Yo creía que hasta tenía fiebre y desde luego no estaba dispuesta a aguantar otra noche, por lo que decidí, en mi desesperación, ir a ver a Roberto y pedirle ayuda. Él se negó a recibirme y sólo después de un buen rato me avisaron para pasar a su despacho. Mi mente estaba desorganizada, el cuerpo roto y el alma herida, así que cuando me propuso volver al trabajo, pero aceptando sus condiciones, no tuve fuerzas ni argumentos para negarme. De cualquier forma la necesidad de la droga me nublaba la razón. Me regaló la dosis y me dijo que me fuera a la casa y descansara, al día siguiente ya iniciaría el trabajo.

Cuando llegué a casa, Esteban se encontraba esperándome. Yo, con ganas, le eché en cara su actitud de abandono. Su respuesta fue contundente.

- Tú te lo has buscado. Yo también lo he pasado muy mal y por culpa tuya, Roberto casi me echa del trabajo, así que, desde ahora, cada uno se va a ganar la vida como pueda.

Aquello significó un mazazo para mis proyectos de vida en común, aunque ya hacía tiempo que las líneas de nuestras vidas se habían separado y, lejos de tener tendencia a su unión, enfilaban un sentido divergente. Iniciamos una etapa en que ni él me preguntaba nada ni yo tampoco; la comunicación escasa, casi nula, y con exquisito cuidado para en la cama ni rozarnos, aunque él se pasaba muchos días sin aparecer por casa.

Mi nueva etapa laboral transcurría con normalidad y sin apenas apreturas. A última hora de la mañana y algunas tardes me acercaba a la escuela, más por aburrimiento que por ganas. Yo no me daba cuenta de mi aspecto y que mi historia era conocida por mucha gente; a pesar de todo, algunos antiguos amigos y muy escasa amigas, me saludaban, pero sin mucha entrega, con una pose forzada y superficial. Con estas percepciones, la ilusión de los estudios se fue ahogando.