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El Espíritu es el gran don de los tiempos mesiánicos

Pentecostés. Detalle de la capilla del Obispado de Tenerife, obra del P. Rupnik.
Publicado: 13/05/2016: 10993

Este domingo celebramos la Solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Con este motivo, el sacerdote Juan Antonio Paredes nos acerca a la figura de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, a la que dedica su último libro: “Con el fuego del Espíritu”.

«Se trata de una presencia real, una presencia viva de Dios, que se nos da y que fortalece nuestra libre decisión, para que le abramos las puertas del corazón»

Los sucesivos fracasos históricos de Israel tras la liberación de Egipto, le llevaron a descubrir que el Espíritu Santo sería el gran regalo de Dios para los tiempos mesiánicos. Un regalo que no sólo estará sobre el Mesías, sino que se derramará sobre todo el pueblo, para dar nuevo vigor a su esperanza y transformar sus corazones. Así comenzará un nuevo éxodo, mediante el cual los hombres saldrán de las tinieblas del pecado y se pondrán en camino hacia Dios. Porque la salvación que buscan y que esperan, no se limita a las realidades terrenas e históricas.

En este contexto, surge con fuerza y se va afianzando la idea del universalismo de la salvación de Dios: será para todos los hombres, como aparece ya en Isaías. Y comienza a emerger una visión personalista del Espíritu Santo. En el libro de la Sabiduría y en la literatura rabínica de la época se presenta, con frecuencia, al Espíritu Santo como a una persona que habla, exhorta, llora, se aflige, consuela.

El Espíritu Santo en los comienzos de la Iglesia

Dejando de lado los matices, podemos decir que el nacimiento de la Iglesia se produce en el misterio de Pascua, con la resurrección de Jesucristo y la efusión del Espíritu sobre los Apóstoles. Es el punto de vista de san Juan, que une en un solo acto la aparición de Jesús a los Apóstoles, la efusión del Espíritu Santo y el envío. Según este evangelista, todo esto aconteció «el primer día de la semana».

Con esta expresión: “el primer día”, evoca el relato de la creación, que aconteció en la primera semana del mundo. Y el mismo Espíritu que aleteó sobre las aguas en aquella primera creación, es el que vivifica ahora a la Iglesia, en la nueva creación. Lucas, por su parte, presenta la Pascua (resurrección-ascensión-pentecostés) como la sucesión en tres etapas de un solo acontecimiento, que se prolongará a lo largo de cincuenta días. En su aparición final, Jesús, «una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén: ‘aguardad que se cumpla la promesa del Padre,
de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días (…) Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos’ (…) Dicho esto, a la vista de ellos, fue levantado al cielo». (Hch 1, 4-5. 8-9). Un tiempo después, al cumplirse los cincuenta días, «estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como un viento que soplaba fuertemente y llenó toda la casa donde se encontraban sentados… Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 2,1-4.).

Podemos decir que este pasaje nos narra en vivo el comienzo del caminar histórico de la Iglesia, misterio, comunión y misión.

El cristiano es el hombre del Espíritu

El bautismo nos convierte en templos del Espíritu, que es «Señor y dador de vida». Su presencia nos
hace «partícipes de la naturaleza divina», nos re-crea como si se tratara de un nacimiento nuevo y nos hace hijos adoptivos de Dios. Es la Gracia Increada (o lo que es igual, el don, el regalo), porque es el mismo Dios quien se nos da, para que nos libere del pecado, nos justifique y nos infunda tres fuerzas maravillosas: La fe, el amor y la esperanza. No olvidemos que es Él quien derrama el amor de Dios en nuestros corazones y nos inunda de su divina misericordia; quien nos introduce en la comunión trinitaria, nos hace partícipes de la vida divina y nos capacita para amar con ese amor que es el signo de que hemos resucitado con Jesucristo y hemos pasado de la muerte a la vida, como dice la primera carta de san Juan.

Pero no hay que entender estas afirmaciones como si se tratara de algo que acontece de manera automática. Se trata de una presencia real, una presencia viva de Dios, que se nos da y que fortalece nuestra libre decisión, para que le abramos las puertas del corazón y su amor impregne toda nuestra vida, nuestra inteligencia y nuestro ser. Pero podemos rechazar ese don, o acogerlo para que se vaya integrando en toda nuestra existencia. En este sentido, la vida de fe es un proceso siempre abierto, que se desarrolla bajo el influjo del Espíritu; un caminar con Dios, en Dios y hacia Dios. 

El Espíritu abre caminos y guía los primeros pasos

Fue una decisión muy arriesgada, y no todos comprendieron la postura de abrir la Iglesia a los paganos. Parece que el mismo Pedro dudaba. En medio de sus dudas, llegó la invitación del centurión Cornelio para que visitara su casa. Y cuando estaba hablando, se produjo una efusión del Espíritu sobre Pedro y sus acompañantes, y sobre los paganos. El Espíritu Santo se había anticipado, para marcar el camino a seguir. La Teología oriental ha desarrollado más este aspecto del Espíritu Santo como “éxtasis de Dios”: salida de Dios de sí para adentrarse en nuestra historia; impulso creador, para que la comunidad salga de su monotonía y de su rutina y vaya al encuentro del otro, y del futuro que está llegando. Mediante los dones que regala y los ministerios que suscita en la comunidad, el Espíritu Santo incide sobre nuestra historia y abre nuevos caminos de salvación. De esta forma, impulsa la catolicidad (universalidad) en el espacio, en el tiempo y en las culturas.

Actualiza la Revelación y empuja el Evangelio hacia adelante, de forma que se haga presente en lo
inédito de nuestra existencia: en los nuevos modelos sociales, en el ámbito de la ciencia y en el de
la cultura.

"Con el fuego del Espíritu"

El libro de Juan Antonio Paredes, del que se han extraído estos fragmentos, se puede adquirir en la Librería Diocesana

Diócesis Málaga

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