«El Espíritu nos resucita» Publicado: 03/08/2012: 1458 A veces se reciben cartas extrañas. Así era la que recibí, hace unas semanas, de mi amigo José Carlos S. Pizarro, un marbellí inquieto tanto en lo religioso como en lo social. José Carlos, delegado de ventas de una pequeña empresa, se pasa la vida sobre ruedas en la carretera. A pesar de todo, saca tiempo para leer, reflexionar, orar y hasta escribir, de vez en cuando, a los amigos. En su última carta (¡admírese el lector!) me preguntaba qué era la gracia, la gracia santificante. Lo que cuento no es ninguna ficción o recurso literario para llamar la atención del lector. No. La carta de José Carlos es tan real como la revista que tienes entre tus manos, querido amigo. Digo esto porque resulta insólito que hoy, cuando la distracción envolvente nos impide profundizar en temas religiosos, alguien se plantee y nos pregunte por la “gracia santificante”. Desgraciadamente, para muchos el tema es tan irrelevante como inútil. De ahí mi extrañeza. Mi amigo algo recordaba de lo que el catequista le había explicado cuando se preparaba para su Primera Comunión. También tuvo que estudiar el tema en sus clases de religión, cuando cursaba bachillerato en el Instituto. Pero, a pesar de su empeño personal y de la competencia del catequista primero y de la del profesor de Religión después, José Carlos no se había enterado, según me decía en su carta. “Para usted, ¿qué es la gracia? Se nos habla y se escribe sobre la gracia santificante, como si de un presupuesto archisabido se tratara. Creo que a muchos cristianos les pasa lo que a mí: leemos, escuchamos y hablamos sobre la gracia, pero no sabemos exactamente lo que es o en qué consiste, como tampoco sabemos si la tenemos (como una cosa) o la vivimos (como un estado o manera de ser). Dígamelo Vd., por favor”. José Carlos me ponía en un aprieto. Cómodamente, y quizás para quitármelo de encima, le contesté que me era difícil explicárselo por carta. Le sugerí que leyera en el Catecismo Católico todas las referencias a la gracia santificante. También podía consultar a un seglar entendido o a un sacerdote. Ellos le explicarían lo de la gracia santificante o le indicarían algún libro apropiado. Ayer tuve que llamar por teléfono a José Carlos por otro asunto. Y me salió con lo mismo: “Pero, bueno, dígame, ¿qué es para usted la gracia santificante?”. El amigo comenzaba a ponerse pesado. Así que le contesté haciéndole la misma pregunta, a la manera como lo hacen los gallegos inteligentes: “Y para ti, ¿qué es la gracia santificante?”. Y me respondió, sin más: “Es Jesucristo ‘metido´ dentro de nosotros por el Espíritu, como llevamos metido el amor a un ser querido”. “Oye, le respondí, pues no me parece desacertada la respuesta. Te felicito. No te molestes en darle más vueltas al tema, y vive lo que crees”. José Carlos, probablemente sin darse cuenta, tradujo a su manera el versículo 11 del capítulo 8 de la carta a los Romanos: “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su espíritu que habita en vosotros”. Por la fuerza del Espíritu Santo, el cuerpo muerto de Jesucristo no sólo recuperó la vida, sino que la recuperó en plenitud. Su cuerpo se divinizó. En el cuerpo de Jesús ya no cabía más vida, porque la tenía toda. El era la misma vida, porque El era Dios. Pero, es más: lo que el Espíritu Santo hizo con el cuerpo de Jesús, de manera semejante hará con los “mortales” que creen en El. El autor de la Carta se refiere intencionadamente a los creyentes como “mortales”, para que quede claro que los que por naturaleza estamos sometidos a la finitud, a lo inacabado, a la muerte el Espíritu Santo nos “diviniza”, nos resucita, nos hace “Jesús”. Pero en “semilla” real; en esperanza fundada. Y esto por gracia, es decir, inmerecidamente. Nuestra transformación interior (“cristificados”, semejantes a Cristo, ya ahora) es un don divino, una dádiva jamás sospechada, un regalo desbordante. Esta “transformación” se hace a través del Espíritu que actúa en nuestro interior por la resurrección del mismo Jesús. La resurrección es el premio que el Padre da a su Hijo, hecho hombre, por la fidelidad con que llevó a cabo la obra de la redención. Y, con la resurrección, Jesucristo puede también disponer del Espíritu, dándolo a quienes creen en El. La gracia santificante es la realidad inicial (realidad que tiende a desarrollarse plenamente en el “más allá”), del amor de Dios en nosotros, manifestado en Cristo y hecho vida en nuestro interior por el Espíritu. Opino que José Carlos tenía razón cuando me dijo por teléfono que por la gracia santificante el Espíritu nos “mete” a Cristo en nuestro interior, de manera semejante como llevamos metido dentro de nosotros el amor que sentimos por un ser querido. Abril 1998 Autor: Mons. Ramón Buxarrais