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Día del Seminario (Catedral-Málaga)

Publicado: 22/03/2015: 8182

DÍA DEL SEMINARIO
(Catedral-Málaga, 22 marzo 2015)

Lecturas: Jr 31, 31-34; Sal 50, 3-4.12-15; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33.
(Domingo Cuaresma V-B)

1. En este Día del Seminario las lecturas bíblicas nos ofrecen el tema de la alianza de Dios con su pueblo; también el Señor hace una alianza, una historia de amor con cada uno de nosotros. El Señor Dios, tras el destierro a Babilonia,hace una alianza nueva con su pueblo Israel, según el profeta Jeremías(cf. Jr 31, 31). Por prime-ra vez se anuncia en todo el Antiguo Testamento una nueva alianza; se trata de un anuncio, no de una realización. No serácomo la alianza que hizoanteriormente con sus padres y que ellos quebrantaron (cf. Jr 31, 32).

Esta nueva alianza entre Dios y el pueblo se caracteriza por estar inscrita en el corazón y porqueel pueblo acepta al Señor como Dios y éste lo acoge pueblo elegido, como pueblo escogido (cf. Jr 31, 33). Dios inscribe en nuestro corazón su alianza y somos elegidos por Él para una misión: bien como laicos desde el compromiso bautismal, o bien elegidos para el ministerio sacerdotal. El corazón hace referencia a la interiorización de la relación del ser humano con Dios y a la responsabilidad individual que brota de su conciencia.

2. A pesar de la dureza del corazón de su pueblo, Dios no lo abandona; sino que por medio de sus profetas lo va conduciendo, y exhortando a la conversión. El pueblo experimenta el perdón divino, cuyos pecados Dios olvida, como dice el profeta: «Cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados» (Jr 31, 34). Cuando Dios perdona, olvida nuestros pecados; los cancela. ¡Ojalá fuera así el perdón que nosotros otorgamos a los que nos ofenden, como rezamos en el Padrenuestro! Debemos olvidar las ofensas.

Hemos cantado con el Salmo50: «Oh, Dios, crea en mi un corazón nuevo». La alianza, como el amor, no se que¬da en gestos exteriores, sino que pide una actitud interior y una renovación del corazón. Hemos de pedir al Señor que nos dé un corazón nuevo; de lo contrario no sabremos amar como él.

3. Lo que el profeta Jeremías intuyó desde la sombra del Antiguo Testamento nosotros lo vemos cumplido plenamente en Cristo Jesús. La nueva Alianza se cumplió en Jesús y él la selló él con su sangre en la cruz. Cristo, «aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación se convirtió, para todos los que le obedecen, en autor de salvación eterna» (Hb 5, 8-9). Tenemos un mediador, un Pontífice, que asume nuestra historia, que sabe comprender nuestras dificultades y nues¬tros sufrimientos, nuestros momentos de duda y de fatiga, porque los ha experimentado en su propia carne. Cuando vivamos esos momentos, contemplemos a Cristo en la cruz.

4. La sumisión de Cristo a la voluntad del Padre le mereció ser escuchado en la resurrección gloriosa, que le constituyó principio de salvación para todos sus seguidores. Esta obediencia evoca la oración de Jesús en Getsemaní (cf. Mc 14, 35-36) y su escucha atenta a la voluntad del Padre. ¡Queridos jóvenes, pongamos el oído atento a lo que Dios nos pida!

La aceptación de la voluntad de Dios por parte de Jesús nos anima a todos a aceptar la voluntad divina, aunque nos cueste. Hemos de poner el oído atento a su palabra y a su llamada. Queridos jóvenes, el Señor os llama a vivir una hermosa aventura; os invita a seguirle, a aceptar la voluntad de Dios en vuestras vidas. ¡Escuchad su voz y poneos a su disposición, para hacer lo que él os diga!

5. El Evangelio de hoy presenta a unos griegos que quieren ver a Jesús y se lo piden los apóstoles (cf. Jn 12, 20-22). El término “ver” en san Juan es equivalente a “creer”. Estos paganos quieren acercarse a Jesús, confiar en él, seguirle. Jesús responde que ha llegado su “Hora”, haciendo referencia a su muerte (Jn 12, 32-33) y su glorificación(cf. Jn 12, 28). El amor de Cristo por la humanidad le lleva hasta la entrega total de sí mismo en muerte de cruz. El mismo Jesús nos presenta una imagen muy expresiva: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). En el camino cuaresmal, que estamos recorriendo, contemplemos a Cristo caminando hacia su cruz; y pidámosle ser incorporados también nosotros a su Pascua.

6. Queridos seminaristas, el Señor os pide la entrega generosa de vuestra vida. Pero no os va a defraudar. Vais a ganar infinitamente; mucho más de lo que os imagináis. Jesús nos invita a ofrecer nuestra vida y a renunciar a nosotros mismos, para obtener la vida eterna (Jn 12, 25). Él nos llamada al servicio: «El que quiera servirme, que me siga» (Jn 12, 26).

Estamos celebrando el Año Teresiano con motivo del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Ávila. El lema de este año para el Día del Seminario está tomado de una frase de la Santa que dice: “Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?”.Ella lo dice en el contexto de su vida: “Vuestra soy, para vos nací; ¿qué mandáis hacer de mí?”. Ser sacerdote para Teresa es descubrirse como «siervo del amor»y haberle dado a Dios la honra (cf. Vida, 11, 1-4). Para ello es necesario una intensa vida de oración y de gracia y de saberse alentado por quienes viven el ministerio ordenado como un don para la iglesia.

7. La Santa, en su Camino de Perfección,desvela su propósito fundacional de «orar por los capitanes de este castillo» (3, 2).Ella sabía que la Iglesia de su época necesitaba sacerdotes bien formados teológicamente, que hicieran frente a la herejía luterana; y que fueran hombres desprendidos y de oración, capaces de afrontar los retos que la sociedad suya planteaba. Nuestra época también necesita sacerdotes bien formados teológicamente, para saber explicar la fe ante las ideologías presentes en nuestra sociedad; y sacerdotes como hombres de oración.

En este Día del Seminario rezamos por las vocaciones al sacerdocio ministerial y pedimos por los jóvenes, para que escuchen atentamente la palabra del Señor y le sigan con fidelidad y alegría. Pedimos por vosotros, queridos seminaristas, que ya habéis respondido afirmativamente a la llamada de Dios, para que os conceda la gracia de la perseverancia y el gozo de seguirle. Y pedimos por los sacerdotes, para sigan ejerciendo el ministerio con fidelidad y entrega.

¡Que la Santísima Virgen de la Victoria, nuestra Patrona, nos ayude a escuchar la voz del Señor para seguirle con prontitud!Yle pedimos que ayude con su maternal intercesión a quienes han respondido generosamente a la llamada del Señor para servir a la Iglesia en el sacerdocio ministerial. Amén.


 

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