DiócesisHomilías Acción de gracias por la rehabilitación de la Basílica de Santa María de la Esperanza (Málaga) Basílica de la Esperanza Publicado: 09/09/2019: 8453 Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, el 9 de septiembre en la Basílica de Santa María de la Esperanza tras su rehabilitación. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA REHABILITACIÓN DE LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA (Málaga, 9 septiembre 2019) Lecturas: Eclo 24,9-12.19-22; Sal: (Lc 1,46-55); Jn 2,1-11. 1.- Nos reunimos hoy para dar gracias a Dios por la rehabilitación y ornamentación de esta hermosa Basílica, dedicada a María Santísima de la Esperanza. Deseo agradecer a quienes habéis colaborado para hermosear este templo y dignificarlo como lugar sacro. Agradecemos la acción pastoral, animadora y coordinadora del párroco y capellán de la Hermandad, Rvdo. Antonio Carrasco; y el interés y la implicación de la Junta de la Hermandad. Contemplando el ábside del altar, percibimos un estilo oriental-bizantino, que nos recuerda otras capillas de oriente, dedicadas a la Virgen, sobre todo, a partir del Concilio de Éfeso, donde se declaró a María como “Madre de Dios” (Theotokos). Ha sido un acierto esta rehabilitación, recuperando la referencia oriental, de donde arranca la devoción a la Virgen María. Me han comentado que han tenido en cuenta una fotografía del año 1931, antes de la quema de las Iglesias en Málaga. No hay hijo sin madre; ambos son términos relacionados. La Madre de Dios hace referencia a su Hijo. María Santísima de la Esperanza está íntimamente unida a su Hijo “Jesús Nazareno del Paso”, que representa un momento de la pasión del Señor: cargado con su Cruz el Nazareno se acerca paso a paso al calvario. Y la Virgen de la Esperanza lleva el vestido verde de esperanza. 2.- Santa María de la Esperanza, a la que está dedicada esta Basílica, es nuestra madre, por ser la Madre del Salvador del mundo, Jesucristo, Nuestro Señor, quien nos la regaló como tal desde la cruz del calvario (cf. Jn 19,26). El momento del calvario es muy importante. La esperanza se afianza al pie de la cruz; aunque parezca una contradicción, en el momento del mayor fracaso de Jesús se afianza la esperanza del cristiano, junto a María, la Madre de Jesús; ese es el momento y el lugar propio de la esperanza. Porque el amor misericordioso de Dios se revela de manera plena en la entrega de su Hijo en la cruz y alcanza el corazón de todo hombre y de todos los hombres, abriéndoles el camino de la esperanza verdadera: la esperanza de la salvación eterna. No se trata de cualquier tipo de esperanza humana. Nuestra esperanza cristiana arranca, pues, en la cruz, cuando el mismo Jesús entrega a Juan, en representación nuestra, a su Madre Santísima. El libro del Eclesiástico nos ha dicho: «Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza, me doy a todos mis hijos, escogidos por él desde la eternidad» (Eclo 24,18). Este hermoso texto es aplicado por la cristiandad a la Virgen María, que la acoge como madre de santa esperanza. Ella cuida con amor de todos sus hijos y nos acompaña en el camino hacia la felicidad eternidad. Tus hijos, Señora, tus cofrades y tus devotos venimos hoy a venerarte, porque eres para nosotros modelo de fidelidad, de amor y de esperanza. La esperanza, como las demás virtudes teologales nunca va sola; no se puede creer sin amar, ni creer sin esperanza, ni tener esperanza sin creer ni amar. La esperanza, la fe y el amor van siempre unidas. 3.- El Concilio Vaticano II afirma que la santísima Virgen «en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe 3,10), precede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo» (Lumen gentium, 68). La liturgia de la Iglesia retoma estas palabras en el prefacio de la misa de la Asunción de la Virgen santísima (cf. Misal Romano, Prefacio 15). En la liturgia expresamos y rezamos lo que creemos y lo que vivimos; nuestra fe se hace oración (Lex orandi, lex credendi: Rezamos lo que creemos); nuestra fe, esperanza y caridad se purifican cuando rezamos y celebramos. María es signo y modelo de esperanza en nuestra oración, en la liturgia y en la fe eclesial. La Iglesia, al considerar la función de la santísima Virgen en la historia de la salvación, la llama con frecuencia «esperanza nuestra» (cf. Oración: “Dios te salve, Reina y Madre”) y «madre de la esperanza» (cf. Himno Oficio de Lectura latino del 21 de noviembre). La Iglesia entera se alegra del nacimiento de santa María Virgen, que «fue para el mundo esperanza y aurora de salvación» (Oración después de la comunión del 8 de septiembre). 