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Presentación del Señor, Jornada de la Vida Consagrada (Catedral-Málaga)

Publicado: 02/02/2021: 1237

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, el 2 de febrero de 2021 en la Presentación del Señor, Jornada de la Vida Consagrada, celebrada en la Catedral de Málaga.

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

(Catedral-Málaga, 2 febrero 2021)

Lecturas: Ml 3,1-4; Sal 23,7-10; Hb 2,14-18; Lc 2,22-40.

Vivir la fraternidad en un mundo herido

1.- Celebramos en este año el veinticinco Aniversario de la Jornada de la Vida Consagrada, instituida por el papa Juan Pablo II (2.02.1995) para valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo mediante la vivencia de los consejos evangélicos y para rezar por ellos.

Esta Jornada quiere ser para las personas consagradas una ocasión especial para renovar sus compromisos y reavivar la llamada que recibieron del Señor para entregarse totalmente a Él.

Damos gracias en esta Jornada por la riqueza que significa la presencia de las personas de especial consagración en la Iglesia y, de modo concreto, en nuestra Diócesis.

Queridos consagrados, gracias por vuestra entrega al Señor; gracias por ser fieles a la llamada del Señor a seguirle de cerca mediante los consejos evangélicos; gracias por vuestra dedicación a los hermanos más necesitados; gracias por vuestra oración por todos nosotros y por toda la Iglesia; y gracias por poner esperanza y alegría en los corazones de los fieles.

2.- La Jornada se celebra desde su inicio en la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. El evangelista Lucas narra este episodio en el que los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor» (Lc 2,22), según la Ley de Moisés.

«Todo varón primogénito será consagrado al Señor» (Lc 2,23) y debían ofrecer la ofrenda prescrita (cf. Lc 2,24), en memoria agradecida de la salida de Egipto, de la liberación del pueblo de Israel. Había en el templo unas personas consagradas al Señor, Simeón y Ana, que desde la luz de la fe descubren la presencia del Salvador del mundo en aquel niño pequeño. Ellos nos dan una gran lección, que hemos de pedir al Señor: que nos ayude a descubrir su presencia en los pequeños, es decir, en las personas más necesitadas.

El justo y piadoso Simeón aguardaba el consuelo de Israel y el Espíritu Santo estaba con él (cf. Lc 2,25); por eso sabía que vería al Mesías (cf. Lc 2,26); era un hombre de esperanza; esperaba al Mesías. Y al tomar en brazos al Niño bendijo a Dios por haber visto la salvación (Lc 2,30-32).

Queridos consagrados, al igual que Simeón y Ana bendecid al Señor por la salvación que nos trae; contad a todo el mundo que Jesucristo es nuestro único Salvador. Con vuestra vida consagrada y vuestra misión sed voceros de Dios, sed presencia sanante en esta sociedad herida.

3.- La XXV Jornada de la Vida Consagrada lleva por lema «La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido», expresando, como la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 33-35), la condición herida del ser humano y al mismo tiempo la misión sanadora de las personas consagradas en la Iglesia y en la sociedad.

Ciertamente vivimos en un “mundo herido”. Las penalidades y sufrimientos de siempre están presentes en todo el planeta: enfermedades, penurias, hambrunas, guerras, desastres naturales. A ello hay que añadir los males que ha traído la pandemia de la Covid-19. Pero la peor herida de todas es el pecado y el alejamiento de Dios; esa es una herida profunda en nuestro mundo.

Las personas de especial consagración estáis poniendo el bálsamo del amor a tantas personas rotas: enfermos, mayores; víctimas de las catástrofes naturales; inmigrantes y refugiados; familias destrozadas; niños abandonados; personas abusadas y violentadas en su dignidad; parados y necesitados de pan y de techo.

Y de modo especial, os acercáis con delicadeza a quien vive en la tiniebla de la lejanía de Dios, para acercarle a su Luz. En esta fiesta de la Presentación del Señor hemos hecho la bendición de las velas y la procesión, llevando en nuestras manos la luz de Cristo que nos ilumina.

Como dicen en su Mensaje de este año los Obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, “en todos esos rostros descartados se miran y se sienten llamados los consagrados; en todas esas cunetas de nuestra sociedad encuentran a Cristo sediento, maltratado, abusado, extranjero, encarcelado; en todos esos abismos de la humanidad se arrodillan y se entregan, haciéndose prójimos de cada uno sin excepción. En su corazón misericordioso y misionero son parábola de la fraternidad humana”. ¡Seguid siendo parábola de fraternidad en este mundo herido, queridos consagrados!

4.- La fiesta de la Presentación nos permite presentar al Señor nuestra alabanza, nuestro trabajo, nuestra oración, nuestro sufrimiento, nuestros anhelos y buenos deseos. Esta fiesta nos impulsa a seguir el camino que comenzamos con la llamada que el Señor nos hizo a cada uno.

Tenemos la esperanza de la cruz en la que hemos sido salvados, sanados y abrazados, para que nadie ni nada nos separe del amor de Cristo (cf. Rm 8, 35). El Señor nos interpela desde su cruz a mirar como hermanos a quienes reclaman nuestra atención y nuestra ayuda.

Como dice el papa Francisco: “Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede a un costado de la vida. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano” (Fratelli tutti, 68). “Amar al más insignificante de los seres humanos como a un hermano, como si no hubiera más que él en el mundo, no es perder el tiempo” (Fratelli tutti, 193).

5.- Hemos de mirar el futuro con esperanza, contando con la fidelidad de Dios y el poder de su gracia, que obra siempre nuevas maravillas.

Los consagrados aprendéis en la escuela de Cristo cómo asumir la fragilidad humana y las heridas propias y ajenas. En vuestro corazón contemplativo y profético sois parábola de fraternidad.

Hoy damos gracias a Dios por todas las personas de especial consagración, que, como buenos samaritanos, viven la fraternidad en este mundo herido. Y todos estamos llamados por Jesús, el Buen Samaritano, a hacer lo mismo (cf. Lc 10, 37).

En breve renovaréis vuestros compromisos de consagrados ante la comunidad cristiana. Pedimos por vosotros, para que os mantengáis fieles al carisma que el Señor os ha regalado.

Por ello elevamos nuestra súplica con la Oración de esta Jornada: Señor, “ayúdanos a poner los ojos en ti, el Buen Samaritano, para hacernos cargo y caminar humildemente a tu lado como «hermanos y hermanas» de todos”.

Pedimos a la Santísima Virgen María, Madre del Buen Samaritano, que la presencia de los consagrados sea un bálsamo para este mundo herido. Amén.

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