A principios de abril, pude conversar con el padre Jean Marie Sene, Oblato de María Inmaculada. Me estuvo hablando sobre su país, Senegal, y especialmente sobre el poblado al que viaja. Le pregunté cuándo tenía pensado volver y me dijo que iría en agosto y a finales de septiembre.

Hasta ese momento, nunca me había planteado ser misionera, porque desde muy joven descubrí que la misión está delante de nuestros ojos, allí donde cada uno está viviendo, ya que veía mucha necesidad y desigualdad social a mi alrededor, allí donde vivía (hasta los 24 años en Madrid y, después, en Málaga).
Dios, que se vale de muchas personas, acontecimientos y momentos para cambiarnos, me lanzó a vivir esta aventura con nuestros hermanos de Nghel, y allí iré a principios de septiembre. Me siento muy feliz de poder compartir mi vida con estos hermanos nuestros. Voy con el corazón abierto. El día a día irá marcando y decidiendo nuestra labor.

Jean Marie me ha comunicado que en su poblado hay muchos niños y que haremos algunos talleres con ellos y, también, con las mujeres. Pero, sobre todo, estaré contemplando a mis hermanos, que viven sin agua, sin luz, sin muchas cosas que yo tengo en casa y ellos no pueden tener. Quizás no pueda hacer mucho, pero una cosa tengo clara: quiero aprender de ellos, escucharlos, mirarlos, contemplarlos y respetarlos. Últimamente, he descubierto el gran valor de la presencia silenciosa.

Le doy gracias a Dios por esta oportunidad que me ha dado, porque seguro que me va ayudar a crecer en la fe.