Desde hace más de mil años, el domingo IV de Cuaresma se llama el domingo de la alegría. El cristianismo es la religión de la alegría, aunque algunas veces lo hayamos convertido en la religión del miedo a un Dios que castiga a los malos y a los buenos como se descuiden. Es curioso que el papa Francisco haya querido titular sus dos primeros documentos con la palabra alegría: “La alegría del Evangelio” y “La alegría del amor”. Estamos llamados, a pesar de lo que está cayendo, a vivir en la alegría y en la esperanza, porque Dios no se cansa de querernos y de perdonarnos. Él no deja de confiar en nosotros, a pesar de nuestras limitaciones, para realizar su proyecto de mundo e Iglesia que Él ya ha comenzado a construir.

Hoy nos alegramos por las miles de personas que en nuestro mundo, y en nuestra Iglesia, se comprometen en la tarea de ir haciendo presente el sueño de Dios. Nos alegramos por el mensaje renovador, alegre y esperanzado del papa Francisco. Sin duda, se ha convertido en un icono para el mundo y para la Iglesia. Esperamos que la primavera que con él ha comenzado llegue a todos los rincones de nuestra diócesis y nos haga despertarnos de nuestro conformismo, de nuestras cegueras, de nuestros dogmatismos e inmovilismos.

No olvidemos las palabras de Francisco: “Una Iglesia que no es cercana no es la Iglesia de Jesús”.