en los de entonces y en los de ahora hay sensibilidad que es cualidad humana.

En el Seminario D. Antonio tiene que trabajar con los seminaristas mayores. Será formador, maestro de teología pastoral, Vice-Rector de todos. Y, por fin, Rector del Seminario. Se ha regularizado la etapa larga durante la cual el rectorado estuvo confiado a los obispos D. Ángel Herrera, D. Antonio Añoveros, D. Emilio Benavent. En estos años es nombrado canónigo de la Santa Iglesia Catedral, ministerio que él ha vivido con cariño y con fidelidad al servicio que ha prestado en cada momento.

Años después el equipo formador del seminario es cambiado. Son momentos de dificultad porque la crisis vocacional ha comenzado y también las tensiones eclesiales se contagian en nuestro centro formativo sacerdotal. D. Antonio, D. Lorenzo Orellana, D. Antonio Ramirez Mesa, D.Salvador Montes Marmolejo son destinados a Antequera. D. Antonio como Párroco de San Sebastián y Arcipreste. Allí trabajan mucho y bien. Saben complementarse y desde la vida común es más fácil iniciar la pastoral de conjunto. Son años de mucha vitalidad, de gran dificultad porque la sociedad española vive momentos de transformación. El pos-concilio, no siempre bien asimilado, lleva a tensiones entre los mismos grupos eclesiales que en Antequera D. Antonio López debe asumir, intentar apaciguar, pero no apagar en algunos de sus postulados. La serenidad de D. Antonio y su experiencia son riqueza difícil de valorar hoy en favor de la vida cristiana de la ciudad y de la comarca donde es querido y respetado de los fieles de que acuden con frecuencia a el.

Por último deja la parroquia de San Sebastián y vuelve a Málaga, han sido muchos años. La Casa Sacerdotal será su nueva residencia y la catedral el lugar donde ejerza su quehacer sacerdotal, especialmente presidir la celebración de la Eucaristía en el templo capitular del Sagrario. Con prontitud que admira, con piedad que reconforta a los que acuden al templo, cada día la homilía preparada, breve, con contenido. El la lee y la archiva. Se hace querer de los demás miembros del Cabildo, de las religiosas auxiliares parroquiales, del personal seglar que, últimamente, le acompaña hasta la Casa Sacerdotal, porque ya vive D. Antonio inicios de su debilidad.

En la Casa Sacerdotal es también querido y respetado. Las Mercedarias, especialmente en los últimos años que su salud ha sido deficiente, acompañada por el cumplir de los años, han estado muy cerca. No le ha faltado el cariño y el cuido. Lo agradecemos y nos ayuda a mirar el futuro con confianza en Dios y también en la cercanía de las religiosas Mercedarias. No en balde su fundador fue canónigo de esta Catedral, el Beato Juan N. Zegrí.

Querido D. Antonio. Estos días a Vd. no le gustaba que le preguntásemos cómo se encontraba de salud. Ahora sabemos que está muy bien. Que los interrogantes de cómo será la muerte que alguna vez hablamos en el comedor, y que nos decíamos que era cuestión de solo fe confiada en el Señor, ahora para Vd. es algo más. Es gozo, es paz, es abrazo agradecido de Dios por todo lo que Vd. ha trabajado y servido como sacerdote. Y si Dios se le ha manifestado así, nosotros desde aquí le decimos “gracias” por su ejemplo de vida sacerdotal.

Francisco Parrilla Gómez,
Presbítero

Autor: diocesismalaga.es

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