Una vez más, Jesús se nos muestra excepcional. En su palabra y en su quehacer. Sí. Porque una de las muchísimas cosas que hacen excepcional a Jesús, Dios y hombre verdadero, es la absoluta coherencia entre las llamadas a la esperanza de su palabra y los signos que acompañan estas llamadas y que las acreditan. Es imposible imaginarse al Jesús de los evangelios ofreciendo a las multitudes hambrientas de esperanza mensajes vacíos o palabras huecas que nada ofrecen. Esas multitudes heridas por el mal que les rodea están esperando que alguien abra la ventana de la esperanza que les permita recuperar la ilusión que han perdido. Y Jesús, especialista en esperanza y en ilusión (que no ‘ilusiones’) se las ofrece en la fuerza de su palabra y en la autenticidad de sus gestos sanadores.

¡Es tan fácil hoy como siempre llenar nuestros areópagos de palabras que nada dicen, que nada despiertan salvo desilusión y desengaño! Jesucristo, una vez más, se nos presenta y se nos ofrece como razón definitiva para vivir los tiempos nuevos en la fuerza de la Verdad. Han pasado siglos y ese Jesucristo tan nuestro sigue mostrando al mundo dónde está la Verdad, dónde está la autoridad y cómo se ejerce la bondad.

El “que tenía un espíritu inmundo” y los que estaban con él, nunca olvidaron aquel momento. Había nacido de nuevo. Se lo contó a muchos. Y hoy Jesucristo sigue siendo Maestro de la Verdad que sana los corazones desgarrados.