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Funeral del Rvdo. Francisco Acevedo (Parr. San Patricio-Málaga)

Los compañeros del fallecido sacan a hombros el féretro tras la Eucaristía celebrada en la tarde del lunes. FOTO: M. A. GALLARDO
Publicado: 04/07/2016: 4901

Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Funeral del Rvdo. D. Francisco Acevedo Ponce de León (Parr. San Patricio-Málaga) el 4 de julio de 2016.

FUNERAL DEL RVDO.

FRANCISCO ACEVEDO

(Parroquia San Patricio-Málaga, 4 julio 2016)

 

Lecturas: Os 2,16-18.21-22; Sal 144,2-9; Mt 9,18-26.

 

1.- Dios enamora al ser humano

Un fraternal saludo a mis hermanos presbíteros que en buen número habéis venido a uniros a esta plegaria por nuestro hermano Francisco. Y a todos vosotros, queridos fieles, sobre todo de la parroquia de San Patricio que habéis gozado del ministerio sacerdotal de D. Francisco.

Venimos a darle gracias a Dios, en primer lugar, por el ministerio que él ha desempeñado, por el regalo de su vida. Y, en segundo lugar, para pedirle al Señor que en su misericordia lo acoja ahora en el Reino de la inmortalidad, porque todos necesitamos del perdón y de la misericordia de Dios.

Hemos leído las dos lecturas que nos ofrece la liturgia de hoy, lunes de la XIV semana del Tiempo Ordinario. En la primera lectura del libro del profeta Oseas, aparece una imagen que me gustaría que la meditáramos más y nos la apropiáramos. Se trata de la imagen del amor esponsal, que no se aplica sólo a los esposos, varón y mujer. La imagen del amor esponsal

recorre toda la Biblia, de modo especial, en los profetas y también en los salmos.

Dios ama al Pueblo de Israel y nos ama, además de con amor de Padre porque es Padre, como el esposo a la esposa. Dios enamora al ser humano. Se acerca él, como dice el profeta Oseas: «por eso, yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón. Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto» (Os 2,16-17).

Dios ama al hombre, Dios ama a su Pueblo Israel, Dios ama al nuevo Pueblo de Israel que es la Iglesia. Y esta Iglesia es la esposa de Cristo, Esposo. Esta imagen esponsal va también para cada uno de nosotros. Nuestra alma es como la Iglesia, amada como esposa por el Esposo, Cristo.

Continúa diciendo el profeta Oseas: «Aquel día ‒oráculo del Señor‒ me llamarás “esposo mío”, y ya no me llamarás “mi amo”» (Os 2,18). Dios no quiere tratarnos como siervos, como dueño o como patrón. Dios quiere tratarnos como esposa suya, con encanto de cariño, de amor envolvente, transformante, iluminante.

Ese es el recorrido que nuestro hermano Francisco ha realizado y que se ha recogido en la semblanza espiritual que nos ha dicho D. Adrián.

Fruto de ese amor esponsal ha sido esas obras que han salido en esta zona del barrio de Huelin, que he conocido tal y como está ahora, pero que muchos de vosotros habéis visto una grandísima transformación de cómo estaba hace cincuenta años a cómo está hoy.

La fecundidad en la Palabra de Dios ha llegado a esos frutos, como la esposa y la esposa se preocupan de sus hijos para que crezcan, para que se desarrollen, para que maduren. El sacerdote unido a Cristo en amor esponsal produce esos frutos que son de auténtico amor.

 

2.- Dios hace alianza de amor perpetuo

Además de enamorar al ser humano, Dios hace una alianza de amor perpetuo con el hombre: «Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura» (Os 2,21). El desposorio de Dios con nosotros tiene esas características preciosas: de justicia, –la justicia de Dios es salvífica, no es condenatoria, y cuando castiga es pedagógicamente–, de derecho, de misericordia y de ternura. Y este desposorio es para siempre: «me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor» (Os 2,22).

Dios nos quiere enamorar, quiere desposarnos con Él en justicia, en derecho, en misericordia, en ternura y en fidelidad.

