«Herodes, viéndose burlado por los sabios, se enfureció mucho y mandó matar a todos los niños de Belén y de todo su término que tuvieran menos de dos años. Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: «Se ha escuchado en Ramá un clamor de mucho llanto y lamento: es Raquel que llora por sus hijos, y no quiere consolarse porque ya no existen». Este texto del evangelista Mateo inspira el día de mañana martes: el día de los santos inocentes; tenga cuidado el lector por si a alguien le da por hacer una inocentada. Pero sobre todo reflexionemos porque en nuestro mundo hay demasiados inocentes condenados a muerte o al sufrimiento, que puede ser muerte en vida.

No hay que irse muy lejos. Basta darse una vuelta por determinados países para comprobar la bajísima tasa de vacunación frente al Covid-19; en esos mismos países hay millares de personas que huyen de condiciones indignas de vida, migran a otros países cayendo en manos de las mafias. Muchos son menores. Millones de vidas humanas concebidas, en España, en la última década más de un millón, no nacieron por voluntad de su madre o padre, o ambos. Son centenares de niños y niñas los que han sufrido en España el trauma de haber sido abusados sexualmente o utilizados con fines pornográficos.

Demasiadas mujeres viven el infierno de ser maltratadas en el ámbito doméstico, aunque conviene recordar que también hay hombres que sufren maltrato. A estas alturas del partido sigue habiendo personas discriminadas por su condición sexual, en algunos países, incluso, condenadas a muerte. Muchos trabajadores desarrollan su labor en condiciones indignas. Demasiados ancianos solos y personas sin techo a las que la vida les cambió de un día para otro... ¿Sigo? De sobra sabemos que hay más inocentes que vacunas; más inocentes que seres humanos protegidos.

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