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Santos Ciriaco y Paula (Parroquia de los Santos Mártires-Málaga)

Juicio de San Ciriaco y Santa Paula, altorrelieve en la iglesia de los Santos Mártires Ciriaco y Paula. FOTO: PEPE PASTOR
Publicado: 17/06/2022: 26

Homilía de Mons. Jesús Catalá con motivo de la festividad de los Santos Patronos Ciriaco y Paula

SANTOS CIRIACO Y PAULA

(Parroquia Santos Mártires-Málaga, 17 junio 2022)

Lecturas: Sab 3, 1-9; Sal 125, 1-6; 1 Pe 4, 13-19; Lc 21, 8-19.

Testigos de la presencia amorosa de Cristo

1.- Hoy celebramos la fiesta de los santos mártires Ciriaco y Paula, que ofrecieron su vida en holocausto para dar testimonio valiente de su fe en la época romana de inicios del siglo IV.

Según el libro de la Sabiduría, que hemos escuchado, la gente insensata pensaba que los cristianos morían y terminaba su vida (cf. Sab 3, 2), considerando «su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción» (Sab 3, 2-3). Sin embargo, ellos esperaban de la inmortalidad (cf. Sab 3, 4); es decir, tenían la esperanza cristiana de seguir viviendo otra vida en la eternidad. Hoy necesitamos vivir de esa fe, puesto que parece que vivamos mirando solo lo terreno. El testimonio de Ciriaco y Paula nos debe animar a tener presente nuestro destino final.

Dios permitió que sufrieran el martirio, poniéndolos a prueba como oro en crisol (cf. Sab 3, 5-6), para aquilatarlos; y ellos recibieron el gran regalo de la inmortalidad. 

2.- El apóstol Pedro nos ha animado a estar alegres en el Señor, aun cuando tengamos que sufrir por Él: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo» (1Pe 4, 13).

Dichosos también nosotros, si nos persiguen o calumnian por ser cristianos: «Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros» (1 Pe 4, 14).

En el Aleluya hemos meditado: «Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 10). Esta bienaventuranza no está bien considerada; porque llamar dichoso al perseguido por la justicia, no por haber cometido delitos penales, sino por ser cristiano, no resulta hoy atrayente.

Sufrir por ser por homicida, ladrón o malhechor, no es bueno; «pero, si sufre por ser cristiano, que no se avergüence, que dé gloria a Dios por este nombre» (1Pe 4, 16).

3.- Tengamos en cuenta, sin embargo, que solo se puede ser testigo de Jesucristo y soportar las persecuciones y los sufrimientos, si ha habido un encuentro personal con Él; si hay una relación de amistad o de amor con Jesús.

¡Quién es capaz de dar la vida por otro? Solo aquel que ama a esa persona. Por un “enemigo” nadie daría su vida. 

No podemos decir que somos cristianos si en nuestra vida no hay un encuentro personal con Jesucristo, una relación verdadera de amor. Amar a una persona implica no solo conocerla externamente, conocer sus datos personales o estar informada de cómo es; sino tener una relación personal con ella. El amor brota entre dos personas con la relación interpersonal y no con los simples datos informativos.

El encuentro personal con Jesús, el Hijo de Dios, ilumina nuestra vida y le da sentido. Los santos mártires Ciriaco y Paula comprometieron su vida porque amaban a Jesús; por ello se convirtieron en testigos de la presencia amorosa de Cristo.

4.- La fe compromete toda la existencia. El papa Juan Pablo II decía a los jóvenes: “En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia” (Mensaje para la XVII Jornada Mundial de la Juventud, Castel Gandolfo, 25.07.2001, 3). 

Este mensaje no va dirigido solo a los jóvenes, sino a todo cristiano; y a todo malagueño que tiene por Patronos a unos jóvenes, cuya fe les comprometió toda su vida. 

El santo Papa continuaba diciendo: “¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: ¡«No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín» (cf. Mt 5,15)” (Ibid.).

Queridos fieles y devotos, hemos de ser “testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo”. Y para ser creíble es necesario vivir una relación personal con el Señor.

5.- Según el evangelio proclamado Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida» (Lc 21, 9). El Señor nos anima a no tener miedo, porque los cristianos, testigos del Evangelio, no deben tener miedo, por varias razones. 

En primer lugar, porque el Evangelio posee una fuerza potente, imparable, ya que se trata de la fuerza del amor, de la verdad y de la libertad, características del reino de Dios. La fuerza más potente que trasforma el mundo es el amor.

En segundo lugar, Jesús sitúa a sus discípulos ante el juicio final, para que comprendan que el juicio de los hombres no es definitivo. El juicio de Dios está por encima del de los hombres; es verdadero, supremo y definitivo. El juicio divino se basa en el criterio del amor, de la verdad y de la fidelidad al amor y a la Palabra de Dios; no depende de la estima o del juicio de los hombres. Sin embargo, el juicio de los hombres es temporal, pasajero y no tiene valor definitivo. Uno puede caer bajo el juicio humano, que puede estar equivocado; sin embargo, el juicio de Dios nunca se equivoca. El juicio humano equivocado suele estar basado en la mentira, en la difamación; mientras que el juicio de Dios está basado en la verdad.

Finalmente, otra razón por la que no debemos tener miedo es que Jesús ofrece al cristiano una seguridad plena y total, porque está en manos Dios: «La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento» (Sab 3, 1). Todo lo que pueda sucederle en esta vida a un hijo de Dios se contempla desde la providencia divina que nos ama infinitamente. 

Dios-Padre es providente, misericordioso y fiel; su amor es eterno y va más allá de los límites humanos. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre son los motivos que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos. Ciriaco y Paula estaban en manos de Dios; y nosotros estamos también en sus divinas manos. ¡Que ellos nos ayuden a poner nuestra vida en manos del Señor! No nos fiemos del juicio de los hombres, que es temporal y pasajero y se puede equivocar.

Pedimos a la Santa María de la Victoria su protección maternal y a los santos mártires Ciriaco y Paula su intercesión, para que sepamos dar la talla como testigos de Cristo en este momento de la historia, que nos ha tocado vivir, como ellos la dieron a principios del siglo IV. Amén

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