 

3.- El hombre es invitado a vivir en fidelidad

En correspondencia, al hombre se le invita a ser fiel. Oseas hablaba de apartarse de los dioses falsos: «Apartaré de su boca los nombres de los baales, y no serán ya recordados por su nombre» (Os 2,19).

El salmo que hemos cantando es un salmo de alabanza de bendición a Dios: «Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás» (Sal 144,2). «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (Sal 144,8). «El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas» (Sal 144,9).

Y ese amor esponsal provoca, produce, incita a una plena fidelidad. No puede haber muchos amores, debe haber uno sólo. El amor esponsal es exclusivo y es fiel hasta el final.

Me ha alegrado escuchar en la semblanza espiritual que al final de la vida, después de largos años, más de cien, el Señor a D. Francisco le hacía vivir esa fidelidad, el “amén” que nos decía D. Adrián. El “amén” de su vida, la fidelidad hasta el final, hasta más de cien años y aunque hubiera habido doscientos. La fidelidad a ese amor es perpetua.

Dios es fiel siempre, siempre. Los que no somos fieles somos nosotros. Pero en esta fiesta que estamos celebrando de la resurrección de un hermano nuestro las lecturas y su vida nos invitan a vivir con fidelidad el amor de Dios. Agradecidos y fieles.

 

4.- El Señor es dueño de la vida y de la muerte

El Evangelio nos ha presentado la verdad de que Cristo es dueño de la vida y de la muerte. Un personaje, un jefe de los judíos al que se le ha muerto su hija va a buscar a Jesús, se arrodilla ante él y le pide: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá» (Mt 9,18). Este hombre tenía fe en que Cristo podía resucitar a su hija muerta.

Jesús se levantó y lo siguieron sus discípulos. Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida» (Mt 9,24). Y la reacción de la gente ante estas palabras de Jesús fue que «se reían de él» (Mt 9,24).

Probablemente gente que pasa por este barrio de Huelin y nos ve puede reírse de nosotros, y muchos paisanos también. Se ríen de nosotros que creemos en la resurrección y creemos con fe firme que nuestro hermano Francisco no está muerto, sino que vive, que duerme en el Señor.

Seguramente en las conversaciones que todos tenemos con gente más o menos o no creyentes se ríen de nosotros. Se rieron de Jesús, ¡cómo no van a reírse de nosotros si decimos que nuestro hermano duerme en el Señor, que está vivo, que la muerte ya no tiene dominio sobre él! Esta fe, esta convicción viene dada por el amor que el Señor nos tiene.

Efectivamente, esto no es un funeral para llorar y así lo estamos celebrando. Es una fiesta donde cantamos la resurrección del Señor. Me alegro que las Comunidades Neocatecumenales presentes en la parroquia estéis esta tarde cantando todos juntos con nosotros.

Las exequias o los funerales de los creyentes deben ser fiestas de alegría,

nos duele separarnos de nuestro hermano Francisco, claro que nos duele; pero esta es una fiesta en la que profesamos la resurrección y la luz. Sobre él brilla la luz, simbolizado en el Cirio Pascual que hemos encendido.

Pues, aunque se rían de nosotros sigamos cantando la resurrección de la muerte temporal.

El pasaje evangélico termina diciendo que Jesús «cuando echaron a la gente, entró, cogió a la niña de la mano y ella se levantó» (Mt 9,25). Y, «la noticia se divulgó por toda aquella comarca» (Mt 9,26). Pues esta noticia conviene que la divulguemos por toda la comarca. Que todo el barrio de Huelin sepa que Francisco sigue vivo y que está dormido en el Señor, que no ha muerto para siempre, que simplemente ha pasado la puerta hacia la eternidad, ha cruzado el umbral. Que todo el barrio de Huelin sepa que D. Francisco sigue vivo. Esta es nuestra fe y por eso rezamos para que el Señor lo acoja en ese Reino de paz, de inmortalidad y de felicidad auténtica. Que así sea.

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