4.- En el misterio de la gloriosa asunción de María al cielo la Iglesia contempla a la santísima Virgen corno «esperanza segura de salvación», que brilla para los fieles «en medio de las dificultades de la vida» (cf. Himno Laudes latino del 15 de agosto). Estamos llamados a gozar de aquello que Ella ya goza. Y no debemos temer las dificultades, porque Ella también vivió gran sufrimiento por cuidar a su Hijo. Nosotros la veneramos como Madre de esperanza, que nos acompaña en nuestro caminar hacia la patria celeste. Ella vivió con fe esperanzada, confiando siempre en la Palabra del Señor; Ella nos ha precedido como señal de esperanza segura y de consuelo; Ella, habiendo subido al cielo, se ha convertido en la «esperanza de los creyentes»; y Ella goza ya de la presencia gloriosa de Dios, a la que todos estamos llamados. 5.- María Santísima de la Esperanza vivió siempre con gozo su obediencia a la voluntad de Dios, sin acostumbrarse a la elección de que había sido objeto de parte del Señor. María nunca se jactó de ser la Madre del Señor; pudo haber ostentado su título de Madre, pero no lo hizo. ¡Cuántas veces nosotros ostentamos títulos y cargos, que, además, valen bien poco! Bien sabéis lo que ocurre en las Cofradías. Tenemos que aprender mucho de la Virgen. En todo momento de su maternidad divina aceptaba el misterio que la envolvía y contemplaba agradecida las maravillas que Dios le hacía. ¿Cuántas veces hemos agradecido a Dios las maravillas que hace en nosotros? En general, somos más “pedigüeños” que agradecidos; tal vez hemos de agradecer más y pedir menos; en todo caso, pedir las cosas espirituales. La Virgen María no redujo su esperanza al tiempo de la gestación de su Hijo, sino que cada día la ejercitó hasta el final de su vida. María nos enseña a mantener siempre la esperanza en la bondadosa voluntad de Dios en nuestras vidas y a trascender la mirada hacia lo alto, hacia el más allá; a no quedar atrapados en lo material y visible, porque el Todopoderoso hace maravillas. Las hizo en la Virgen y las hace en cada uno de nosotros; estas maravillas solo las ven los limpios de corazón, los humildes, los sencillos, los creyentes. Dios hace maravillas en cada uno de nosotros y nos las percibimos o no las agradecemos. 6.- Es cierto que resulta a veces difícil entender y aceptar la voluntad de Dios. Pero es necesaria una buena dosis de amor y de confianza en quien es nuestro Padre celestial, que siempre quiere nuestro bien. Vuestros hijos se fían de vosotros y aceptan lo que les decís o hacéis. Es preciso, queridos hermanos, creer sin ver, aceptar sin desconfiar, fiarse sin temer, alegrarse sin dudar. María, la creyente, miró constantemente con ojos de fe y de admirada sorpresa lo que Dios le iba ofreciendo. Santa María es la razón de nuestra esperanza, porque ella vio cumplidas las promesas de Dios. La esperanza es una ayuda para aceptar la realidad; un estímulo para acoger en cada acontecimiento la salvación que Dios nos ofrece en nuestra historia personal. La esperanza no es un simple consuelo humano; es, más bien, una virtud teologal, que nos capacita para aceptar a Dios en nuestra vida. Es un don del Señor, que nos regala para que descubramos y anhelemos la verdad y la bondad reveladas. 7.- La Virgen María, cuando observó que faltaba vino en las Bodas de Caná de Galilea, se lo dijo a su Hijo; se fió de Él y dijo a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5); y Jesús hizo el milagro de la conversión del agua en vino (cf. Jn 2,7), manifestando así su gloria y haciendo que sus discípulos creyeron en él (cf. Jn 2,11). Nuestra esperanza, nuestra fe y nuestro amor, queridos cofrades y fieles todos, pueden ayudar a otros hermanos a conocer a Jesucristo; a aceptarlo como Dios y Señor; a degustar el vino de la alegría y del banquete eterno; pueden ayudar a otros a vivir mejor la fe y la devoción a la Virgen María. Dando gracias a Dios por la rehabilitación de este templo basilical, pedimos a María Santísima de la Esperanza que nos ayude a vivir con gozo la fraternidad; a superar las dificultades que puedan surgir en la Hermandad y en la comunidad parroquial; a asumir el compromiso cristiano y a dar testimonio valiente de nuestra fe. ¡María Santísima de la Esperanza, ruega por nosotros! Amén. Más artículos de: Homilías El obispo a la cofradía de la Humildad: «¡Mantened el carisma mercedario!»Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores (Algarrobo) Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir