NoticiaConoce la Catedral Estatua sepulcral de Luis de Torres I Estatua sepulcral de Luis de Torres I, arzobispo de Salerno, en la Catedral de Málaga Publicado: 23/09/2021: 17288 En 1553 fallecía en Roma el malagueño Luis de Torres I, arzobispo de Salerno, Secretario de Su Santidad y hombre de confianza de cuatro papas: León X, Clemente VII, Paulo III y Julio III. Su privilegiada ascendencia en la Curia Vaticana se perpetuó a través de su sobrino Luis de Torres II, consagrado en 1574 como Arzobispo de Monreale. Junto a su hermano Alonso de Torres, deán de la Catedral de Málaga. Este último personaje configura un binomio de singular importancia para la basílica malagueña, por cuanto trazan un simbólico puente desde ella a las más altas instancias eclesiásticas en tierras italianas. Por deseo expreso de su tío fallecido, los hermanos Torres trasladaron sus restos a “Málaga, su patria”, depositándolos interinamente en la capilla de Santa María de los Ángeles de la Catedral vieja. En 1574 la familia obtuvo del Cabildo la concesión de una capilla en la Catedral nueva, la primera de la girola por el lado de la Epístola, conocida como de San Francisco. En su intención de ennoblecerla de inmediato, Luis de Torres II adquiría en Roma a Guglielmo della Porta una hermosisíma estatua de bronce representando a un obispo mitrado reclinado sobre el lecho mortuorio, originalmente alzada sobre un basamento, que el escultor había realizado años atrás para el monumento funerario del salmantino Francisco de Solís, obispo de Bagnoregio. A pesar de haberlo terminado por completo, los albaceas de Solís no cumplieron su voluntad con respecto a este asunto y el conjunto quedó a disposición del mejor postor en el taller del artista. En 1549, Paulo III se hizo con el basamento para su propio sepulcro en la Basílica de San Pedro. La desahuciada estatua tuvo que esperar hasta 1575 para encontrar su lugar en un destino tan lejano como la Catedral de Málaga, donde pasó a representar a Luis de Torres I por disposición de sus sobrinos. A diferencia de la inmensa mayoría de las estatuas funerarias medievales y renacentistas, la identidad del individuo no está aquí ligada a la reproducción fidedigna de su fisonomía, sino a la heráldica y las inscripciones que lo identifican y pregonan la fama del difunto al proclamar sus méritos y cualidades personales. De ahí que no importe que la estatua refleje el aspecto físico real de Luis de Torres I, sino la intención de sus familiares a la hora de utilizarla como representación del espíritu de su tío, “reencarnándolo” en un hombre joven, cuya notable belleza refleja un estado de beatitud y perfección atemporales. La soberbia ejecución técnica, preciosismo en los acabados y delicadeza expresivo-gestual convierten esta obra en uno de los más importantes testimonios de la escultura italiana en España. Juan A. Sánchez López