El evangelio de hoy (Lc 2,22-40) nos presenta tres escenas de la infancia de Jesús.

La primera se sitúa ante el Santuario del Templo. Allí se realizan dos ritos que Lucas (pagano de origen y poco conocedor de las costumbres judías) entremezcla y confunde: el primer varón nacido de una pareja pertenece a Dios y por ello ha de ser rescatado sacrificándose en su lugar una víctima en el altar (Ex 15); María, como toda mujer que da a luz debe purificarse durante una serie de días, al final de los cuales debe ofrecer una ofrenda, que para los pobres es de dos tórtolas o dos pichones.

La segunda escena ocurre en los atrios del Templo: Primero Simeón (“hombre honrado y piadoso”) da gracias a Dios por haberle permitido “haber visto a tu Salvador” con el himno conocido como Nunc Dimittis y profetiza a la madre las dificultades que va a padecer con la misión de su hijo. En segundo lugar la profetisa Ana “daba gracias a Dios y hablaba del niño…”.

La tercera escena ocurre en el lugar de Nazaret. En apenas 15 palabras se nos resume toda la vida de Jesús hasta llegar a la adultez. Se nos dan las claves de lo que fue aquella familia para Jesús y del papel de toda familia hacia sus hijos: ayudarle a crecer y fortalecerse; ayudarle a llenarse de sabiduría; permitir que el favor de Dios lo acompañara. Aquella familia vivía según un modelo que hoy es imposible vivir, no podemos pretender imitarlo. Pero en lo fundamental nuestras familias, como la de Nazaret, deben pretender lo mismo.