Una asombrosa producción y dirección de Iciar Bollaín (‘También la lluvia’) que muestra la belleza del Nepal, la fortaleza de una voluntaria maestra que lucha por la educación de los niños intocables. Pero, un guión inconsistente le resta intensidad y veracidad a la brillante interpretación de Verónica Echegui.

Narra la aventura de Laia, una joven maestra catalana, en el Nepal. Se embarca en un proyecto personal de escuela para niños de la calle. Deja atrás una vida triste y convulsa. Los niños viven en las chabolas en la orillas del río que atraviesa la ciudad de Katmandú. Al llegar, cree que puede cambiar la realidad, choca con otra cultura, se casa con un joven por conveniencia. Entonces, Laia se enfrenta con la pobreza extrema, con la dramática situación de las mujeres y de las niñas en Nepal. Una mujer que tendrá que romper sus propios esquemas para sentir y encontrar su espejo en el cielo,

Una historia que navega entre sol y sombras. Trasmite unos mensajes potentes, valiosos y positivos. La trasformación de la sociedad es posible, construir un mundo mejor basado en una educación que libere a las personas, las proyecte para que desarrollen sus capacidades y trasformen su entorno social. Un voluntariado por horas que se cree superior a otras culturas y que no tiene en cuenta a las personas, fracasa. Pero, se pierde en la fragilidad ideológica que sustenta la historia. El argumento se centra en la protagonista y en sus motivaciones. Lo paradójico, es que no las define, las desdibuja a través de sendos flashbacks ridículos. Así, se intuyen los verdaderos motivos de Laia. Quiere construir una escuela libre porque de niña tenía una beca en una escuela católica donde las monjas imponían una educación a la fuerza. Impulsa la liberación de la mujer porque su matrimonio fracasó por un marido machista que le impedía estudiar, un embarazado no deseado y un aborto. Una historia que sucumbe por unos cimientos no definidos e ideológicos