Aunque era judío, trabajaba como funcionario a las órdenes de Roma cobrando impuestos. Estos profesionales, conocidos como publicanos, eran mal vistos por el pueblo judío en general, que los consideraba traidores, y por la élite religiosa en particular. El vacío social tenía, no obstante, su contrapartida: un nivel de vida muy por encima de la media gracias a su posición de privilegio y a su falta de escrúpulos al frente de un despacho por el que pasaba cada día mucho dinero.

Pero nada de esto, ni su apego a las riquezas, ni su excomunión religiosa, importó a Jesús para fijarse en él y llamarlo a ser discípulo suyo. «Sígueme», le dijo, y él, enseguida, dejándolo todo, lo siguió.

Se dice de él que predicó en Oriente y, aunque poco sabemos de las circunstancias reales de su muerte, la Iglesia lo venera como mártir.

En la diócesis de Málaga, contamos con una parroquia dedicada a este santo al que la tradición atribuye también la redacción del Evangelio del mismo nombre. Se trata del templo de la localidad de Almáchar.